Ricardo Andrade Jardí
Ahora resulta que, como fue evidente desde el principio, pese a los intentos del gobernador de Coahuila por ocultar la realidad siniestra en que vive aquel Estado y en general buena parte del país, en el que el crimen se organiza como narcoestado neoliberal: que siempre no fueron los videojuegos, sino la destrucción del tejido social y la ruptura del núcleo familiar, pilar del capitalismo patriarcal que igual que puede ser un espacio de seguridad colectiva, es posible que sea también el espacio de mayor individualidad y violencia, lo que hace que un niño de 11 años tome dos armas proporcionadas, presuntamente, por el abuelo y ensaye un tipo de masacre, espejo de la de Columbine (1999), para terminar después con su propia vida. Conviene recordar que también en aquella masacre de Estados Unidos no faltaron las voces evangélicas y cristianas que rápidamente quisieron culpar a la música, la literatura y los videojuegos, antes que a la Asociación Nacional del Rifle, que armó a los adolescentes y al fascismo racista entorno familiar en el que los asesinos de Columbine crecieron. El lamentable infortunio en una escuela privada de Torreón da buena cuenta de cómo operan las subjetividades oprimidas de una sociedad como la mexicana y así hoy podemos escuchar y leer en diferentes medios, o en las mal llamadas redes sociales, cómo grandes sectores de la sociedad celebran o asumen como una acción válida el represivo operativo llamado “mochila segura” pese a que es un ejercicio profundamente violador de los derechos humanos más elementales.
La subjetividad opresiva opera desde el miedo y desde ese miedo se normaliza hasta la incomprensión la violencia de Estado, misma que se normaliza culturalmente, es decir, se arraiga en nuestra cotidianidad como algo natural y no cultural, hasta que somos incapaces de entender que operativos como el llamado “mochila segura”, son un instrumento de control social, que buscan someter represivamente a la sociedad desde la infancia misma. Niñas y niños que seguirán sobreviviendo en una sociedad corrompida por un sistema económico al servicio del crimen organizado, ya sea empresarial o narcoempresarial (las diferencias son en realidad pocas), pero que normalizarán con el tiempo el indigno sometimiento y la auto-renuncia de la privacidad para crecer como adultos sujetados que verán la represión institucionalizada como si fuera algo normal, como un asunto natural de la vida social. En el operativo “mochila segura”, que pronto intentará ser repetido, o instaurado como norma, por los gobiernos represores de otros Estados y muy probablemente celebrado por el gobierno de la cuarta evangelización se puede entender otro de los fenómenos de la violencia sistémica que dan origen a los microfascismos sociales.
Así como hoy se pretende suponer que la violencia que lleva o provoca un acontecimientos como el ocurrido en Torreón, sin cuestionar el fondo de las causas que generan esa violencia, se detendrá o se aminorará violando los derechos humanos de niñas y niños, a través de operativos represivos de pomposos nombres, asumiendo que la violencia que vive aquel estado la ejercen las infancias y no el adultocentrismo patriarcal que promueve y sostiene un sistema económico de muerte fundado en la injusticia clasista y la explotación extractivista de naturaleza y humanidad, con lo que se pretende hacer creer, en Yucatán, por ejemplo, que llenando de cámaras de vigilancia el Estado se garantizará nuestra seguridad, nada más lejos de la realidad, pues el tejido social no se puede sostener y menos aún recomponer donde se excitan las subjetividades opresivas en favor de la represión como instrumento de control social de severa vigilancia, sino ahí donde las y los sujetos son capaces de comprender el papel trasformador de su momento histórico y para eso es necesario romper todas las cadenas de la opresión, las ataduras de clase, que nos impone el Estado burgués capitalista.