Jorge Lara Rivera
Turquía parece estar dinamitando los logros de la diplomacia multilateral por una nueva “entente” entre antiguos y tradicionales adversarios como lo son Rusia de Turquía, Turquía de Irán e Irán de Rusia que había cobrado gran vigor a la luz de los movimientos geopolíticos estratégicos de Estados Unidos en la zona.
Y es que Ankara está en ruta de colisión con Rusia en Libia, tras su decisión de enviar tropas para apoyar al gobierno de Trípoli reconocido por la ONU pero combatido por fuerzas mercenarias respaldadas y aprovisionadas más o menos abiertamente por Moscú. Al tiempo que la escalada de los ataques aéreos y terrestres sirios y de la aviación rusa a los reductos en Idlib de los rebeldes al régimen sanguinario de Bashar El Assad los orillan a enfrentamientos directos con el ejército sirio y en los cuales es casi inevitable afectar intereses de terceros por la participación de Irán del lado de su otrora enemigo irreconciliable, Rusia. Lo cierto es que la operación del ejército turco en territorio sirio está resultando mucho más ardua de lo planeado. Sobre el terreno de los hechos, Turquía ha creado una situación inaceptable por ningún estado soberano, especialmente por aquéllos que formaron parte de su otrora imperio otomano, como es el caso de los países árabes. Menos aceptable aún tratándose de una nación que busca su reintegración tras 8 años de guerra civil. El obsesivo propósito turco de perseguir a opositores al régimen islámico de Recep Tayyip Erdogan entre los cuales se cuenta a los integrantes del proscrito Partido Nacional de los Trabajadores del Kurdistán a quienes criminaliza de secesionistas obviando que esa patria se la repartieron como botín con Irán, Irak y Siria, lo ha llevado a intentar destruir a esa etnia de más de 60 millones aventurándose el gobierno de Ankara a perseguirlos más allá de su frontera e incursionar en el territorio sirio pretextando que se haría cargo de liberarlo de la presencia de terroristas y radicales del llamado Edo. Islámico o Califato, conocido como ISIS (atrincherados junto con los opositores al régimen de Damasco en el Norte de Siria, donde precisamente habitan los kurdos), en un polémico acuerdo telefónico con el presidente estadounidense Donald Trump que se desentendió así de sus responsabilidades en la zona y traicionó a sus aliados (kurdos y opositores sirios).
Pero la paralela actividad militar del ejército gubernamental de ese país donde convergen el apoyo de Rusia y el de Irán al presidente Bashar El Assad ha provocado inevitables roces con las fuerzas invasoras como resultado. El que Turquía amenace a Siria por los daños infligidos a sus tropas expedicionarias resulta fuera de lugar y de tono, ya que de facto representan una invasión, una injerencia no autorizada en el suelo patrio de Siria la cual a su vez mantiene un estado de guerra con Israel el cual cuenta con el reconocimiento de Turquía y de Rusia, pero es un objetivo a destruir para Irán y, desde luego, para el régimen de Siria.
En ese contexto se entiende el esfuerzo de Irán por entrar de lleno en la carrera espacial que tuvo, el domingo 9, un rotundo fracaso para poner en órbita el satélite nacional ‘Zafar’ para “observación y objetivos científicos” con un cohete ‘Simorgh’ propio, creado por su Programa Espacial vinculado a la elusión subrepticia que sistemática y reiteradamente practica el régimen de los ayatolás respecto de la regulación internacional acordada con Norteamérica y Europa –pero también con Rusia y China, vecinos asiáticos que su impredecible fundamentalismo inquieta– a su programa misilístico relacionado con su proyecto de desarrollo nuclear de dudosos fines pacíficos, causa de su rudo enfrentamiento con Washington y los europeos signatarios del pacto aquél. Pese a lo jactancioso de las declaraciones subsiguientes al revés tecnológico de los ministerios de Defensa y Telecomunicaciones de la República Islámica (“contamos con otros satélites”, “el cohete cumplió con el 90% de su trayectoria”) minimizándolo, su frustración es inocultable, dada la sombra de duda que arroja sobre la eficiencia de su poderosa industria militar y la capacidad de la teocracia para igualar a competidores regionales como Israel (que recién fracasó en alunizar una nave) y cumplir sus más incendiarias amenazas contra éste. Tales son tomadas tan en serio por el gobierno israelí, sobre todo por la aproximación real de tropas iraníes a sus fronteras a través de los territorios nacionales de Siria donde hay presencia efectiva de elementos y equipos de la Guardia Revolucionaria Republicana Islámica, y Líbano, donde Teherán brinda asistencia militar al grupo extremista Hezbollá, que justo el jueves 13 Israel acaba de anunciar por voz del ministro de Defensa Neftalí Bennet, su plan multianual (o sea permanente) que crea ‘Momentum’, “un mando destinado exclusivamente a hacer frente a la amenaza que el régimen de Irán representa para el país y la región” y que “aumenta la letalidad de las fuerzas de las fuerzas armadas nacionales en alcance y precisión” incrementando capacidades de ataque vía uso de medios tecnológicos en aviación militar, aumento de inteligencia militar y recopilación de información satelital e impulso de capacidades defensivas y ofensivas en nivel informático para analizar las amenazas persas y planear la campaña israelí enfrentando a Teherán.
Estos reposicionamientos indican que el mundo debe prepararse para padecer los efectos de otra guerra, un enfrentamiento que la Casa Blanca ha eludido y que el pueblo persa no desea dada su maltrecha economía y el malestar con su gobierno autoritario y represor, pero que la fe les impone, y en donde Israel arriesga su seguridad por el arsenal y las “cabezas de playa” en países vecinos de que los iraníes disponen, aparte su peso específico en el comercio –y transporte– de petróleo mundial.