La literatura y el arte no son responsables por la creación de los paradigmas eurocentristas y supremacistas, que son resultados de relatos mal contados por historiadores, literatos, escultores y artistas que, sin proponérselo, fueron parte del contexto en el cual se construyeron narrativas que presentaron a emperadores, monarcas, conquistadores, tratantes de esclavos, clérigos y truhanes europeos con atractivos perfiles. Por siglos, los conquistadores de todas las latitudes y credos han sido exhibidos y loados como intrépidos exploradores, criaturas de mármol sin vetas ni máculas. Así, propietarios de ingenios, minas y haciendas, dotaciones de esclavos, violadores de muchachas indígenas y negras, han sido tratados como emprendedores. Todos ellos -se afirma- son blancos, atractivos, valientes, diestros y justos, mientras los indígenas y los negros son lo contrario.
Según el relato, se trata del lavado global de imágenes, práctica de la cual, aunque, sobreviven abyectos capítulos, ha sido felizmente trascendida. Frantz Fanón, un psiquiatra revolucionario, expuso los efectos más terribles de la opresión en las mentes y las almas de los colonizados que llegan a admirar a los opresores, adoptando máscaras blancas para cubrir rostros y cicatrices negras. Así se forma un símil del llamado Síndrome de Estocolmo, según el cual los cautivos pueden llegar a adorar al perpetrador.
El cine, una forma asequible del arte popular, que rinde culto a la violencia pura y descontextualizada, reivindica, entre otros, a piratas y agresores. La guerra, las agresiones, los despojos territoriales y la antigua y moderna piratería son objetos de culto. En Estados Unidos hay una magnífica vía que recorrí desde Las Vegas hasta Phoenix, cuyo nombre cuenta una historia en la cual, en épocas tempranas de su devenir, en lugares tan alejados como Trípoli y Argel, Estados Unidos protagonizó su primera guerra internacional, precisamente contra la piratería.
El héroe de aquellas jornadas, cuyo nombre lleva una avenida, fue el teniente Stephen Decatur, protagonista de la primera de las muchas de sus aventuras navales. Por cierto, la más reciente se libra hoy, solo que los papeles se han invertido. Desde sus veleros, los piratas no asaltan indefensos mercantes, sino que lo hacen utilizando buques y helicópteros de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, con los cuales realizan aparatosos abordajes sobre la cubierta desprotegida de tanqueros que transportan petróleo venezolano.
Tras el abordaje pirata, eufórico el presidente anunció: “El combustible y el buque nos los quedaremos” Para Estados Unidos, las guerras contra los piratas bereberes de cuatro estados islámicos, Argelia, Libia, Túnez y Marruecos, entonces asociados al Imperio Otomano, entre el 1801 y el 1815, fueron sus primeras batallas navales ajenas a las luchas por la independencia. Ello formó parte de los esfuerzos por poner fin, al menos en lo que respecta los buques estadounidenses, al saqueo por los piratas que desde la antigüedad asolaban las costas mediterráneas, capturando los buques, apoderándose de las cargas y tomando como rehenes a tripulantes y pasajeros.
Se estimó que entre los siglos XVI al XIX, más de un millón de europeos fueron capturados por los piratas berberiscos, quienes cobraron rescate o los vendieron como esclavos. Durante unos 15 años, Estados Unidos pagó por los rescates hasta que despachó un contingente naval que bloqueó Trípoli, actual capital de Libia, fundada en el siglo VII ANE por los fenicios, fue luego una posesión romana y de otros imperios y cuya resistencia obligó a los Estados Unidos a enviar sus mejores buques para rendir a piratas y gobernantes bereberes.
Como parte de los enfrentamientos, en el 1803, la Armada de Trípoli capturó al USS Philadelphia. El barco y su tripulación, incluido el capitán, fueron convertidos en rehenes y el buque utilizado contra los propios estadounidenses. En respuesta, mediante una operación nocturna, el teniente Stephen Decatur, al mando de un destacamento, abordó e incendió el Philadelphia, iniciando su camino a la gloria militar.
En el 1805, Trípoli cedió y los norteamericanos fueron liberados, aunque pagando un rescate en dinero. Contadas con profusión de elogios, las hazañas de Decatur, que participó en la captura o destrucción de unos 25 buques de piratas y corsarios, fueron reconocidas y elogiadas en Estados Unidos y Europa, incluso fue bendecido por el Papa.
Desde entonces, y hasta la fecha, Estados Unidos, que una vez fuera pionero en la lucha por la liberación del yugo colonial y sufrió el acoso de imperios y piratas, se ha envilecido y transformado en la mayor fuente de agresiones e injusticias en todo el mundo, acudiendo sin vacilar a prácticas que un día combatió, entre ellas la piratería. El episodio del abordaje y el secuestro del buque petrolero venezolano, realizado de modo espectacular y filmado como para impactar, es un baldón para sus Fuerzas Navales que ahora practican una modalidad de piratería de estado.