José Luis tiene 13 años y, hasta hace unos meses, vivía en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Salió de allá con su hermana Cecilia, de 16, luego de que un hombre del mismo estado les ofreciera llevarlos a esta ciudad con la promesa de una vida mejor. Les habló de trabajo, comida y un techo seguro, pero la realidad fue otra.
Noticia Destacada
Clima de Cancún este 24 y 25 de mayo: ¿Seguirán las lluvias para el fin de semana?
Hoy, forma parte del grupo de 16 menores chiapanecos rescatados por la Fiscalía General del Estado (FGE) y la Guardia Nacional, tras una operación que reveló un caso de explotación laboral en la Supermanzana 67.
Cada día, José recorría varios kilómetros sobre la avenida José López Portillo, desde El Crucero hasta Telebodega, empujando un triciclo con pozol durante más de ocho horas bajo el sol. A cambio, recibía solo 100 pesos diarios y dos comidas. No sabía exactamente cuánto generaba su venta, pero las autoridades confirmaron que el producto podía generar hasta dos mil pesos por jornada. El resto del dinero no era para él. Su vida se resumía en caminar, vender y resistir el calor.
José dejó la secundaria con la esperanza de ayudar a su familia. Sus padres permanecieron en Chiapas, sin conocer realmente las condiciones en las que sus hijos estarían viviendo. Para él, el trabajo no era algo malo. Lo veía como una oportunidad, como lo único que tenía. Decía que le gustaba, pero nunca habló de juegos, amigos o escuela. Su día a día giraba alrededor del triciclo, el sol y la obligación de vender.
Vivía con su hermana en una de las casas aseguradas por las autoridades. El hombre que los trajo, identificado como Antonio “N”, fue detenido junto a otro sujeto, acusado de atraer a menores con engaños para explotarlos laboralmente.
Ambos eran originarios de San Juan Cancuc, Chiapas, y aprovechaban su cercanía con las comunidades para ganar confianza. A José lo convencieron diciéndole que tendría un trabajo bien pagado, sin hablarle de las jornadas agotadoras ni del aislamiento en el que terminaría.
Parecía que los jóvenes trabajaban con miedo. Cecilia, hermana de José Luis, siempre estaba a la defensiva: grababa a cualquier persona que se le acercaba para hablarle y notificaba a Antonio “N” sobre cualquier movimiento extraño. Evitaba hablar sobre sus jornadas laborales y las condiciones en las que vivía.
Ella tenía un puesto de pozol frente al ADO, cerca del Soriana. Siempre sostenía su teléfono, enviando mensajes o comunicándose con su patrón y su hermano en tzotzil, su lengua originaria de Chiapas.
Durante el cateo, los agentes encontraron a José y otros menores en condiciones precarias. Dormían hacinados y no contaban con espacios adecuados para su edad. No había libros, ni juegos, ni rastros de una vida infantil. Solo platos, camas improvisadas y herramientas para preparar pozol. Su rutina era la misma cada día: salir temprano, vender lo más posible y regresar sin fuerzas.
Al hablar con José, recordó con emoción el único día que pudo ir a la playa. Dice que el mar era muy azul y que le gustó mucho. Lo cuenta con una sonrisa breve, como si por un momento se le olvidara todo lo demás. Fue la única salida que tuvo en Cancún fuera del trabajo. A veces comía pollo asado, su comida favorita, pero casi siempre eran los mismos platillos. No tenía tiempo ni dinero para mucho más.
No hablaba de juguetes ni fiestas, lo único que decía era que quería seguir trabajando. Era lo que había aprendido desde que llegó, pero no por voluntad propia, sino porque no conocía otra opción.
Noticia Destacada
Maltrato animal en Cancún: Husky pierde la vida por presunto abandono y desnutrición, tras ser rescatado de un domicilio en la SM 222
Ahora, bajo resguardo de las autoridades, su historia forma parte de una investigación más amplia sobre redes de explotación laboral infantil que operan desde Chiapas hacia el Caribe Mexicano.
José Luis no eligió ese camino. Fue llevado con promesas falsas y puesto a trabajar en condiciones que ningún niño debería enfrentar. Su caso no es único, pero ayuda a entender lo que hay detrás de los triciclos, los vasos de pozol y las sonrisas cansadas de menores que recorren las calles vendiendo bajo el sol.
JGH