Cristóbal León Campos
I
Un gran poeta de Nuestra América fue Pablo Neruda, su Canto General es obra maestra de la poesía y síntesis de nuestra historia, qué dolor y esperanza conjugadas en poema, no por menos el propio Ernesto Guevara (antes de ser el Che) le recitó a Fidel Castro al conocerlo en México en casa de María Antonia, un párrafo formidable que resume la trágica intervención imperialista de los Estados Unidos sobre los países centroamericanos, letras cargadas de memoria y dolor que dicen: “Cuando sonó la trompeta, estuvo todo preparado en la tierra, y Jehová repartió el mundo a Coca-Cola Inc., Anaconda, Ford Motors, y otras entidades: la Compañía Frutera Inc. se reservó lo más jugoso, la costa central de mi tierra, la dulce cintura de América”.
¿Cómo olvidar cuánto ha costado la libertad a nuestros pueblos? ¿Cómo no pensar en lo justo de quien ha alzado la mano y dicho basta, cómo olvidar a quienes se ofrendaron por nosotros? El mismo Che le hizo saber a Neruda de la influencia ejercida por su poesía, a tal grado, que al ser capturado y asesinado por el ejército boliviano, en su mochila llevaba una edición del Canto General, misma que a juzgar por su aspecto físico era leída recurrentemente. ¿Sabrán los poetas la forma en que influyen? ¿Serán conscientes de que cada verso puede guiar incluso al alma más rebelde? Neruda lo sabía, dedicó sus versos a la libertad y a la consagración de un ideal. El mismo se sorprendía cuando al llegar a recitales en fábricas y talleres llenos de obreros cansados por la jornada en una sola voz repetían sus versos con esperanza. No por nada “La poesía es un arma cargada de futuro” como dijera el español Gabriel Celaya.
II
No concibo a la historia como resultado de la casualidad, creo en el carácter material de la vida humana y, por tanto, concibo que los actos humanos se entrelazan para dar lugar a los grandes procesos de los pueblos y las llamadas civilizaciones. No hay hecho divino en ello, son las necesidades materiales las que han inspirado el movimiento de la rueda de la historia, es su satisfacción la que ha conducido a los humanos a generar e inventar, a desarrollar el pensamiento y construir a lo largo del tiempo formas diversas de organización y de relación entre sí, son las ideas resultado de la praxis, es la praxis expresión consciente del desarrollo de la humanidad, es la historia su fiel testigo que documenta esa realidad.
Procuro alejarme de las interpretaciones simplistas de la historia que sólo dan lugar a especulaciones e incluso, de manera perversa, a manipulaciones conscientes, que generan una idea favorable para quien manipula o modifica abiertamente los hechos de la humanidad. He dado lugar en mi vida a la confrontación de toda manipulación, creo firmemente en la necesidad de combatir a quienes de una u otra forma tergiversan realidades para beneficiarse de ello, mucho más, a quienes hipócritamente se reivindican como los portadores de verdades y se adjudican un pedestal autoconstruido.
En algún momento he dicho que “rechazo de mi vida las modas intelectuales”, que no formo parte de quienes por conveniencia se acomodan para ocupar un lugar entre los “intelectuales” del momento, no tengo nada de pureza, no soy “puro”, soy irredento, tal como lo es el amor que tengo por la humanidad. Creo en el futuro de la humanidad. Ese sentimiento de fuego calcinante que me mueve, es del mismo tipo del que genera un gesto amable entre tanta desesperanza. Limpio, sin vacilaciones, sin claudicación, es en suma la expresión libre de mi deseo de perpetuidad. No se sabrá de claudicación alguna, como no se sabrá de algo que se oculte para congraciar al petulante poderoso, no hay lugar para el silencio ni para el cansancio, mi ser se consume por la memoria de nuestros pueblos.
En una modesta aspiración pretendo colocar un grano de arena en la montaña analítica tan necesaria en nuestros días, para la construcción de una alternativa de sociedad, que no se rija por la explotación del hombre por el hombre. Así es como concibo la reflexión histórica y su función. Lucian Febvre, historiador francés que luchó contra el fascismo y creó la Escuela de los Anales junto a Marc Bloch, lo simplificó con estas palabras: “organizar el pasado en función del presente, eso es lo que podría denominarse función social de la historia”. La coyuntura actual por la que atravesamos nos exige tener una posición clara y comprometida con las necesidades sociales, nos demanda asumir la historia como un elemento generador de crítica y conciencia que sirva a la plena realización humana.
Creo firmemente en el hecho objetivo de la vida, y por tanto, acepto la necesidad de la objetividad en nuestras reflexiones, la pluma no puede regirse por falsedades. Pero no soy hipócrita, no creo en la neutralidad, soy consciente de mis intenciones y de la intervención de mi subjetividad a la hora de actuar, así debe ser, no podemos regirnos por la falsedad. Si el amor debe ser limpio, el pensamiento debe ser libre. Mis actos se conducen por el ideal de un mundo mejor, por la esperanza de que vivamos en ese mundo humano tan soñado y por el que tanto se ha dado. La utopía conduce cada paso.
*Integrante del Colectivo Disyuntivas