Ariel Avilés Marín“Mas lo que yo vi y me halle en ello peleando,Como buen testigo de vista,Yo lo escribiré, con la ayuda de Dios,Muy llanamente, sin torcer a una parte ni a otra”Bernal Díaz del Castillo.“Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España”.
El periodismo es considerado por la preceptiva literaria, como un subgénero de la literatura narrativa; esta actividad comparte con la historiografía, la importante misión de dejar testimonio puntual y objetivo de los hechos ocurridos en un pasado que, puede ser remoto o reciente, pero que pertenece a una parte esencial de la vida y hechos del género humano. Entre la historiografía y la crónica existe una diferencia esencial, ésta está en el origen de su concepción, pues la primera es el producto de la investigación acuciosa, de la obtención de pruebas testimoniales, documentales, objetivas e irrefutables; y la segunda, tiene el valor arrollador de su carácter testimonial de los hechos consignados.
La crónica existe desde que existe el hombre, las formas testimoniales se han plasmado a lo largo de la historia humana desde los tiempos más remotos. Las llamadas pinturas rupestres, ejecutadas en las paredes naturales de roca, son verdaderas narraciones testimoniales, si bien son pictóricas, son crónicas por ser ese el lenguaje y el código de comunicación de los hombres de esas épocas remotas y primigenias. Las Cuevas de Altamira, en Cantabria, España, son muestra de ello, y datan de una antigüedad de más de treinta y cinco mil seiscientos años.
Aedas y rapsodas, en la antigua Grecia, fueron cronistas de su época, testigos de calidad de las grandes epopeyas que legaron a la posteridad, pero que, esencialmente, no dejaron de ser crónicas, sin perder su carácter de poemas épicos del más elevado tono. Las producciones de estos narradores, datan del S. VIII A. de C. La antigua biblioteca del rey Asurbanipal II, en la ciudad de Ur de los caldeos, albergaba en su valioso acervo, doce tablillas de arcilla, con escritura cuneiforme, esta era la “Epopeya de Gilgamesh”, esencial poema épico de la cultura mesopotámica; esta genial narración es también una crónica de época y se le atribuye una antigüedad que se remonta al S. VII A. de C., aunque consigna hechos ocurridos con una anterioridad de hasta dos mil quinientos años.
Roma, no es la excepción entre las culturas antiguas, y la crónica deja su huella profunda en los sucesos de expansión del imperio, allende la cordillera de Los Pirineos. Hasta antes del sorpresivo ataque a Roma, por parte del general cartaginés Aníbal, la cordillera de Los Pirineos se consideraba infranqueable para el ser humano; el arrollador arribo de los cartagineses por las cumbres, para caer sobre la Ciudad Eterna, removió las concepciones del mundo de entonces y lleva a Cayo Julio César a una apabullante conclusión: “Si los cartagineses han podido llegar a Roma por Los Pirineos, entonces Roma puede salir al mundo conocido por esa misma vía”; y siendo César un hombre de acción, puso en práctica esta conclusión, y al frente de las célebres Legiones Romanas, se lanzó a la conquista de todo el mundo conocido hasta entonces. Julio César era un hombre culto, y deja plasmada por escrito, la narración de esta expansión sin precedentes de una potencia del mundo de ese entonces. Su “Crónica de la Conquista de las Galias”, además de ser un exponente incomparable del género de la crónica, es un documento esencial del momento mismo de la concepción y génesis de la lengua española, pues en ese S. II A. de C., el contacto del Latín Vulgar (Sermo Vulgaris) que usaban los soldados romanos, con las leguas primitivas de la Península Ibérica, son el acta de nacimiento de la Lengua Española.
Catorce siglos consume el proceso de formación de la lengua española. En el S. XII, ya de nuestra era, aparece el “Cantar de Mío Cid”, monumental creación de la poesía juglaresca, que nos muestra una lengua española ya formada, mas no desarrollada. Esto, tomará unos cuatro siglos más. Los romances del Cid, también son crónicas, los humildes y trashumantes juglares, cronistas eran, y llevaban de pueblo en pueblo las noticias de los sucesos más trascendentes del mundo de entonces. Su labor de narración e información llenan toda una época de oro en el género de la crónica.
La llegada de Colón al Nuevo Mundo cambia el rumbo de la historia universal. El proceso de la conquista de los territorios descubiertos, da lugar a nuevas y valiosas crónicas que han de dejar importante testimonio de lo sucedido en estos lares del Hemisferio Occidental. Algunas crónicas tienen un profundo valor por su acuciosidad, certeza, narración fidedigna y veraz de los acontecimientos que se vienen encima; otras, por el contrario, resultan deformadoras y distorsionadoras de la realidad de América. Todas son valiosas, las unas y las otras, las veraces y las falsarias, pues del cruce de sus informaciones, sale a relucir la verdad prístina de la realidad americana. De este período de nuestra historia se ha de destacar a algunos autores, tales como Bernal Díaz del Castillo, el propio Hernán Cortés, Francisco López de Gomara, Bernardino de Sahagún y otros más, dejan en sus crónicas testimonios valiosos de cómo se integró la Nueva España, con ella el Virreinato y, finalmente, nuestra república. La integración de México como nación, está fielmente relatada, paso a paso en las crónicas de estos narradores.
Bernal Díaz es un cronista honesto, pero no totalmente confiable, él mismo, confiesa que lleva a cabo su labor de narración, a los ochenta y cuatro años de su edad. Su voluntad puede ser honesta, pero su memoria, por el tiempo transcurrido, le puede hacer poner inexactitudes o distorsiones en el texto de su obra, sin embargo, su visión maravillada ante la majestad de la gran ciudad de Tenochtitlan es sin duda ninguna un tremendo testimonio que contrasta el obscurantismo imperante en el viejo mundo, con la concepción arquitectónica avanzada e insospechada para los europeos, del concepto de “una gran metrópoli”. Ubiquemos que, al nacer el S. XVI, Madrid es una villa de carretas y calles lodosas y no la gran ciudad que hoy admiramos, en tanto la capital de los mexicas, era una urbe moderna, con acueductos, calzadas empedradas y una urbanización desconocida entonces en España. Y Díaz del Castillo lo alaba sin reservas y con deleitada admiración.
Las Cartas de Relación, de Hernán Cortés; la Historia General de las Indias, de Francisco López de Gomara; la Historia General de las Cosas de la Nueva España, de Bernardino de Sahagún; crónicas son, pues son narraciones testimoniales, sus autores son testigos a visu e incluso actores de los sucesos narrados.
Al inicio de este trabajo señalamos la diferencia entre la concepción de la crónica y el resultado del trabajo de historiografía. Vale la pena contraponer estas obras citadas de los conquistadores y los cronistas de indias, con la también esencial obra del Mtro. Miguel León Portilla, La Visión de los Vencidos. La toral obra de León Portilla, en contraposición con las de los cronistas, no es una narración testimonial. Es el producto de años de profundas, acuciosas y puntuales investigaciones que le llevan a concebir conclusiones basadas en toda las fuentes consultadas, todos los legajos abiertos, todos los documentos revisados, le han permitido al historiador reproducir la visión de los conquistados, su sentir, sus posturas, sus quejas, sus emociones, su visión general. Su obra, desde el punto crítico de una visión esencialmente científica y formal, es perfecta y plausible, pero no es testimonial. Crónica e historia, son variaciones de géneros semejantes, pero no iguales; su diferencia profunda está en su concepción misma. El cronista narra y escribe lo que ve, lo que le toca presenciar; el historiador, consigna lo descubierto, lo obtenido de sus investigaciones y consultas. El historiador navega entre cerros de documentos y fuentes diversas; el cronista navega por su propia memoria. Ambos tienen méritos indiscutibles, pero diferentes.
Regresando en el tiempo. Crónicas encontramos en las formas más disímbolas e increíbles. Las piedras labradas del antiguo Imperio Egipcio, como la famosa Piedra Rosette, son crónicas de épocas y gestiones de sus reyes y faraones. Las grandes estelas de piedra de los antiguos mayas consignan hechos y sucesos históricos y trascendentes para esta cultura, dejan testimonio de hechos de gran importancia, luego entonces, crónicas son también. Lo poco que se ha logrado interpretar de los códices mayas nos dan la noticia de que ellos también son obra de cronistas de esa época.
La crónica es un género literario con características propias. No toda cita de hechos presenciados merece el calificativo de crónica. Hay gente muy competente y talentosa en lo suyo, que es la nota periodística. La nota que consigna una puesta teatral, una interpretación de un ballet, un concierto musical, el estreno de una cinta cinematográfica, son eso, notas. Si a esta nota se incorporan el uso vívido de una narración, la aplicación de símbolos, metáforas e imágenes, si se cambia el lenguaje correcto, estricto y coloquial, por el lenguaje figurado, se logra transmitir una vivencia al lector, se despierta una emoción profunda en quien tiene en sus manos el texto; entonces, y sólo entonces, la nota asciende de esa categoría a la de crónica. Y ese, es un plano superior en el periodismo.
Cultivar la crónica significa un dominio y manejo del lenguaje figurado de una cultura general profunda que permita salpicar la narración del hecho con citas y símiles que le den amenidad y una forma literaria. El manejo superior del lenguaje es el que ha de permitir al autor transitar de la nota sencilla y correcta, a la crónica sabrosa y con espíritu. En días pasados, hace apenas semanas, tuve la oportunidad de leer la crónica de los paseos del Carnaval de Progreso (Esperemos que nunca Puerto Yucatán) de un compañero que está integrando esta mesa. La crónica de Rafael Gómez Chi, aquí presente, fue una crónica genial, sabrosa, ramplona a veces (donde el tema y circunstancias lo pedían), profunda, y, lo más lindo; como la publicación estaba en Facebook, después de la nota, me divirtió profundamente la sarta de descalificaciones a la misma; desde luego provenientes de “espíritus refinados”, almas delicadas y exquisitas, gente “fifí” que se incomodó ante las expresiones emanadas de una auténtica voz del pueblo. ¡Bravo Rafael, más crónicas como esa!
En el ámbito de nuestra ciudad. Esta ha tenido cronistas muy importantes y distinguidos; algunos con el reconocimiento oficial, y otros sin él, pero todos haciendo labor por la memoria escrita de esta “Nuestra Blanca Ciudad de Mérida”. El primero de ellos, el primer cronista oficial y vitalicio de Mérida, lo fue el distinguido escritor y periodista, Don Renán Irigoyen Rosado. Renán Irigoyen dedicó su vida entera a rescatar la memoria de la ciudad, hasta sus raíces más profundas. Y todo esto, como sigue siendo lo usual, sin el apoyo oficial que esta albor debería implicar. Renán decide ir a investigar al Archivo General de Indias, en Sevilla, España, y, claro, no cuenta con el apoyo oficial. Renán no era de esos espíritus que se amilanan ante la adversidad; toma una dura decisión, vende al rico industrial Cabalán Macari su maravillosa, amplia y valiosa biblioteca, y con esos fondos marcha a su proyecto. Regresa de allende el mar, con un dato de profundo valor. El 6 de enero de 1979, en la Sesión Solemne de Cabildo, y siendo alcalde otro integrante de esta mesa, el Lic. Gaspar Gómez Chacón, Renán Irigoyen revela a los habitantes de Mérida, la de Yucatán, que su nombre fue sugerido a Francisco de Montejo el Mozo, por un militar extremeño, natal de la Mérida española, el capitán Francisco de Almanza, pues las ruinas mayas de Ichcansihó, le han traído a la memoria las romanas de su Mérida natal. Trece años más tarde, otro cronista, éste no oficial, Luis Espejo y Valdelomar, trae del Archivo General de Indias, de Sevilla, España, el facsímil del documento original por el cual el rey Felipe III concede a Mérida su escudo, con torre y león de oro. Con el apoyo de la Liga de Acción Social, Espejo publica su libro: “El Auténtico Escudo de Armas de la Ciudad de Mérida” que ve la luz el 6 de enero de 1992, en el 450 aniversario de la fundación de la ciudad; publicación que levanta ampolla, pues el ayuntamiento de entonces, ha hecho modificaciones incorrectas a nuestro escudo de la ciudad.
Es justo mencionar también, a dos de los integrantes del actual Consejo de Cronistas de la Ciudad de Mérida: el Mtro. Jorge H. Alvarez Rendón y Don Juan Francisco Peón Ancona, cuya incansable y valiosa labor de crónica han enriquecido la historia local. Al Mtro. Jorge Alvarez debemos su ameno libro: Narraciones de las Esquinas Tradicionales de Mérida, que ya va por la segunda edición, pues la primera se agotó con gran rapidez. Don Juan Peón, durante largos años publicó sus sabrosas: Chucherías de la Historia, en las que con gracia y sabor nos ponía al tanto de hechos, sucesos y tradiciones de una Mérida que fue y que sigue viva en la memoria popular. Cronista sin título, lo fue también el Dr. Eduardo Urzaiz Rodríguez, cronista literario y gráfico que dejó un valioso legado en su Reconstrucción de Hechos, publicada bajo el pseudónimo de Claudio Mex. Otros nombres también merecerían ser citados aquí, pero ante la posibilidad de omitir involuntariamente a alguno, les hacemos un reconocimiento colectivo y general.
La crónica es un género literario y periodístico al que se llega con el ejercicio del mismo. Hay que escribir, hay que meter la pata, hay que saber reconocerlo, día a día nuestro trabajo se irá depurando por el ejercicio mismo de su práctica. Hay que escribir mucho, escribir siempre, no desanimarse por fallar. Hay que recordar que nadie nace sabiendo, y que, echando a perder, se aprende. Crónicas, crónicas, crónicas, ¡hay que llenar muchas planas de crónicas!
*Ponencia presentada por el autor en el Congreso de Periodismo del Periódico POR ESTO! 2019.