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Yucatán

La OSY en tres tiempos del Club Campestre

Primer Tempo

Decía la socialité española Isabel Presley que para asistir a una cena en palacio hay que ser muy puntual e ir con una buena compañía porque el besamanos es lento y hay que esperar más de noventa minutos para ingresar al comedor de palacio.

Algo similar se vivió anoche 8 de mayo en el Club Campestre, pero desde el estatus vehicular, pues mucho antes de la nueve de la noche una larga fila de coches esperaba con parsimoniosa calma y orden su ingreso al estacionamiento del famoso y tradicional club.

Los guardianes del “parking” se comunicaban entre sí con cierta ansiedad con el fin de manejar muy bien ese exceso vehicular y de no molestar a ningún conductor de los elegantes vehículos que traían a personas con el entusiasmo necesario para una velada con la OSY.

“Si ya está lleno ahí atrás, vengan para adelante, hacen falta”, gritaba un joven que parecía ser el jefe de los cuidacoches. Eran apenas un cuarto para las nueve.

Segundo Tempo: el ingreso al local y el público

No había cola para entrar al lugar donde se efectuaría el concierto. Ahí, nomás tras la puerta principal estaba todo el barullo, esas voces que se elevan hasta el techo de un espacio y se convierten en un rumor tan especial y fuerte, que si uno se concentra puede escuchar con claridad algunas alocuciones.

Es el momento de ver a los cuates que hace mucho que se veía, es ocasión de ir de un lugar a otro y estrechar manos, brindar abrazos y palmear espaldas para luego iniciar el ¿cómo has estado?...etc.

Hay un contento especial. Mucha gente voltea de un lado a otro, levanta la mano en plan de saludo. Las bocas se acercan a las orejas para trazar un comentario. Todos están vestidos con confort y casual. Están en su medio, en el lugar al que asisten con frecuencia so pretexto de cualquier fiesta social. Son cientos de personas. A pesar de ello, todo está bajo control y la gente fluye a sus sillas sin contratiempos. La organización es exquisita.

Tercer Tempo: la orquesta

Los músicos están enfrente de sus atriles con mucha antelación. Sus sonrisas se traducirían en el contento de estar enfrente de la gente acomodada de Mérida, de los pudientes, de los macucos. Todos ellos están casi al nivel de la audiencia. Algunos preludian. Otros se miran y balbucean palabras con voz sorda. Un parpadeo de luces nos avisa en qué llamada vamos. Se excluyen parte de las luminarias y entendemos que vamos en la segunda llamada. Se asoma Christopher Collins (concertino) e indica con su presencia que el concierto iniciará. Le aplauden a satisfacción. Se asoma Lomónaco, camina como por una pasarela recibiendo muchos aplausos. Pareciera que le reconocen una proeza. (Ritorna vinchitore).

Inicia una breve marcha musical. Corresponde a Superman. Junto con la música se inicia el video con imágenes del hombre de acero naciendo y volando de adulto. Inmediatamente, el Parque Jurásico, banda sonora un minuto menor que la inicial. Y como final del primer bloque, el tema de Harry Potter que tardará 24 minutos. El esquema es el mismo que el del principio. Mi cerebro (no lo puedo evitar) comienza a cuestionar todo aquello. ¿Por qué si tocan estas piececitas, no involucran en otros conciertos obras mexicanas, yucatecas, oaxaqueñas, poblanas, a las cuales parece minimizar el confeccionador de los programas de nuestra orquesta? ¿Por qué si salen del Peón para ir a un elegante club, no salen al interior del Estado “para seguir ofreciendo música del más alto nivel de excelencia al público yucateco (y) continuar consolidándonos como un referente cultural y social en nuestro Estado?”

Finale

Todos están a gusto. Los melómanos están en su justo nivel. Los aplausos no se escatiman. Yo me arrugo, me saltan preguntas y respuestas y concluyo en que me la paso mejor en los conciertos del Peón Contreras donde, sin trozos de películas, la OSY le da felicidad a mi cultura, mis conocimientos, mi esencialidad de humano dedicado al arte y su desarrollo en la imaginación.

(Víctor Salas)

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