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Yucatán

De pesos y medidas

Ariel Avilés Marín

De nuevo un conflicto social ha vuelto a aflorar, los objetivos encontrados y divergentes de dos grupos de nuestra sociedad, de nuevo, nosotros y los otros. Ya antes he tocado el tema y en él he reconocido que la razón les asiste, en algunos aspectos a unos, y en otros a los otros. La cuestionable del asunto es la acción de las autoridades, pues su deber es ejercer sus funciones en beneficio de todos, o sea, los otros no deben pesar en su ánimo más que nosotros. Y, lamentablemente, no es así, y es cuando concluimos que, los otros, pesan más que nosotros.

Paso a citar los antecedentes del caso. Un viernes por la noche, una avalancha de dependencias oficiales se apersonó en La Mezcalería, claro, por coincidencia (SIC), cada una, en el ámbito de su responsabilidad, efectuó su revisión y, por no tener su botiquín en regla, el establecimiento fue clausurado; desde luego, posteriormente reabrió sus puertas como hasta hoy. Lo cuestionable del caso fue que, con toda celeridad se dio curso a una queja de habitantes del rumbo, todos ellos extranjeros, los cuales, dicho sea de paso, tienen todo el derecho de vivir en santa paz, máxime que han hecho un meritorio rescate de antiguas casonas del Centro Histórico.

Posteriormente, un inglés intolerante convocó a una junta de vecinos, a la cual me invitó y se disgustó mucho, no sólo porque no asistí, sino porque le externé mi desacuerdo con lo que pretendía, y me dejó con la palabra en la boca diciéndome burlonamente: ¡Le felicito! De dicha reunión se derivó una activa campaña con mantas colgando de las ventanas de las casas de los inconformes, con leyendas como: “El respeto al derecho ajeno es la paz” o “queremos dormir”. Muchas de esas mantas permanecen colgadas aún en casas en las cuales, a mucha distancia a la redonda, no hay un solo establecimiento que pueda emitir siquiera algún crujido que perturbe el sueño de sus moradores. En referencia al asunto expuse, con números probatorios, la enorme cantidad de familias locales que tienen su sustento del trabajo que generan esos establecimientos. Se llegó a una decisión salomónica y los establecimientos siguen funcionando. El inglés intolerante ha volcado su encono contra los humildes panaderos que, por las tardes llegan en sus triciclos ofreciendo su producto con una trompetita de perilla de hule. Es muy cómico verlo todas las tardes sentado en un sillón, a las puertas de su casa, a partir de las cuatro, para encarase con cada panadero que pasa, para exigirle que silencie su trompetita. ¡Qué ociosidad! ¿No tendrá calor?

Ahora, la antigua tradición de muchas generaciones, la de los talladores de piedra de Dzityá, es el nuevo blanco de las agresiones de los otros. Este es un caso un tanto espinoso, en él hay varias interrogantes que hay que desentrañar.

Por principio de cuentas, la talla de piedra artesanal en Dzityá data de muy antiguo; recuerdo la primera vez que fui y admiré los trabajos hechos por estos hombres, herederos de una de las más ilustres artes practicadas por nuestros padres mayas. Fue en 1966; entonces se llegaba a este pueblo por una vereda en pleno monte, que partía de la Hacienda Tanlum, no existía camino petrolizado que llevará a esta comunidad. Uno sabía que ya estaba llegando porque el monte se tornaba blanquecino, y esto era por el fino polvo que desprende el tallado y pulido de la roca calcárea de Yucatán; de manera que Dzityá es un pueblo polvoriento de muy antiguo. Ya en tiempos recientes, al tallado de piedra se ha agregado el arte del torneado de maderas duras. Año con año, en los últimos tiempos, el pueblo de Dzityá en pleno celebra una feria de artesanías en piedra y madera, y esta feria atrae a una gran cantidad de gente, propios y extraños, y ha sentado ya patente de tradición.

Muy pronto los especuladores de bienes raíces, que son muy avezados, y abusados, pusieron los ojos sobre los amplios terrenos que fueron antiguos henequenales y que rodean el risueño pueblo de Dzityá; e ipso facto los empezaron a ofrecer a extranjeros que vienen a buscar la paz del campo. Surge la primera pregunta ¿cómo fueron adquiridos estos terrenos? Por quién sabe qué artimaña, pues eran ejidales. Con convincentes campañas publicitarias ofrecían a los extranjeros la posibilidad de vivir “casi en el paraíso”. Obviamente, omitiendo el pequeño detalle de las finas nubes de polvo de piedra de los talladores de Dzityá. La segunda pregunta. ¿Quién dio los permisos para establecer en esos terrenos una zona urbana? Sabiendo que la nube de polvo de piedra es una realidad cotidiana y permanente. Esto hace de este caso, un caso espinoso.

Por otra parte, son muy sonados los casos de las controversias de intereses entre varios pueblos originales y las granjas porcícolas, que, probado está, causan una grave y profunda contaminación a las aguas de estas comunidades. Movimientos masivos y recursos legales apenas han logrado pálidos triunfos en estos casos. Muy sonada fue la negativa, en el caso de Homún, para ir a constatar si la mega granja de cerdos estaba o no funcionando. De nuevo, cuando los otros pesan más que nosotros.

La nueva, aromática y espesa laguna a la vera de Kinchil ha puesto de relieve, de nuevo, estos intereses encontrados y contrapuestos entre una comunidad toda, y los intereses de un grupo económicamente poderoso. Uno se cuestiona: si en estos casos está de por medio la salud de un pueblo entero ¿por qué no ha sido atendido el caso con la celeridad con que se debiera? A contraparte, un grupo de extranjeros y gente de clase acomodada se queja de unas condiciones que ya de suyo existían de muy antiguo en el lugar, y de inmediato, sin inspecciones de por medio, sin un proceso administrativo, ¡zaz! Se clausura una serie de talleres de tallado de piedra, sin tomar en cuenta su tradición, su antigüedad, que son el sustento de familias que, por generaciones han desarrollado ahí esa actividad. Además, estos talleres generan obras de arte. Las últimas esculturas del reconocido artista Jesús Peraza Menéndez han sido procesadas ahí, en esos talleres. Nada de esto se tomó en cuenta. Nuevamente, los otros han pesado más que nosotros.

Nos hemos encontrado con la noticia reciente de que personal que se supone es del Ayuntamiento de Mérida, no lo sabemos, pues nunca se identificaron, ha retirado los sellos de cancelación. Ninguna autoridad ha dicho esta boca es mía, al respecto. ¿Será que, quienes con toda celeridad procedieron a ordenar estas clausuras se han percatado de su incorrecto actuar? No lo sabemos, quizá nunca lo lleguemos a saber. Lo cierto es que, nuevamente, los otros han pesado más que nosotros; que existe dos pesas y dos medidas, y eso, socialmente… ¡Es muy lamentable!

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