Pilar Faller Menéndez
¿Alguien puede decir que nunca ha escuchado estas frases?: “Lo bajaron del cerro a tamborazos”, “Pelo a la cintura naca segura”, “Se fue como las chachas” y muchas otras que forman parte de nuestros dichos, los cuales, sin reflexionar, no nos damos cuenta que denotan un racismo del que no somos conscientes.
Nuestra postura al racismo que se vive en el vecino país nos causa indignación, y hasta incredulidad, pero aunque nos duela, hay en México un racismo sistémico que después de 500 años todavía existe en nuestro país y muy arraigado, pero parece ser que esto no nos convence, y por lo tanto negamos este hecho, como si no se presentara como algo evidente y nuevo.
Existe una evidencia irrebatible que fue publicada por el módulo de movilidad social intergeneracional en la Encuesta Nacional de Hogares de 2016 del INEGI, que a tres años de haberse publicado, es casi seguro que continúa vigente a pesar de que muchas voces públicas lo niegan.
Tanto el color de la piel, como las lenguas maternas capturan esas diferencias sociales que muchos imponen, pero que son una copia de dinámicas complejas que se reflejan en actitudes y prácticas semejantes a nuestro país vecino del norte, lo cual no ocurre exclusivamente en México, ya que esto se comparte con otros estados latinoamericanos.
El antropólogo Hugo Nutini, en la revista de antropología social de la Universidad de Pittsburgh, publicó un artículo en 1997, en el que describe la forma como operan la etnicidad y la clase en el contexto urbano mexicano. A 22 años de esta publicación, el texto se considera todavía valioso en su interpretación y sobre todo, rescata una reflexión que muchos deberíamos hacer.
México está formado por el mestizaje que se dio en la Conquista, y somos producto de diversas mezclas, en las que el color de la piel y la raza están relacionados con la asignación de poder, valores y sentidos sociales arbitrarios que han variado con el paso de tiempo, pero que todavía persisten y se palpan en el ridículo valor que se da a las clases sociales, en las que la llamada clase social alta, se mofa de algunas palabras, formas de vestir y hasta de alimentarse para diferenciarse de ellos.
¿Quién no ha escuchado la palabra “indio” como un peyorativo hacia algún indígena por haber hecho algo que no nos parece? De hecho, tenemos un dicho en el que plasmamos el racismo que muchas veces negamos: “No es culpa del indio, sino del que lo hace compadre”, lo que aclara así la visión que tenemos de ellos y el lugar que les otorgamos en la estructura social en la que vivimos, porque nos consideramos de alguna forma superiores.
Nuestro pasado colonial fue transmitiéndose a través de las generaciones y es por esto que existen las clasificaciones de raza, clases sociales y la etnicidad, lo que muchas veces determina nuestras conductas e interacciones que han obligado a ciertos grupos a aceptarlas y todavía peor: a creer que tienen derecho de conducirse con aires de superioridad, como lo hacían y siguen haciendo, denigrando sus características étnicas, que manipulan sus percepciones para continuar con el sistema social racista cuya existencia muchos mexicanos todavía no aceptan.
El racismo que se vive hoy en día, va de la mano con los privilegios que goza un sector, pero como sugiere la socióloga Mónica Moreno Figueroa, la palabra racismo puede estar inmersa en otras denominaciones, como son el prejuicio racial y la discriminación, probablemente es por esta razón que estamos encasillados en que el racismo se dio en los Estados Unidos o en Sudáfrica, países que vivieron políticas abiertas de segregación.
México, después de la época de la Colonia, no ha llevado una política discriminatoria de Estado, sin embargo, bajo un velo invisible, aún existen prejuicios raciales y sociales que indican la presencia de una clase social que por el solo hecho de ser privilegiada se siente con el poder de discriminar y sentirse superior.
Sin entrar en polémica, y aceptando realidades, la diferenciación que hace la clase privilegiada a los demás solamente existe… no solamente en sutilezas como fue demostrado por la Encuesta Nacional de Hogares en 2016, sino en la apariencia de las personas.
Tenemos una política de privilegiar a las clases sociales más vulnerables, pero carecemos de una educación hacia la discriminación que no precisamente los excluye de algún privilegio, sino de la percepción y desdén con los que muchos miran y perciben a los indígenas y menos afortunados. Negar esto, sería mentirnos. porque es un hecho de que aquí como te ven te tratan.