Yucatán

“De la nada la pequeña bodega explotó”: Fabricante de pirotecnia de Hocabá narra su experiencia en el oficio

Don Gumersindo Ku heredó el oficio de fabricar pirotecnia en Hocabá desde hace 50 años.
La fabricación de pólvora en Hocabá involucra a toda la familia, desde niños hasta adultos
La fabricación de pólvora en Hocabá involucra a toda la familia, desde niños hasta adultos / Especial

La fabricación artesanal de fuegos artificiales ha consolidado a Hocabá como la capital de la pirotecnia en Yucatán, una tradición que se remonta a más de medio siglo. Si bien una decena de talleres operan bajo la regulación estricta de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), un exfuncionario público dio a conocer que la necesidad económica de la actividad ha propiciado un peligroso submundo y se estima que habría al menos otras 10 familias trabajando de forma clandestina, evadiendo las normas de seguridad.

Explicó que para muchos este oficio no es sólo una empresa, sino una estructura económica familiar y comunitaria. Cada taller ocupa a todos sus integrantes: mientras los adultos manejan directamente la pólvora, mujeres y niños se encargan de tareas como el ensamblaje y el amarre de los paquetes antes del destino final.

Además, esta actividad genera una especie de cadena productiva local, atrayendo a agricultores y niños que, en temporadas de alta demanda, se dirigen al monte para recolectar y vender los palos de tajonal, la madera esencial para el famoso cohete conocido como volador. El pago por esta materia prima, que varía entre 50 y 200 pesos, ofrece un ingreso extra a las familias campesinas.

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El testimonio de Cumitas

Don Gumersindo Ku actualmente en silla de ruedas y conocido cariñosamente como Cumitas, es un ícono de este oficio y heredero de una tradición que comenzó con su padre hace más de 50 años. Su cuerpo lleva las cicatrices del riesgo: ha perdido varios dedos en ambas manos debido a explosiones.

“La pólvora es impredecible, un pequeño descuido puede costar la vida o parte de un órgano como a mí,” relató don Gumersindo.

Recordó con dolor la tragedia familiar que marcó el inicio de este riesgo: su padre, del mismo nombre, solía dormir en la bodega de los voladores y una noche, después de fumar unos cigarrillos antes de acostarse, “de la nada la pequeña bodega explotó con él adentro”.

Él subrayó que en aquella época “no existía Protección Civil y tampoco se manejaban volúmenes grandes de pólvora como ahora”.

La tragedia de 2018, en la que fallecieron seis personas, incluyendo un niño de 11 años, intensificó drásticamente las inspecciones de Protección Civil. Como resultado, las autoridades exigieron trasladar los materiales y las bodegas a tres kilómetros de distancia de la periferia de la población, e impusieron medidas como mantener depósitos de agua cerca de los polvorines.

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“Lo que pasa con la pólvora es que es muy volátil, un error humano, un golpe o el calor pueden activarlo, lo que generaría una reacción en cadena de muchas pequeñas explosiones”, explicó el artesano. Este riesgo quedó nuevamente en evidencia con el siniestro del 11 de mayo del 2022, el cual sugirió que algunos productores podrían estar incumpliendo las normativas al mantener material cerca de sus hogares, evidenciando una falta de vigilancia efectiva por parte de las autoridades municipales y estatales.

Pese a los riesgos, el negocio genera buenos dividendos, atrayendo a más familias. Don Gumersindo, con más de 80 años, lamentó que la falta de pericia y la omisión de las medidas de seguridad sean las principales causas de los accidentes. Su clientela abarca “cada rincón del estado”, consumiendo productos variados como voladores, hiladas, lluvias de oro, tronadores, cascadas y el clásico torito, esenciales en las celebraciones de los gremios y fiestas en comunidades de Yucatán.