
Los voladores que se usan como demostración de fiestas civiles o religiosas en Yucatán han estado asociados, desde hace siglos, a graves incendios de estructuras fabricadas con materiales secos y flamables, tales como chozas e incluso tablados para corridas de toros.
Es por ello que estos artefactos fabricados con pólvora han sido evitados en muchas ocasiones para estas prácticas, debido al riesgo que representan para la población.
Los voladores existen desde el Yucatán Colonial. Son elementos asociados a celebraciones populares, y aunque no se sabe con precisión desde cuándo están presentes, consta su uso como forma de festejo desde principios del siglo XVIII.
El obispo de Yucatán, Juan Gómez de Parada, defensor de los indios en esa centuria, evidenció su preocupación por el uso de la pólvora en las fiestas patronales, dado que propiciaban incendios en las cabeceras que eran pueblos formados por una iglesia de piedra y decenas de casas o ripios de paja y huano, que con la mínima chispa ardían.
Consta en las constituciones del Sínodo Diocesano de 1722 lo siguiente: “Que dichas cofradías no se hagan comidas, cenas ni colaciones, corridas de toros, comedias, ni en los pueblos del obispado ni en los barrios de esta ciudad y villas —en que tanto peligro de incendios— con pretexto o motivo de cualquier solemnidad, fuegos, cohetes ni tronadores ni en fiestas profanas”.
Muchas fiestas religiosas se llevan a cabo durante el mes de mayo, cuando la sequía azota con fuerza la región, lo cual propicia que haya mayor riesgo de incendios durante la realización de festividades, y es por ello que se ha modificado con el paso de los años la cantidad de voladores que se usan, debido al peligro que representan, y como ha quedado claro en innumerables ocasiones en Yucatán.