
En Dzonot Carretero, Colonia Yucatán y Pocoboch, comunidades rurales del Oriente de Yucatán, las fumigaciones aéreas no sólo han arrasado con millones de abejas y han dejado en la ruina a decenas de apicultores. También han dejado una huella más invisible pero igual de alarmante: residuos de glifosato en la orina de niños y contaminación del agua subterránea.
Desde hace años, campesinos y productores han denunciado la aspersión de herbicidas con avionetas y helicópteros sobre grandes extensiones de cultivos, sin control ni supervisión. Aunque los daños están documentados, no hay responsables sancionados.
“Perdí más de 100 colmenas en 2018, fue como si el monte hubiera muerto. No sólo las abejas, también los cultivos. Todo quedó quemado por la sustancia”, recuerda don Moisés Hau, productor de la zona. “Tuve que mover las cajas, porque ya no era seguro para las abejas… ni para nosotros”.

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El problema se repite. En 2022, investigadores del Instituto Tecnológico de Tizimín detectaron residuos de agroquímicos, metales pesados e hidrocarburos dentro de la Reserva de la Biosfera Ría Lagartos, un área natural protegida. El uso indiscriminado de químicos ha llegado incluso a contaminar lagunas y el manto freático, por la poca profundidad del suelo en esa región.
Niños contaminados
Pero quizás lo más perturbador es el daño silencioso que estos productos dejan en los cuerpos humanos. Según el químico farmacobiólogo Jaime Rendón Von Osten, en un estudio realizado en 2022 se encontraron residuos de glifosato en la orina de varios niños de comunidades afectadas.
En Dzonot Carretero, de 58 muestras tomadas a niños en edad escolar, tres resultaron positivas a glifosato: dos niñas y un niño. En Kabichén, de 52 muestras, dos niños también dieron positivo. En ambas localidades se reportaron mortandades de abejas y la mayoría de los padres de familia trabaja en campos donde se aplican agroquímicos sin capacitación ni protección adecuada.
El mismo estudio reveló la presencia de glifosato en muestras de agua subterránea y de suelo, así como residuos de AMPA, uno de los compuestos tóxicos derivados de la degradación del glifosato.

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“Así como estos compuestos afectan la salud humana, también están diezmando a las abejas, sobre todo por el uso del fipronil, un producto que está prohibido en zonas apícolas y que sigue utilizándose en el campo yucateco”, advirtió Rendón Von Osten.
El uso de estos químicos ha significado pérdidas millonarias para los apicultores, sin que ninguna autoridad haya respondido con sanciones o reparación del daño. En Colonia Yucatán, Pocoboch y otras comunidades del Oriente, los apicultores han denunciado reiteradamente estos hechos ante las instancias correspondientes… sin respuesta.
“El problema es que nadie quiere tocar a los grandes productores, aunque sus métodos nos estén matando lentamente”, lamenta una mujer apicultora de Pocoboch, que pidió el anonimato. “Ni nuestros hijos están a salvo”.
Mientras tanto, las avionetas continúan surcando el cielo. Las abejas caen muertas, los cultivos perecen y el veneno se filtra en el agua que todos beben.