
Detrás de la estampa romántica de las calesas en Mérida hay una realidad cruel que ha encendido el debate público respecto al bienestar de los caballos.
Desde hace años, organizaciones y activistas por los derechos de los animales han denunciado las condiciones en las que operan esos animales. Bajo el Sol, caballos extenuados arrastran pesadas calesas durante largas jornadas, muchas veces sin acceso constante a agua, sombra o atención veterinaria. La situación se ha agravado en temporadas de calor extremo, al punto que algunos animales han colapsado en plena vía pública.

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Las calesas, también conocidas como calandrias, tienen su origen en la Mérida del siglo XVIII, cuando eran utilizadas por la aristocracia local. El diseño que ahora se conoce surgió entre 1875 y 1876, gracias al trabajo del artesano Juan de Dios López y posteriormente de Bartolomé Bermejo, quien introdujo modificaciones que les otorgaron un estilo más elegante y funcional.
Actualmente, los recorridos turísticos en calesa, que duran cerca de 45 minutos, parten de la Plaza Grande y cruzan lugares emblemáticos como los parques Santa Lucía y Santa Ana, hasta llegar al Monumento a la Patria. Pero el atractivo turístico ha comenzado a enfrentarse a la creciente conciencia social sobre el maltrato animal.

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En julio del 2022, la Comuna de ese entonces presentó seis calesas eléctricas como una alternativa para conservar la experiencia turística sin comprometer la salud de los animales. Cada unidad tuvo un costo de 500 mil pesos, con una inversión total de tres millones.
Sin embargo, a casi tres años de su presentación, esas unidades permanecen mayoritariamente inactivas por fallas técnicas, y no han logrado reemplazar a las calesas tradicionales. Los caballos siguen soportando el peso del turismo y las eléctricas arrumbadas.