
En las profundidades de la selva campechana, existe un ejido donde aún deambulan libremente el jaguar, el puma, el ocelote y el jaguarundi. Se trata de Nuevo Becal, una comunidad que ha hecho de la conservación su misión, convirtiéndose en un ejemplo nacional de cómo el desarrollo productivo y la protección de la biodiversidad pueden ir de la mano.
Desde 2018, este ejido ubicado en el corazón de Calakmul destina 50,689 hectáreas como Área Destinada Voluntariamente a la Conservación (ADVC). En una región clave para la biodiversidad de México y el mundo, Nuevo Becal demuestra que conservar no es solo dejar intacta la naturaleza, sino aprender a convivir con ella.
México conserva actualmente el 17% de su superficie terrestre. Sin embargo, como parte del Marco Mundial de Biodiversidad de Kunming-Montreal, ha adquirido el compromiso internacional de aumentar esa cifra al 30%. Para lograrlo, la participación de comunidades como la de Nuevo Becal es indispensable.
Monitorear la vida salvaje desde la comunidad

Con apoyo del Programa de Pequeñas Donaciones del PNUD (PPD-PNUD), el ejido implementó un ambicioso proyecto de monitoreo ambiental comunitario. La meta: demostrar que su principal actividad económica —el aprovechamiento forestal maderable— puede coexistir con la conservación de flora y fauna silvestres.
El proyecto incluyó la creación de un protocolo riguroso para observar la diversidad biológica en distintas zonas del ejido, evaluando el impacto de las prácticas productivas. Gracias a 32 cámaras trampa colocadas en áreas estratégicas, se han registrado especies como el tapir, el venado cola blanca, el pecarí de labios blancos y los cuatro grandes felinos del sur mexicano.

“Queremos demostrar que a pesar de tener actividades productivas, la fauna silvestre sigue presente y las áreas se regeneran de forma natural”, afirma Francisca Estrella Hoil, asesora técnica del proyecto.
Juventud, ciencia y selva: una fórmula de conservación
Uno de los pilares del proyecto ha sido formar brigadas comunitarias integradas por jóvenes, quienes se encargan del monitoreo y la recolección de datos. Con apoyo de expertos de la UAEMEX y la UNAM, han sido capacitados en técnicas como el fototrampeo, avistamiento de aves y rastreo de huellas.

“No sabía que en mi comunidad había tantas especies. Ver la fauna me motiva a seguir aprendiendo y conservando”, cuenta Josmar Israel Muñoz Morales, integrante de una de las brigadas.
Incluso tres jóvenes mujeres participan activamente en las labores de campo, desafiando estereotipos de género y sumándose con entusiasmo a la causa ambiental.
“Nos mueve el deseo de conocer nuestras tierras y ser parte de algo importante. No por ser mujeres vamos a quedarnos atrás”, dice Martha Muñoz Morales, orgullosa de su participación.
Una visión de futuro
Aunque el monitoreo de más de 50 mil hectáreas representa un enorme reto logístico y financiero, Nuevo Becal ha demostrado que la conservación liderada por la comunidad es posible y eficaz. Gracias al trabajo colaborativo y a una visión compartida de respeto por la naturaleza, este ejido ha logrado crear un modelo replicable para otras regiones del país.

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En un país donde las áreas naturales protegidas muchas veces se ven amenazadas por la tala ilegal y el crecimiento desordenado, el ejemplo de Nuevo Becal cobra aún más relevancia. Porque en sus selvas no solo habitan jaguares y pumas, también vive la esperanza de un futuro donde las comunidades y la biodiversidad puedan florecer juntas.