José Miguel Rosado
Nada importaba el sabor de tus labios.
Nada, el sudor que mojara tus sueños,
ni que otra lluvia bañara tu cuerpo,
ni que en delirio mi nombre olvidaras.
Nada importaba darte besos asesinos
que recrearan la noche de mi agonía;
nada saber que recorro senderos
de poros que se abren en recuerdo de otra flor.
Nada importaba que mi boca
en tus labios, de traviesa hechura,
se bebiera el veneno de la envidia,
¡Si tan mío lo sentía!
Por eso elegí morir en el intento
de mirarte en el horizonte yermo de tu vientre.
Y yo, que náufrago entre espinas
escogí los mares de tu entraña,
los mares que a tus muslos bañaban…
Que a tus muslos bañaban con el entero golpe
que entre ellos se metía… como un intruso
pensé…
Más tarde fue cuando supe que intruso era mi amor;
este amor irascible que se dolía de rabia
por la flor, por la mariposa…
Y las vi tan juntas, tan amantes.
Mientras yo bebía tu aventura.
Nada importaba.
Ni el sabor de tus labios,
ni que en ellos besara
la esencia de tu amor,
de tu verdadero amor, tu verdadero amor…