Conrado Roche Reyes
El siguiente personaje pertenece a la vida real. Lo considero el rey de la farsantería, el fraude y el cultivo. Entre sus múltiples fases, en su carrera de aventuras para no trabajar propiamente ha sido, y seguramente se me escapan algunas, CPA (capitán piloto aviador), cantante de ranchero; actor; padrote –esta sí no era de al “che tu tus”– sacerdote; médico; enfermo de ceguera casi total –que es de lo que hablaremos hoy–; cineasta galardonado en el Festival Internacional de Cine en Cannes, Francia; ingeniero, y como digo, muchas cosas más. Obviamente, tenía muchos alias para cada una de sus “profesiones”.
Sucede que vivía aquí en Mérida una mujer que no era muy agraciada, es más, podemos decir que era horrenda. De las familias que tuvieron muchísimo dinero, pero que aún conservaban su “talku” y dos apellidos de los de más abolengo en Yucatán.
La estaba dejando su último camión. A pesar de que se sabía que poseía, además de dicho “talku” (más tiene el rico cuando empobrece que el pobre cuando enriquece) y una enorme mansión, nadie se animaba. Tal era la fealdad de la pobre mujer. Nuestro personaje, sin pensarlo dos veces –hay que aclarar que el tipo era bastante galán y vestía inmaculadamente y con un rollo como para engañar al mismo Satanás– comenzó a enamorarla. Ella no cabía de gozo. Estaba flotando en nubes de azul nel blu dipinto di blu. El séptimo cielo. Este hombre tan guapo se había fijado en ella. Finalmente, se hicieron novios. Esto duró unos meses. Visita diaria.
Cierto día, el novio llegó a la mansión de su novia con una cara de tristeza terrible. Ella, acostumbrada a sus parloteos que la emboban, quiso salir de dudas y le preguntó la razón de su depresión. Él, con el rostro acongojado, casi descangayado le confiesa que padece una enfermedad de la vista, que irremediablemente iba a quedar ciego. Ella se echó en sus brazos llorando amargamente. Pero una luz de esperanza se dibujó en su no bella faz al comunicarle él que solo había una opción para salvarlo de la ceguera total. Una costosa operación en Houston. No tengo que explicar que el hombre no tenía absolutamente nada de enfermo. Era su cuento de hadas para sacarle dinero a Dulcinea. Ella sabía que la posición económica de él no era muy boyante y le ofreció pagarle todos los gastos de la operación, el viaje y todos los gastos que habría que hacer. Él, en un principio, se negó rotundamente. ¿Cómo él, todo un caballero, iba a permitir que su novia sufragara tal enorme cantidad de dinero? Pero ella tardó unos… tres minutos en convencerlo.
Finalmente, después de los preparativos pertinentes, toda la familia de ella y de él acudieron al aeropuerto a despedirlo. No sé con qué artes pasó al área restringida a los pasajeros, y se escabulló saliendo por la parte de atrás del aeropuerto.
El tiempo que duró en Houston (juar juar), ella y su madre se la pasaron rezando.
Finalmente el gran día llegó. Lo acompañaba un lazarillo, es decir, un compinche, del que el guapetón caminaba tomándole de los hombros, ya que tenía los ojos vendados. Quitarle la venda requería ser lentamente y en una habitación oscura. Ella le fue desatando esta. El hombre entonces ordenó que se fueran abriendo las ventanas poco a poco. La luz comenzó a entrar al cuarto. Él de pronto grito: “Veo, veo, ¡esto es un milagro!”. La mujer cayó de hinojos agradeciendo a Dios tal milagro.
El hombre, por supuesto, tuvo que dar tres viajes más a Houston para completar el tratamiento. La cuestión es que a ella ya se le habían agotado sus ahorros. Él, sutilmente, la indujo a hipotecar su enorme y bella mansión. Cosa que la mujer hizo de buen agrado.
Las visitas de antaño continuaron por un tiempo hasta que de un día para otro el galán como que se lo tragó la tierra. Por más que ella y su madre hicieron jamás volvieron a saber de él. Finalmente, fueron desalojadas de su propiedad, ya que estaban en la miseria más espantosa; incluso, la madre se infartó y vivió el resto de sus días en estado vegetativo.
Colofón: Dulcinea terminó en el hospital psiquiátrico, en donde no cesaba de repetir que había sido novia del hombre más guapo de Mérida. En ese mismo instante, el mismo sujeto gozaba de las hermosas aguas del Caribe hospedado en lujoso hotel, acompañado por un señor forro de mujer, que digo mujer, un mujerón, gastando dinero a manos llenas.
Y así como esta, les platicaré en otras entregas más hazañas de este gran farsante, cuya vida fue siempre una serie de mentiras; él mismo era una mentira viviente.