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Cultura

¿Qué será de los museos?

Iván de la Nuez

Hace un siglo, W. Cather describió al museo como un “depósito definitivo de la mortalidad, donde se juntaban todas las cosas muertas del mundo para hacer que las propias horas de juventud fuesen más preciosas”.

Cien años después de estas palabras, prácticamente todos los museos se están planteando un debate sobre su supervivencia. Y esto es así porque “la casa de la musa” pierde público y se parece más a un barco varado; abandonado por una nueva generación cuya cultura visual está a un click en sus pantallas, cada vez más alejadas de estos templos.

Quizá por ese motivo, los museos no tengan suficiente con exhibir imágenes. Ahora, además, es preciso que sean capaces de generar imaginarios útiles, novedosos y fiables de la cultura contemporánea. De ahí que sus colecciones deban nutrirse también de ideas, de esa zona no del todo tangible que abarque el conocimiento necesario para lidiar con un porvenir que ya está aquí.

Un museo del siglo XXI debe convertir lo óptimo en optimismo, y afianzarse como un imán antes que como una centrífuga.

Todavía más en estos tiempos, en los que muchos de los criterios que rigen el arte se han convertido en eufemismos insoportables; garantes de esa zona protegida que suelen alimentar los estereotipos. Así es esta época en la que un museo diseñado por un arquitecto famoso ya no se basta para cambiar la fisonomía artística de una ciudad. Ahora, esto tiene que ser capaz de conseguirlo una buena programación.

De lo contrario, la vieja casa de la musa dejará de funcionar como inspiración. El continente irá matando poco a poco el contenido, y el museo, en definitiva, quedará convertido en un mausoleo en el que pasaremos las tardes visitando mundos remotos, desconectados de este en el que sobrevivimos.

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