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Cultura

Todo para Alicia

Pedro de la Hoz

Clausura del Festival de Ballet de La Habana

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Las últimas imágenes del 26 Festival Internacional de Ballet de La Habana el martes 6 de noviembre no podrían ser más elocuentes: en una pantalla dispuesta para la ocasión en la sede principal del evento corrieron secuencias fílmicas de la Giselle, registrada para el cine por Enrique Pineda Barnet; del documental Espiral, de Miriam Talavera, y de un video-arte de Alejandro Pérez que funde danza, piano y testimonio visual. Sobre las tablas, Viengsay Valdés en pleno despliegue de giros clásicos, a partir de la ejecución del teclado, en vivo, por Frank Fernández.

El título de la acción que puso punto final a la gala de clausura lo dijo todo: ParAlicia, escrito así, como una sola palabra. En realidad el Festival, en su conjunto, estuvo destinado a confirmar lo que simboliza Alicia Alonso para la cultura danzaria cubana y mundial.

En un pueblo que siente escozor cuando se rinde desmedido culto a personas vivas, casi nadie ha osado cuestionar que primero el teatro y luego el Festival hayan sido bautizados con el nombre de Alicia Alonso. Menos aún que el programa de esa y de todas las jornadas desde la inauguración el pasado 28 de octubre transcurriera bajo la advocación de uno de los símbolos culturales más respetados de la nación.

El delicado estado de salud de la prima ballerina impidió su presencia en los teatros. El próximo 21 de diciembre cumplirá 98 años de edad y el deterioro físico se ha agudizado. Pero de algún modo ella siempre recibe noticias y envía mensajes a los participantes, y toma un segundo aire cada vez que siente que su obra de fundación crece entre los suyos y otros que la tienen como referente.

Semanas antes del Festival saludó la intención de la coreógrafa catalana María Rovira de montar dos obras con figuras del Ballet Nacional de Cuba, las cuales estrenó en la gala conclusiva. El poderío técnico e interpretativo de Dani Hernández, artista que ha escalado a los primeros planos de la compañía, conquistó una alta nota en el solo Ánima. Las sugerencias poéticas tan caras al estilo de la Rovira impregnaron la ejecución de Vestida de nit, por Claudia García y Ariam Arencibia.

Para Alicia bailaron, además, Fernando Montaño, del Royal Ballet de Londres; Julie Charlet, del Ballet de Toulouse, en pareja con Javier Torres, del Nothern Ballet; y los jóvenes cubanos Ginett Moncho y Adrián Sánchez. Y para celebrar el arribo de La Habana, en 2019, a su medio milenio, el coreógrafo Pepe Hevia, radicado en Ecuador, estrenó Ciudad de luz, en el que juntó a Ariam León, de su propia compañía, con Grettel Morejón, primera bailarina del BNC. El autor quiso que la puesta fuera recibida como una evocación a “la casa perfecta que siempre está dispuesta a ser habitada”.

Los aficionados cubanos y los visitantes al Festival comenzaron a sacar cuentas de los momentos culminantes de la programación. Obviamente, las funciones de Giselle, en ocasión de conmemorarse el aniversario 75 de la primera vez que Alicia interpretó al personaje, se situaron en el foco de atención. Aunque todos los protagonistas cumplieron con las expectativas, la crítica particularizó la compenetración de María Kochetkova y Joaquín de Luz, del American Ballet Theater y el New York City Ballet, respectivamente

Pero hubo perlas, auténticas joyas, en algunos desempeños de artistas incluidos en los programas variados. Deslumbró el norteamericano Rasta Thomas, con Phrases, de Roger C. Jeffrey, por su desbordamiento corporal. Y la pieza Siren, del imaginativo sueco Pontus Lidberg, con el Ballet Danés.

Otro colectivo que se hizo sentir en las tablas habaneras fue la representación del Ballet Estable del Teatro Colón, de Buenos Aires, dirigido por Paloma Herrera, y que vino con la más joven generación de primeros bailarines, Camila Bocca, Macarena Giménez y Maximiliano Iglesias junto al consagrado Juan Pablo Ledo. El vínculo del Teatro Colón y el BNC quedó consolidado.

Entusiasmado por la manera en que se valoraron sus aportes, Philippe Cohen, director del Ballet de Ginebra, expresó: “Era un sueño mostrar nuestro trabajo en el Festival de La Habana. Un sueño devenido realidad. Una organización irreprochable. Estamos rodeados de personas apasionantes y generosas y entusiastas. Y qué decir del público cubano. ¡La mejor audiencia que cualquier bailarín o bailarina quisiera tener ante sí!”.

Cohen hizo justicia. El otro gran protagonista del Festival es el público. Cultivado por décadas –Alicia nuevamente como pivote del empeño–, desde que como parte del proceso de transformaciones iniciado en 1959, se democratizó el acceso y la promoción a un arte que en la mayoría de los sitios del planeta se limita a las élites, el público cubano sabe apreciar, aplaudir, valorar y hasta criticar la danza clásica. Un público que merece la más prolongada de las ovaciones.

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