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Cultura

¡¡Bravo, Alicia!!

Pedro de la Hoz

“¡¡Bravo, Alicia!!”, se escuchó una y otra vez en medio de atronadores aplausos. Nueve minutos ininterrumpidos de ovación para despedir a la gran bailarina cubana, ícono de la danza clásica y orgullo de América Latina. Nueve largos minutos que condensaron los sentimientos de quienes, dentro y fuera del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, pasadas las 4:00 p.m. del sábado 19 de octubre –importante recordar bien la fecha para memoria de la cultura de nuestros pueblos–, vieron partir el féretro de la extraordinaria artista desde el escenario por excelencia de sus triunfos en casa hacia la necrópolis de Colón, donde fueron inhumados sus restos.

Antes, a las 3:30 p.m. llegaron al vestíbulo del coliseo de Prado y San José las máximas autoridades cubanas. Raúl Castro, primer secretario del Partido Comunista de Cuba; Miguel Díaz Canel, presidente de la República; Esteban Lazo Hernández, presidente del Parlamento y el Consejo de Estado; y el doctor José Ramón Machado Ventura, segundo al mando en la organización partidista.

Ellos cerraron la ronda de guardias de honor que desde las 9:00 a.m. rindieron culto a la grandeza de la artista en su despedida. Unicamente después, como símbolo de continuidad del legado de Alicia en las nuevas generaciones, decenas de estudiantes de la Escuela Nacional de Ballet, formaron filas a ambos lados del catafalco hasta que ocho destacados bailarines del Ballet Nacional de Cuba, vestidos de negro y liderados por Dani Hernández, cargaron el féretro y lo portaron hacia el auto que encabezó el cortejo fúnebre.

Quienes observamos a Raúl transmitir sus condolencias a los familiares de Alicia, evocamos no sólo la admiración del líder militar y político, compartida con su hermano Fidel, por la fundadora de la Escuela Cubana de Ballet, sino en su caso, de modo particular, la cercanía de su esposa y compañera de luchas Vilma Espín (1930 -2007) con la diva y el arte del ballet.

Justo en agosto de 2015, Alicia aplaudió el estreno por su compañía de un ballet titulado Vilma, concebido por el joven coreógrafo Eduardo Blanco.

Los primeros bailarines Anette Delgado y Dani Hernández sedujeron entonces al público reunido en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional cuando evocaron mediante la danza los sublimes sentimientos que pueden unir a una pareja. Significativos momentos de la vida de Vilma fueron expuestos por la niña María Luisa Márquez y la joven Chanell Cabrera, quienes hicieron gala de su talento al mostrar ternura y pasión en cada una de sus ejecuciones.

La diva al fin reposa en el panteón familiar. El camposanto habanero se desbordó de gente muy cercana a la eximia bailarina, muchos quedaron en la periferia. Eusebio Leal, con su proverbial elocuencia y suma emoción, pronunció la oración de la despedida, o más bien de la bienvenida a Alicia a esa otra dimensión en la que comenzó a habitar, la de los inmortales. No como una diosa, sino como un ser terrenal, humanísimo, con filias y fobias, pasiones y dudas, caídas y encumbramientos. Porque de esa sustancia empecinada de un alma hecha para superar adversidades, desenredar entuertos y hacer posibles las utopías habló el historiador habanero con el fuego de su verbo compartido por todos los que presenciamos el acto. “Quizás ella no viaje ahora a ninguna parte, quizás ella siempre estuvo instalada en la leyenda”, afirmó el orador.

Duelo, admiración y exaltación de un legado fueron sentimientos y expresiones entremezclados a lo largo del velatorio. Los “¡bravos!” que se escucharon entre la multitud reunida en el Parque Central del Centro Histórico habanero surgieron de las gargantas de personas muy diversas, balletómanos y gente sencilla de pueblo, aficionados que guardan como un tesoro la ocasión en que pudieron ver bailar a Alicia y jóvenes que la tienen como referencia imprescindible.

Una colega, Leticia Martínez, expuso las razones de tantos aplausos: “Alicia no hubiera querido un día oficial de duelo, que bajáramos nuestra bandera a media asta, que nos abstuviéramos de escuchar música. Alicia hubiera querido que su compañía siguiera bailando el día después de su muerte, que su pueblo la arropara en el teatro que lleva su nombre, que le llenaran de flores su camino a la otra dimensión, que estuviera en boca de todos, o mejor, en el corazón de todos. Ese es el homenaje, no otro”.

Y así fue el homenaje. En lo alto de la escalinata de la entrada principal del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, la orquesta de la institución, dirigida por el maestro Giovanni Duarte, interpretó en sucesivas sesiones, músicas de los ballets más frecuentados por Alicia y de los músicos que ella amaba.

Este cronista arribó al Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso al filo de las dos de la tarde, en compañía de Miguel Barnet, uno de los más entrañables amigos de Alicia. Me detuve medio minuto ante el cuerpo exánime de la artista, rodeado de flores blancas. Participé en una guardia de honor junto al célebre actor Jorge Perugorría, la actriz Corina Mestre y Norma Rodríguez Derivet, presidenta del Consejo Nacional de las Artes Plásticas. Fui al encuentro de Pedro Simón, destacado intelectual, viudo de Alicia y director del Museo Nacional de la Danza. Me permití transmitirle a Pedro las condolencias del colectivo de los diarios POR ESTO!, y de manera muy particular de su director, Don Mario Renato Menéndez y su compañera Alicia Figueroa, fervientes admiradores de su arte y del ejemplo artístico y humanista que encarnó.

A Pedro lo vimos después, en el momento de la partida, sumamente conmovido. Fueron muchos años de vida y trabajo en común, de amor y entrega mutuos. Pero hablamos también de cómo hay que seguir adelante y ahí está, al doblar de la esquina, el compromiso con la celebración el año próximo del centenario de Alicia, en cuya agenda figura la edición de un par de libros en el que nos entrecruzaremos faenas.

Con su más cercano colaborador, José Ramón Neyra, nos informamos de la inminente conmemoración del 50 aniversario del programa radial más antiguo sobre la danza en Cuba, la semana entrante. Otro prominente crítico y promotor del ballet, Ahmed Piñeiro, nos incitó a reseñar para los lectores mexicanos –ya estamos en esos menesteres– la trascendencia del trazado audiovisual de Alicia, en soportes que permitirán estudiar su huella.

En medio del dolor, la primera bailarina Viengsay Valdés, legataria de la dirección artística del Ballet Nacional de Cuba, nos habló de la función que la víspera la compañía dedicó a Alicia en el recién reinaugurado Teatro Sauto, de Matanzas.

Estas que narro son señales de la prolongación inapagable de Alicia Alonso. “¡¡Bravo Alicia!!” digamos todos porque es verdad que su obra continúa.

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