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Cultura

Ecos de mi tierra

Luis Carlos Coto Mederos

Carilda Oliver Labra

II

830

La ceiba me dijo tú

No sé qué paso equivoco

cuando el crepúsculo rima

su color que me lastima

con este esqueleto loco.

No sé qué sucede. Evoco

los juegos de mis hermanos

–hogar en tiempos lejanos,

familia feliz entonces–

y van cayendo los bronces

de campanas, los veranos.

Persistentes, lenta hora

de la lección, aquel trompo

que con mis lágrimas rompo;

siempre la luz turbadora

hecha rayo de la aurora

que, madre, en tus ojos vi.

Bordo el pasado y así

toda mi infancia cayendo

como un dado azul, tremendo,

va a parar al Yumurí…

¿Por qué sacarla del río

si se han muerto mis muñecas?

Remolino de hojas secas

me dan miedo, me dan frío…

Que lo verde ya no es mío;

juventud, no te detienes,

sólo en retratos me tienes,

quedas dueña de la nada,

y hay una cinta dorada

cayendo desde mis sienes.

Adiós, lis de muselina

que hizo fiebre en mi cintura.

Adiós, muchachita pura

que he sido color de harina.

Adiós, mujer, peregrina

que tuve dentro cantando

y hoy es un recuerdo blando,

grito apenas que desborda

o quizás tampoco; sorda

estoy desde no sé cuándo.

Adiós, barrio, Pueblo Nuevo,

donde bailaba al andar;

besos que di junto al mar

(de decirlo me conmuevo).

Adiós, Matanzas, que llevo

como medalla o marfil.

Ay, Matanzas, en abril

sueñan los laureles viejos

y yo, presa en los espejos,

me he quedado sin perfil.

Tu allá es el punto más serio,

amor, amor, que te fuiste.

Si te menciono, hombre triste,

no vuelvo del cementerio.

Me tienes bajo tu imperio,

con la muerte te engalanas.

Resucita en mis ventanas:

pide pan, pide café…

De la tumba en que te eché

te sacaría con ganas.

Y pasaron tantas cosas

–abuela fue la primera

en volvérseme de cera–

que olvidé mirar las rosas.

¿Ves, padre?: tus poderosas

hambres de luz van conmigo,

te siento cerca del trigo;

cuando me pongo cobarde

y no te encuentro en la tarde,

con memoria te persigo.

Vida, vida, no te vayas;

no te vayas, vida, vida,

que no estoy arrepentida

de verme entre guardarrayas.

Soy feliz en estas playas

con libertad, sin dinero.

¡Ay, vida, si yo me muero

habrá en el valle una pena,

menos mar, menos arena

quemándose en Varadero!

Por eso dije, perdida

entre el ayer y el futuro:

no soy un cadáver, duro

tengo el puño, la mordida.

Asumiendo al fin la vida

–más alma que carne bella–

sin ¿dónde estuve? ¿es mi huella?

deshice el pasado roto.

Mitad fango, mitad loto

me puse frente a una estrella.

Escuché entonces distantes

rumores, mocha, sijú;

la ceiba me dijo tú

en hojas volando errantes.

Hizo el rocío diamantes;

un ritmo a bolero, a son,

un gusto a caña y a ron

me dio hambre, me dio sed,

y tuve gracia y merced

y hasta un nuevo corazón.

Cuba, Cuba, con qué vuelo

limpias luto, me haces clara.

¡Si me fundaste la cara

en propia luz de tu cielo!

Cuido esa gloria, te velo

como a madre y poesía.

Y tengo lo que quería:

alzarme aquí de simiente,

sentir tu sol en mi frente,

ver la palma abriendo el día.

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