José Iván Borges Castillo*
Relatos de finados desde Tekal de Venegas
Todos los pueblos tienen una particular forma y rito que ejecutan en torno a la muerte de una persona. En este caso voy a exponer algunas de las manifestaciones propias en torno a la muerte de un habitante de mi pueblo llamado Tekal de Venegas, que se conservan fuertemente arraigadas en la comunidad, todas ellas con profundos significados.
Cuando se dice que una persona está “agonizando”, ósea que ya está desahuciada, sin entendimiento y postrado en cama, sin poner hablar y moverse, este proceso es calificado como de sufrimiento por causas múltiples, bien podía ser por su vida de poca generosidad o bien por algo que sólo ella sabe. Se piensa que esta agonía se prolonga porque está esperando a alguien en especial, que bien podía ser un familiar, amigo o conocido, para poderse despedirse de ella. Pero cuando a la persona que el agonizante está esperando ha muerto, entonces un familiar se acerca a su lecho con nueve hojitas de naranja, y se le dice algo así como estas palabras: “Soy fulano de tal, y vengo a visitarte, descansa quédate tranquilo”.
En ocasiones simplemente la agonía se prolonga por largos días, y cuando no hay razón como de la espera de un familiar o mala vida, entiéndase poca generosidad, entonces hay que ayudarlos a bien morir, en ocasiones se hablan a grupos de la iglesia católica o bien en los casos antiguos a rezadoras para rezar el rosario, cuando la agonía llega a tres días o más; entonces se reúne alrededor del moribundo la familia, se le habla, se le pone una cruz en la mano, y se reza los tres credos, la profesión de la santa fe. Yo he visto morir a varias personas cuando les están rezando el credo de la Iglesia Católica, las personas abren los ojos, lagriman y exhalan su último suspiro, a veces a mitad del segundo credo o terminando los tres, apenas muere la persona y los rezos continúan en medio del llanto sentido de los familiares.
Una de las devociones en torno a la muerte de un tekaleño, gira en torno al encendido de once velas, las once vírgenes se llaman, simbolizando a Santa Ursula y sus once mil vírgenes. Cuando la persona está en agonía final se prenden sus once vírgenes, o cuando acaba de fallecer. En ocasiones especiales cuando muere la persona en algún hospital o en algún lugar inapropiado para hacer este acto, éste se realiza como primer momento en su velación. Se cree que invocando a la intercesión de estas santas vírgenes, ellas vendrán a ayudarlo y mostrarle el camino a seguir en la otra vida, o bien suplicarán el alivio de su alma.
La muerte en muchas ocasiones se presiente en aquellos que la padecerán en breve. Muchos son los relatos de despedidas físicas, de sueños, y momentos previos donde las personas parecieran adivinar su pronta partida de este mundo. En consecuencia, dejan dicho, señalado y todo listo para partir. Un ejemplo, una señora después de almorzar convocó a sus dos hijas, y sentada en su hamaca se quitó su soguilla de dos vueltas, la dividió en dos y le entregó a cada una un fragmento, diciéndole que se los dejaba en herencia. En la tarde de ese mismo día “comenzó a sentirse mal” y mandó avisar a todos sus hijos, y cuando estos llegaron estaba ya en agonía, que duró momentos, hasta fallecer.
Cuando la persona fallece, acostumbraban dejarlo en la hamaca por un rato, mientras se convocaba a ciertos señores señalados, amigos o cercanos, o gente ajena que pudiera hacer las labores de preparar el cadáver. Se descuelga su hamaca, o se baja de su cama al piso o a una mesa para cambiarlo o bañarlo. Muchas veces en una mesa se baña el cadáver y se le viste de preferencia de ropas de color blanco. También fue tradición ya extinguida, la que con el agua que sirvió para bañarlo preparar el café que se repartirá en el velorio o alguna comida, el llamado Bó-Kebán el lavado de los pecados, el cual cuando los mortales ingieren dicha agua ayudan con sus culpas al ya difunto.
Luego de preparar el cadáver, este se amortaja con una sábana blanca, se le ponen unos calcetines en los pies para que ahí se queden los huesitos de éstos. Y se coloca en una mesa o una puerta, sobre ladrillos o bancos; la posición del cadáver en la velación es importante, pues su cabeza debe quedar del lado oeste y sus pies de lado este, al comenzar la velación y el pésame a los familiares. La posición simboliza algo maya importante, que se va con la cabeza adelante señalando el punto cardinal del oeste, el Chik´ín, se llama en maya, el lugar donde muere el sol, es también de ese lado donde en los pueblos yucatecos se encuentran los cementerios, y de donde según contaban los mayores llegan siempre los malos vientos. Hasta el Cristo yaciente en el santo sepulcro, que se encuentra en la iglesia de Tekal está colocado en esa posición.
Mientras llega el carpintero para tomar las medidas de la caja mortuoria, los sepultureros toman las medidas para buscar la tumba más apropiada. La caja de los señores o señoras son forrados con telas de colores oscuros, si son de jóvenes o niños deben ser blancos, símbolos de pureza.
Una de las tradiciones muy arraigadas en torno a la muerte en Tekal de Venegas, es lo que refiere al cordón de pabilo. Mientras se desarrolla el velorio, se consiguen tres rollos de pabilo blanco y se recurren a ciertas personas de la comunidad para hacer un cordón con el que ceñirán el cadáver, este cordón debe lleva ciertos nudos y tener un grosor considerable, mucho tiempo realizó los cordones don Fausto Criollo, de grata memoria. Es creencia que este cordón servirá al alma para los azotes por sus faltas, y le servirán de purificación. Es probable que el uso del cordón de pabilo sea una herencia de la tercera orden franciscana, que se extinguió en Tekal desde mediados del siglo XVIII, pero que dejó rastros en esta devoción piadosa de ceñir los cadáveres con el cíngulo de San Francisco.
Cuando el cuerpo sale de la casa para dirigirse a la iglesia, a la misa o ya de camino al cementerio, se dice el nombre de la persona y se derrama en la puerta de la casa un cubo de agua de despedida.
En tanto, desde la vieja espadaña de la iglesia principal, que sirve de campanario, dos de sus campanas comienzan a sonar redobles, la campana menor suena aguda y la mayor suena grave, todo por espacio de un tiempo breve entre campanadas. El sonido tan particular de estas campanas hace que desde cualquier punto que te encuentres del pueblo puedas saber que se está verificando un entierro.
En el caso de niños o infantes muertos, las cajas son blancas, se reviste al pequeño cadáver de ropas blancas y se le rodea de flores, y todos son cantos a la Virgen y se busca que sea un día de alabanza a Dios y la Virgen Santísima, porque aquel niño ha entrado a la corte celestial y es un angelito. Decían las abuelas que los niños que nacen y mueren sin bautizar se iban al Limbo y no les salían alas, esto en época reciente durante el pontificado de su S. S. Benedicto XVI, se aclaró que el Limbo no existe y que los niños sin bautizar, con el pecado original, quedan sujetos a la misericordia divina. Los niños bautizados que mueren a ellos sí les salían alas y se volvían ángeles de la Virgen María.
Siendo todo Yucatán una laja de piedra, enterrar a los muertos es obra titánica. Por esa razón las tumbas son bienes de la comunidad, y los tekaleños tienen por los menos dos entierros o sepulturas; al cabo de cuatro años por orden municipal, se le pide a los familiares sacar los restos de su familiar, entonces se exhuman y son colocados en pequeños cajones, algunos son sólo envueltos en tela blanca sus huesos saltados y pasan a reposar en los nichos u osarios familiares.
En estos días de los santos finados, es inevitable no recordar a aquellos familiares y amigos que han pasado de esta vida a la otra; nostalgia y respeto, silencio y reflexión, porque también iremos a acompañarlos algún día que cada minuto se aproxima. La frase en latín nos dice: ¡Memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris! “Recuerda, hombre, que polvo eres y al polvo regresarás”.
* Historiador.
Unión de Escritores Comunitarios de Yucatán