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Cultura

Schumann y Kurtág, dos maneras de entender el canto

Pedro de la Hoz

En lo que va del siglo XXI, se ha estado produciendo una renovación de figuras en el campo vocal de la música de concierto. Siempre habrá que apreciar las enormes contribuciones de Jussi Bjorling o Herman Prey, de Brigitte Faessbaender o Elizabeth Schwarzkopf, brillantes en la interpretación de lieder, o la formidable lección de Hans Hotter, acompañado al piano por Gerald Moore, en el Winterreise, de Schubert.

Cantar lieder no dejará de ser una tradición asentada en la cultura germánica. En medio de la eclosión romántica del siglo XIX, la era de Goethe y Schiller, se inspiraron en el florecimiento de la literatura alemana en esa época para cristalizar una manera muy particular del arte vocal de cámara.

Justo en los últimos tiempos, ha destacado un barítono alemán entre los que gustan de este tipo de expresión cantable: Matthias Goerne. Aunque después de su debut por la puerta ancha en el Festival de Salzburgo en 1997, ha sido llamado con frecuencia para integrar elencos en la Semperoper, de Dresden; el Covent Garden, de Londres; la Sttatsoper, de Viena; el Teatro Real, de Madrid; y el Liceu, de Barcelona, y es en el lied donde ha ganado notoriedad tanto en presentaciones en salas como en las cerca de veinte grabaciones de obras de Schubert y Schumann.

Conservo una referencia de su actuación en el Festival Tanglewood, de Massachussetts, en 2005, firmada por el muy respetable crítico de The Boston Globe, Richard Dyer. Al juzgar el resultado de la interpretación de piezas de Richard Wagner, escribió: “Goerne tiene una voz maravillosa, imaginación quemante y una técnica formidable. Poder cantar cada frase sin distorsión, en el tono y el nivel dinámico precisos, es un objetivo fundamental del canto clásico, pero rara vez se cumple; Goerne puede hacerlo”.

Hace pocos meses, el sello Harmonia Mundi lanzó un álbum en el que Goerne proyecta dos ciclos de canciones con el respaldo del pianista Leif Ove Andsnes: los Liederkreis op. 24 y los Kerner Lieder op. 35., ambos de Robert Schumann.

Como el arte del lied es tan personal, no sorprende que las prioridades de un artista sean la actuación en lugar de la grabación, pero el cantante alemán sabe también que en el registro fonográfico está la garantía de la permanencia. Y las casas discográficas saben, por demás, que hay un auditorio potencial nada despreciable.

La grabación de la serie schumanniana Dichterliebe, de Goerne, con el pianista Vladimir Ashkenazy, puesta a circular en 1998, sigue siendo una de las favoritas de los melómanos, al igual que el ciclo Die schone mullerin, en compañía de Eric Schneider.

Para los amantes del canto y en general de la estética del Romanticismo, el Liederkreis, de Schumann, es una obra maestra, que en la voz de Goerne adquiere fulgores insospechados. Los Kernes Lieder en su voz responden al canon. La altura del primer ciclo y la corrección en la entrega del segundo pesaron, indudablemente, para que el disco de Goerne y el pianista noruego Andsnes figure entre las cinco nominaciones al Grammy 2020 en la categoría Mejor Solista Vocal Clásico.

En las antípodas del estilo liederístico, se halla el repertorio vocal cosechado por el compositor húngaro György Kurtág (1926). Heredero de los lenguajes vanguardistas de la segunda postguerra, recontextualiza los hitos de la tradición clásica occidental y urde aventuras sonoras, en las que privilegia la concisión, la fragmentación y la intensificación musical expresiva, para maximizar el efecto y el impacto de cada nota.

El disco The Edge of Silence (Al borde del silencio), contentivo de una parte de la obra vocal de Kurtág, en la interpretación de la soprano estadunidense Susan Narucki, es otro de los fonogramas que opta por el Grammy 2020.

La relación de Narucki con el compositor se remonta a 1986: “Conocí a György Kurtág por primera vez cuando estaba comprometido a cantar su obra maestra, Mensajes del difunto R.V Troussova, en el Festival Ojai. Fue el primer viaje de Kurtág a la costa oeste y mi primera experiencia interpretando su música. Al final de esa corta semana, me dio las acotaciones para aquel trabajo vocal. No lo sabía en ese momento, pero este hermoso regalo fue una piedra de toque y una guía. He pasado gran parte de mi vida inmersa en esta música. Se ha vuelto esencial para la forma en que entiendo la música. Su repertorio para la voz es una fusión extraordinaria de poesía y música, en la que una gama, aparentemente infinita de emociones, está unida a inflexiones rítmicas muy matizadas del lenguaje que se establece. La notación de Kurtág es singular, con símbolos inusuales que representan una gradación extremadamente fina de duración y fraseo. El resultado final es un lenguaje musical intuitivo, fluido, asimétrico, poderoso, vivo”. Ello se advierte en la grabación de Narucki para Avie Records.

De un siglo a otro, el canto varió y con el tiempo seguirá cambiando. Pero los valores de Schumann y Kurtág, en sus diferencias, cuando hallan intérpretes fuera de serie como Goerne y Narucki, se impregnan para siempre en los espíritus sensibles.

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