Luis Carlos Coto Mederos
336
La yegua de Domingo Daria
Con mi yegua trinitaria
quise coger una cría
de un caballo que tenía
mi amigo Domingo Daria.
A la hora necesaria
y como el sexo lo indica,
me parió una cosa chica
igualitica a la madre
y baqueta como el padre,
¡una mierda de potrica!
Rafael García
337
El perro y el gato
Yo he visto un perro ladrar
frente a una locomotora,
pues es porque el perro ignora
que el tren lo puede matar.
Yo he visto a mi poco andar
esto que te estoy diciendo.
Yo he visto un gato corriendo
delante de un perro sato
y después virarse el gato
y el perro salir huyendo.
Jesús Herrera Rodríguez
338
Una asamblea de bueyes
Ramiro Pérez compró
un tractor el otro día
y una gran algarabía
en su potrero se armó.
Magna asamblea efectuó
la boyada unidamente,
saludando alegremente
la llegada del tractor
que les trocara el rigor
por el más cómodo ambiente.
Chambergo, el buey más anciano,
que de una pata cojea,
presidió dicha asamblea
como todo un veterano.
Allí estaba Valenciano
brincando como un ternero;
el infeliz Artillero
bramando se entretenía
y lloraban de alegría
Regalado y Marinero.
Por la perfecta moción
que presentó en su alegato
elogiaban a Arrebato,
Rompemonte y Cimarrón.
Caramelo en un rincón
con Tumbaga discutía,
al tiempo que le decía:
Yo la esperanza no pierdo
de llegar a un buen acuerdo
en este histórico día.
Ya casi al anochecer
terminaba la reunión
llegando a la conclusión
que ya daré a conocer.
Y sin más tiempo perder,
llenos de agradecimiento,
en medio de aquel evento
que yo celebro y admiro
dedicaron a Ramiro
sus bueyes un monumento.
Ricardo Cabrera Martí
339
El problema de Jacinto
Salió Jacinto del juego
donde perdiera cien pesos
siendo los billetes esos
su capital, desde luego.
Su cerebro como el fuego
insaciable de una hoguera
ardía de tal manera
que cuando a su casa entró
Jacinto no reparó
que su padre estaba fuera.
Su padre, hombre recto y bueno,
amargamente sufría
al ver que el hijo vivía
entregado al vicio en pleno.
Trabajando de sereno
se encontraba en una empresa,
mientras, lleno de sorpresa,
Jacinto ve que, aliviado,
su padre había dejado
el revólver en la mesa.
Al ver el arma, Jacinto,
se asusta, se desespera
y tiembla cual si estuviera
perdido en un laberinto.
Pálido como un extinto,
con la mirada encendida
pensaba: No hay más salida,
¿qué otra cosa puedo hacer?
Y se decidió a coger
el revólver enseguida.
Se sienta, saca un papel
del fondo de una gaveta
y después con mano inquieta
se pone a escribir en él:
Padre mío, padre fiel,
perdóname, padre amado,
cuando veas que a tu lado
no estoy, ten calma que ya
a esas horas estará
tu revólver empeñado.
Francisco Echazábal