Pedro de la Hoz
De un modo u otro, el Festival de Cannes siempre abre sus salas a la obra del español Luis Buñuel (1900-1983). No hay que olvidar los premios obtenidos por él en la ciudad balneario de la Riviera francesa; mejor director en 1951 por Los olvidados (1950) y Palma de Oro en 1961 por Viridiana (1960). Entre uno y otro lauro, durante los años cincuenta, siguió concursando con obras tan significativas como Subida al cielo, Él, Nazarín y La joven, y continuó haciéndolo después con El ángel exterminador, distinguida por los críticos. Formó parte del jurado en 1954 y desde 2000 han sido frecuentes sus inclusiones en programas especiales de la agenda del evento.
En la edición de este año se han incluido tres películas suyas en la sección clásicos, a partir de copias restauradas. Tal como se hizo en 2003 con El perro andaluz, una versión recuperada de su otro filme de la época de iniciación surrealista, La edad de oro, propiciará apreciar en óptimas condiciones al Buñuel comprometido con la experimentación más radical, durante su primera estación francesa.
Rodada en 1930 y con la colaboración en el guión del más delirante de los surrealistas, Salvador Dalí, con quien ya se había asociado en El perro andaluz, la película se terminó a pesar de que el pintor se cabreó con el director por el origen del financiamiento. Debido a los altos costos de la filmación, Buñuel aceptó los fondos de producción ofrecidos por el vizconde de Noailles y esto molestó a Dalí, en quien por entonces no se le había despertado el gusto por amasar una gran fortuna ni se le ocurría decir, como sucedió después en una entrevista a la BBC: “Salvador Dalí, yo mismo, es muy rico, y ama enormemente el dinero y el oro”.
Ese otro Buñuel que vivió y se reinventó como cineasta en México, al punto que adoptó la ciudadanía de la tierra que lo albergó, se muestra en Cannes 2019 en toda su grandeza mediante dos emblemas de su particular poética: Los olvidados y Nazarín.
La primera se concretó en unos pocos meses de 1950. El cineasta ya había exhibido sus credenciales mexicanas en Gran Casino, bajo del gancho comercial de la argentina Libertad Lamarque y Jorge Negrete, y El gran calavera, que le valió, más que todo, la siembra de una futura amistad con el guionista Luis Alcoriza.
Los olvidados representó el encuentro de Buñuel con el lenguaje realista de prospección social. Conviene recordar que en un principio pensó titularla La manzana podrida. Es un drama sobre las consecuencias de la marginalidad. El Jaibo, adolescente huido de un reformatorio, se reúne en el barrio con sus amigos. Unos días después, mata, delante de su carnal Pedro, al muchacho que supuestamente lo había delatado. Pedro y el Jaibo entrecruzan trágicamente sus destinos.
Octavio Paz escribió acerca de esta obra: “El sueño, el deseo, el horror, el delirio, el azar, la porción nocturna de la vida, también tiene su parte. Y el peso de la realidad que nos muestra es de tal modo atroz, que acaba por parecernos imposible, insoportable. Y así es: la realidad es insoportable; y por eso, porque no la soporta, el hombre mata y muere, ama y crea”.
Sin dejar de ser realista, Nazarín (1959) se mueve en otra dirección. Aquí Buñuel deja fluir sus cuestionamientos filosóficos relacionados con la fe, la espiritualidad humana, la moral y la sociedad. El conflicto –a diferencia de la novela original del español Benito Pérez Galdós, Buñuel eligió enmarcarlo en los años del porfiriato– se desata cuando los planteamientos humanistas del padre Nazario entran en contradicción con un entorno social que repudia al sacerdote por darle abrigo a una ramera.
En sus memorias, Buñuel recordó: “Conservé lo esencial del personaje de Nazarín tal como está desarrollado en la novela de Galdós, pero adaptando a nuestra época ideas formuladas cien años antes, o casi. Al final del libro, Nazarín sueña que celebra una misa. Yo sustituí este sueño por la escena de la limosna. Además, a todo lo largo de la historia, añadí nuevos elementos, la huelga, por ejemplo, y, durante la epidemia de peste, la escena con el moribundo, inspirada por el Diálogo de un sacerdote y un moribundo, de Sade, en la que la mujer llama a su amante y rechaza a Dios”.
No deja de ser incisiva la narración de un filme cuyos presupuestos ideológicos tienden al desmontaje de la fe y, sin embargo, la reivindica en su estado más puro. Algunos han trazado un paralelismo entre Nazario, magistralmente interpretado por Paco Rabal, y Don Quijote. Al fin y al cabo, Jesús fue el primer Quijote del occidente cristiano.