Este era un cuervo muy engreído que se sentía diferente a sus demás hermanos.
Un día que revoloteaba soñándose galán de telenovelas, se encontró tiradas en el bosque unas plumas de pavo real.
Como era vanidosillo, se las puso sintiéndose vedete de lujo del Folies Bergére de París. Y con las plumas puestas, comenzó a pavonearse por todos lados, y cuando volaba pensaba que superaba en belleza al quetzal.
Desde lo alto vislumbró un hermoso jardín, así que aterrizó sus patitas allí. El jardín resultó ser uno exclusivo para pavos reales con títulos nobiliarios, así que cuando lo vieron, creyeron que era uno de los suyos.
Durante mucho tiempo, él vivió feliz con ellos en el hermoso jardín, arrastrando su hermosa cola y abriéndola como abanico espectacular, pero ¡oh!, cruel destino, un día fatal y terrible: se descubrió el pastel.
Ustedes ya se podrán imaginar el alboroto que se armó y lo que sucedió posteriormente… Al cuervo lo echaron a patadas y picotazos de aquel elegante lugar.
–Fuera impostor, usurpador, jamás serás uno de nosotros, horrible y apestoso pajarraco. ¡¡¡FUERA!!!
Triste, quejumbroso y amoratado, regresó al bosque con sus otrora hermanos cuervos. Pero estos, sabedores de la infame suplantación, le dieron pamba con punzón.
Más herido, física y moralmente, el cuervo medio muerto y medio vivo, estaba dispuesto a ejecutarse un harakiri, era el único camino digno, como dirían los dignos samuráis.
Pero he aquí que se le apareció su hada madrina.
Esas hadas madrinas metiches y chismosas que revolotean como moscas verdes alrededor del hedor de los botes de basura.
¿Y qué creen?... Esta mujercilla metiche y chismosa, con sus asquerosos, cursis y grandes sentimientos de bondad, lo convirtió nada menos y nada más que en: ¡LA PALOMA DE LA PAZ, PINTADA POR PICASSO!
Moraleja: “Árbol que crece torcido, nunca su tronco enderezará”, a menos que se convierta en bonsái.
Cuajimalpa, 1973.