Por Víctor Salas
La cosa más cierta es que nuestro pasado sólo existe en documentos de todo tipo, desde tablillas de arcillas, vasijas de barro, hojas de amate o papel encuadernado en un libro. Es obvio que esos documentos sólo son accesibles a los especialistas, quienes conocen el pasado de una manera directa. Una persona sencilla no puede conocer ese pedazo de historia, si no se han imprimido esos documentos.
Yo crecí con un gran gusto por la historia. Tuve la fortuna de conocer a don Antonio Betancourt Pérez, a José Díaz Bolio y a otros significativos personajes de la historia de Yucatán. Me embelesaba escuchándolos hablar, citar obras, referirse a otros historiadores y discutir de distintas épocas de nuestra historia. Guerra de Castas, alvaradismo, carrillismo, las haciendas, los hacendados y en fin…
En los años sesenta del siglo XX era imposible encontrar una obra de los que ellos citaban. Cogolludo o Molina Solís, por ejemplo. No encontraba explicación a esa anomalía en ese momento y menos la encuentro ahora.
Se hablaba mucho de Eligio Ancona, pero no había libros suyos, más que en bibliotecas particulares o públicas. Cuando la obra literaria de Ancona se comenzó a reeditar y las tuve enfrente de mis ojos, quedé realmente maravillado con su producción. Aún, así, no es fácil conseguir a Peón Contreras. Y a partir de ellos podría mencionar a muchos otros.
Esa situación no es privativa de la literatura. Acontece algo similar con la música sinfónica y la ópera, que fueron géneros trabajados por entusiastas yucatecos y no los conocemos las actuales generaciones. Eso, a pesar de que existen plataformas que deberían asumir la responsabilidad de promover el que se reproduzcan para darlas a conocer. Existe un Centro de Investigación que debe tener en resguardo, por ejemplo, Kinchi o la Xtabay; también tenemos a la OSY, que debería asumir el compromiso de darnos a conocer el trabajo de estos yucatecos. No hacerlo es negarnos el derecho que tenemos de conocer cómo fue nuestro pasado musical. No acepto que exista el empeño de darnos a conocer la música europea o norteamericana y a la nuestra se le haga a un lado.
Para tocar una sinfonía, la OSY paga impuestos, derechos de a autor, impresión de partichellas, etcétera. Por lo menos eso es lo que me ha dicho Miguel Francisco Escobedo Novelo. ¿Por qué ese gasto no se hace para una obra nuestra?
En Ciudad de México existió algo que se llama la Epoca de Oro de la Danza Mexicana. Las coreografías de Chepina Lavalle, Guillermina Bravo, Guillermo Arriaga y tantos otros, sólo las conocieron ellos. Nosotros sólo las conocemos por fotos.
Cuando el Ballet Nacional de Cuba brindó asesoría a la Compañía Nacional de Danza, una de las primeras cosas importantes que hizo fue dar a conocer las coreografías del pasado. Así conocí a Juan Calavera o Zapata. Después de los cubanos, nadie en el país ha retomado esa brillante idea.
La SEDECULTA, que no está haciendo nada trascendente, debería insistirle a doña Margarita Molina para que trabaje en ese rescate musical clásico yucateco.
Hay compositores extranjeros que también han compuesto obras sobre Yucatán. ¿Cuándo la conoceremos?
No debemos seguir permitiendo que se mantenga enterrado nuestro pasado artístico. Hay que revivirlo.