Por Pedro de la Hoz
En Venecia el foco de atención se desplaza tan rápido que apenas hay tiempo para digerir y sedimentar noticias. De la 58va Bienal de Arte, inaugurada en mayo pasado y vigente hasta el 24 de noviembre próximo, a la 76ta edición de la Muestra de Cine, anunciada del 28 de agosto al 7 de septiembre, se corre el riesgo de transitar de la memoria al olvido, como para no volver la vista atrás y enfocar las pupilas en lo que sucederá en el Lido.
Ello no nos impedirá calibrar el impacto de la presencia mexicana en el evento de las artes visuales y confrontarlo con otros resultados. En la jornada inaugural se dieron a conocer los premios de la Biennale y supimos que el estricto jurado integrado por la alemana Stephanie Rosenthal, la turco-holandesa Defne Ayas, la italiana Cristiana Collu, el surcoreano Kin Sung Jung y el norteamericano Hamza Walker, distinguieron con una mención especial a la mexicana Teresa Margolles.
El León de Oro al mejor pabellón nacional recayó en Lituania –mención para Bélgica–, mientras que idéntico premio en el caso de las individualidades fue a manos del norteamericano Arthur Jafa. Hubo un León de Plata para el artista joven más destacado, el chipriota Haris Epanimonda, y sólo dos menciones especiales: la de Margolles y la nigeriana Otobong Nkanga. Y pare de contar.
Margolles (Culiacán, 1963) fue una de las pocas representaciones de América Latina en ser incluidas en la muestra principal, curada por Ralph Rugoff, que transcurre bajo el lema Que vivas en tiempos interesantes. Arte conceptual puro y duro el suyo: una pared de concreto coronada por alambres de púas. Un título elocuente: Muro Juárez 2010. Narcotráfico, violencia, conflicto migratorio en la frontera entre México y Estados Unidos. La artista, más que mostrar, sugiere; más que discursar, incita la reflexión de modo diáfano y directo. Evidentemente no son tiempos interesantes, sino perturbadores.
La obra se inscribe en una trayectoria artística en la que cuestionar realidades sociales se halla en el centro de las propuestas estéticas. Cuando centralizó en la 53ra Bienal el pabellón nacional organizó su muestra a partir de una pregunta: ¿De qué otra cosa podríamos hablar? Registro sonoro y visual de los territorios heridos de muerte en la frontera, y residuos de lodo, sangre y fragmentos de cristales recogidos del pavimento se integraban a una composición instalativa que sacudió a los espectadores. En tal ocasión también intervino en el pabellón de Estados Unidos donde tapió puertas y ventanas con telas empapadas en la sangre de personas asesinada en la frontera entre EE. UU. y México.
Ese mismo año concibe Muro baleado, 115 bloques de hormigón agujereados por balas, La obra pasó a formar parte de la colección permanente del Museo Tamayo, en la capital.
El muro de Margolles en este 2019 viene a ser un salto en la condensación de elementos expresivos que logran transmitir ideas. En primer lugar porque lo dicho en la obra pesa más que lo hecho. No es arte complaciente sino incómodo.
No menos importante fue la otra obra presentada por ella: La búsqueda, galería de múltiples paneles en los que pueden ver anuncios rescatados de la calle de mujeres desaparecidas.
Al valorar a Margolles para la mención especial, el jurado de la Bienal consignó que premiaba a la artista “por sus trabajos afilados y conmovedores que tratan con la difícil situación de las mujeres gravemente afectadas por el narcotráfico en su México natal, y por crear testimonios poderosos al trasladar las estructuras existentes del mundo real a las salas de exposiciones”.
Avelina Lésper –¡no faltaba más!– ha criticado duro a Margolles –¡cómo la sacrosanta veladora de la pureza de la Institución Arte iba a dejar de reaccionar!–, mientras calla ante la tragedia de la narcoviolencia y la migración.
Otro mexicano entró en la lista de Rugoff: Gabriel Rico. Propuso una serie de trabajos, entre lo escultórico y el ready made, en el que reformula una visualidad inquietante, a base de objetos encontrados, animales sometidos a procesos de taxidermia, trozos de madera y elementos de la llamada cultura de masas.
La selección oficial para el pabellón nacional seleccionó el proyecto Actos de dios, de Pablo Vargas Lugo. Videoinstalación curada por Magalí Arriola, discurre en torno a la fe como creencia religiosa y sus controversiales vasos comunicantes con la política y la cultura mediática.
Antes de poner su obra en Venecia, dijo a la prensa en México que Actos de dios parte de la premisa de lo que sucedería si se pudiera reinterpretar el Nuevo Testamento o los Evangelios. “Como artista me interesaba primero examinar esta historia, porque es parte del lenguaje artístico de la tradición occidental y porque creo que como creadores contamos con un medio que permite introducir una serie de elementos de manera muy natural a las narraciones que vienen cargadas de tiempo y significados, como el lenguaje cinematográfico”.
No baja la marea de las artes plásticas en Venecia. Ya tendremos tiempo de ver cine.