Pedro de la Hoz
Sin confiar demasiado en la calidad disponible de una reproducción obtenida mediante la plataforma digital de la organización (Digital Concert Hall), me atrevo a aventurar que el estreno del director ruso como titular de la Orquesta Filarmónica de Berlín augura el inicio de una nueva etapa.
Ello aconteció el pasado fin de semana en dos tiempos, el primero en la magnífica sala del número 1 de la calle Herbert von Karajan; y luego, al aire libre, frente a la Puerta de Brandenburgo, en el mismísimo centro de la capital alemana, con la asistencia de unas 20 000 personas.
Plato fuerte del programa, la Novena sinfonía, de Ludwig van Beethoven, la quintaesencia del sinfonismo alemán. Allí, donde se comienza o termina, según se mire, la avenida Unter den Linden, la pieza que incluye en su movimiento final la celebérrima Oda a la alegría, recuerda a los berlineses que vivieron las últimas dos décadas del siglo pasado, la ejecución de la obra el 25 de diciembre de 1989 por la misma orquesta, dirigida por el norteamericano Leonard Bernstein, para celebrar la apertura del paso entre las dos mitades de Berlín, tres meses después de la caída del Muro. En la oferta del ruso, asumieron las partes solistas la soprano Marlis Petersen, la mezzosoprano Elisabeth Kulman, el tenor Benjamin Bruns y el bajo Kwangchul Youn.
En 2015 los músicos de la Filarmónica decidieron que Petrenko fuera el sucesor del británico Sir Simon Rattle. No lo sacaron debajo de la manga, aunque, a decir verdad, no figuraba en las cábalas como primera opción. Se especulaba acerca del alemán Christian Thielemann o si acaso el letón Andris Nelsons, pero superadas las primeras votaciones se despejó el horizonte para Petrenko, quien, por cierto, aparentemente no luchó demasiado el puesto. Se sabe que no es amigo de hacer lobby. En Berlín, como en otras plazas orquestales, los relevos se preparan con antelación, de manera que solo ahora, con el inicio de la temporada 2019-2020 se efectuó el cambio de mando.
Las expectativas estaban en su punto. De Rattle a Petrenko se observan diferencias. El crítico Alejandro Martínez, en Platea Magazine, ofreció las siguientes coordenadas de Petrenko: “No es exactamente un revolucionario, porque en su manera de proyectar la música hay también una indudable regresión al origen, una búsqueda que indaga en los principios más elementales. Más bien, pues, es un raro hechicero que fascina sin recurrir a los focos, sin seducir a las masas. Simplemente encandila por cómo se enfrenta a las partituras y también, qué duda cabe, por su gesto enfático y sumamente teatral, comunicativo como pocos. Pero si algo fascina en él es esa impresión que siempre traslada al oyente de estar escuchando una partitura, por conocida que sea, como si fuese la primera vez. Petrenko es el signo de un nuevo amanecer en el mundo de la dirección orquestal, el síntoma más acabado y revelador de un recambio generacional que se está culminando”.
A juzgar por la lectura de la Novena, doy razón al crítico. Si bien el marco de la interpretación, sobre todo ante la Puerta de Brandenburgo, presuponía una dimensión espectacular, la entrega dejó traslucir una dramaturgia que tuvo en cuenta los puntos de inflexión discursivos de la partitura, dejando atrás la tentación de hacer filosofía con la música.
Para Petrenko –lo ha dicho en los ensayos– lo importante es que cada músico y sección de la orquesta atienda rigurosamente los matices de la dinámica reflejados en el pentagrama. De ahí su insistencia en repasar determinados pasajes una y otra vez y señalar puntillosamente la más mínima desviación de los originales.
Esto no significa que se desmarque de la necesidad de transmitir emociones siempre que ellas no nazcan de concesiones ni aportaciones ajenas al estilo del compositor. Así entiende Petrenko el oficio y mandato de un director.
A fuer de ser sincero, me cautivó mucho más que la Novena su selección para abrir los conciertos: la suite Lulú, del austriaco Alban Berg, con la Petersen en la parte vocal. Recordemos que en abril de 1934, Berg ya había desarrollado los dos primeros actos de una ópera radicalmente novedosa en términos armónicos. Un modo de consolidar sus hallazgos consistió en escribir una suite con los materiales de los actos iniciales. Así pudo escucharse la Lulu Suite el 30 de noviembre en la Ópera Estatal de Berlín con Erich Kleiber, en medio del ascenso del nazismo. Berg fallecería un año después, víctima de septicemia, sin haber concluido la ópera. Pero la suite, de por sí, es un altísimo ejemplo de manejo sensible de las más avanzadas concepciones armónicas de la primera mitad del siglo XX.
Con 47 años de edad, Petrenko, que tuvo por cuna la lejana y fría Omsk, ha sido un hombre de ópera. Ya pasó por Berlín por cinco años al frente de la Ópera Cómica y luego ostentó la dirección musical general de la Ópera Estatal de Baviera. O sea, se entiende bien con el medio alemán.