Ivi May Dzib
Ficciones de un escribidor
II y última
La primera vez que la vio ambos salían de una institución psiquiátrica, los padres de ambos atribuían su rebeldía a la locura y por eso los enviaban a terapias grupales, que más bien eran reuniones de jóvenes inadaptados, hasta ese momento él no había tenido ninguna amiga, pero cuando la vio enseguida supo que entre ellos dos pasaría algo; uno intuye cuando van a suceder cosas importantes. Cuando salían de esa terapia ella lo miró y le dedicó una sonrisa esplendorosa, era jueves por la tarde, era de esos días en que las tardes parecían eternas y las noches quedaban en el olvido. Tendría que pasar una semana para que pudiera volver a verla, una semana.
Saca un cigarrillo y fuma, entiende que la vida es efímera y que es absurdo pensar que tenemos un destino por cumplir, ya que uno puede morirse en cualquier momento y de cualquier forma; puedes estar tranquilamente sentado en un parque alimentando a las palomas mientras una bala perdida llega para cerrar tu ciclo de vida, algo así le pasó a alguien hace tres días. Piensa en alguna forma de morir, por más absurda que sea algún día la verás en la nota roja, a todos nos llega nuestra hora, sería bueno que no nos enteráramos que le llegó a las personas que se aman.
La novedad de relacionarse con una chica lo hacía sentir diferente, incluso importante. Ella le había preguntado cómo un pequeño tan encantador podía portarse mal, lo hacía mientras caminaban rumbo al centro de la ciudad, caminaban para quedarse con el dinero que sus padres le habían dado para regresar a sus casas, él sintió una pequeña molestia, en el orgullo, porque sabía que ser pequeño no era agradable para las chicas y si una le hablaba es porque quería algo con él, aunque ahora lo dudaba. Ella sacó un cigarro y se sorprendió de que fumara, había visto a sus compañeros de secundaria fumar, incluso él lo hacía de vez en cuando, pero una chica le parecía algo muy extraño, entonces le pidió un cigarrillo, ella se lo dio y se puso a hablar de su padre y de sus ideas retrógradas, al grado de que le parecía enfermo que ella fumara. ¿Y por eso vienes con nosotros? Por eso y otras cosas.
Una de las cosas por las cuales se encerró en sí mismo era la desconfianza que le tenía a la naturaleza humana, que irónicamente era su propia naturaleza; ahora que veía la foto no sabía si su desconfianza había empezado con ella, a pesar de que habían pasado 25 años era imposible olvidar ese rostro, sobre todo la comisura de sus labios que se mantenían intactos como si alguien se hubiera encargado de evitar que se hiciera daño alguno para que él la reconociera. No pensó que volvería a sentir ese desasosiego y sintió que volvía a tener 14 años, se recostó llorando en su hamaca como un niño, mientras su madre no sabía qué hacer para darle consuelo, porque él nunca dijo con claridad que le dolía el alma, era parte de la adolescencia eso de esconder los sentimientos, porque no había mejor resguardo que el propio cuerpo que se encargaba de esconderlo todo.
Fueron los dos meses más felices de su vida, ella le hablaba de sus andanzas y se sorprendió siendo el confidente de una chica tan bella, pero lo que más le impresionó fue cómo un corazón tan joven podía soportar tanto, odió a sus padres por no dejarla ser libre, odió a sus amigas porque no paraban de criticarla, odió a sus amigos porque todos querían acostarse con ella y por eso la emborrachaban. Un jueves mientras caminaban se sentaron en la banca de un parque, él pensó que ella quería contarle algo, pero le dio un poco de miedo cuando sacó un envoltorio con mariguana y se puso a forjar un cigarrillo, él no dejaba de mirar hacia todas partes, porque si eran descubiertos tendrían problemas, ella pudo notar su miedo por lo que sintió mucha vergüenza, una vez que terminó de forjar, le dio un suave beso en los labios, que luego se volvió pasional y siguieron su camino mientras fumaban, él no pudo negarse, ya que ese beso le había dado valor, entonces todo fue muy confuso, ella se despidió de él como si estuviera acostumbrada a caminar por la vida intoxicada, mientras que él nunca supo cómo había llegado a su casa, lo que sí supo es que despertó al día siguiente con mucha hambre y su madre le preguntó por qué se había dormido tan temprano. Fue el último día que la vio, los jueves no volvieron a ser los mismos y él hacía muchas conjeturas de lo que pudo haberle pasado.
Ahora que la ve decide rehacer la nota, ella no merece ser despedida de una manera tan parca y ajena, incluso, empezó a hacer poesía, cosa que a muchos lectores les extrañó. Pero no había vuelta atrás, mañana la nota roja no será sólo sangre y fotografías, por fin veremos un poco de alma.
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