Emiliano Canto Mayén1
Pocas cosas fascinan tanto a la inteligencia como los enigmas. Ignoro si me leeré como un sacrílego o como un apátrida, pero la razón calcula la misma probabilidad de que exista un Dios y una Patria.
Tanto una idea como la otra son sublimes. Al igual que todos los seres que viven y sienten, al llegar a un templo experimento un torrente de emociones: me alegro cuando los amigos se unen en matrimonio, me enternezco cuando un recién nacido es presentado ante el sacerdote y bajo los ojos, húmedos por sus lágrimas, al despedir a quien ha partido al silencioso reino de la muerte.
Sin importar el credo o confesión, mientras una religión nos inspire a hacer el bien, a aliviar el dolor del prójimo y a vivir en consecuencia con pacíficos ideales de justicia, tolerancia y virtud, la fe es una invención buena y útil.
En el mismo sentido, la noción de Patria es buena y útil cuando nos pone a trabajar en aras de la justicia y la igualdad y une las voluntades para construir un Estado que proteja a los desvalidos, premie con prodigalidad a los ciudadanos ejemplares y castigue con firmeza a los criminales.
El ser humano es diminuto y cada uno de nosotros debería inclinarse ante lo Supremo. Al igual que en la nave de una iglesia durante un jubileo, celebro un gol de la selección nacional en un estadio. También, esté donde esté, cansado o bien despierto, a las seis de la mañana el himno compuesto por Jaime Nunó y José María Bocanegra hace temblar a mis labios y me remonta a los primeros días de mi formación escolar.
Muy lejos estoy de ser un fanático, si bien la idea de la Divinidad es tan absoluta y total como la de la Nación, cuando la fe y el patriotismo se usan para oprimir, perseguir e invadir los derechos y las naciones ajenas, dejan de ser buenas como cuando se las pensó por primera vez, y se transforman en las cadenas de la tiranía, en antidioses y antipatrias. Es por ello que creer con inteligencia y dudar sana y constantemente al rezar ante el altar o al votar en las urnas, puede salvarnos de todo cisma y despotismo. Pero esos escepticismos no se avienen con las celebraciones y ahora solo conviene recalcar que comienza un nuevo septiembre en México y, como escribió Ricardo López Méndez, nuestros pueblos creen en sus Dioses de la misma forma en que aman a sus Patrias.
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1 El Colegio de Morelos.