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Cultura

Ratmansky tras el pulso de Shostakóvich

Por Pedro de la Hoz

Como un gesto de reconocimiento mutuo debe entenderse el encuentro este septiembre entre el coreógrafo ruso Alexei Ratmansky y el Ballet Nacional de Cuba. Por años, Ratmansky ha valorado el prestigio mundial de la compañía insular y de su fundadora, la inmensa Alicia Alonso. En su condición de coreógrafo residente desde hace una década del American Ballet Theater, sabe muy bien la centralidad que históricamente ocupa la bailarina cubana en la trayectoria de esa agrupación. Y sabe también que aunque Alicia no está directamente al frente del BNC –al tanto, eso sí, de su desempeño–, el relevo está más que asegurado en manos de Viengsay Valdés, primera bailarina y subdirectora artística.

Por su parte, en el BNC el nombre de Ratmansky se halla aureolado por las sobradas muestras de su talento creador. Sus directivos y bailarines han seguido la carrera coreográfica iniciada en 1998, con Sueños de Japón, con el Ballet de Georgia, y acrecentada en trabajos para el Ballet del Teatro Marinsky, el Bolshoi de Moscú, el New York City Ballet, el Real Ballet Danés, el Ballet Nacional de Canadá y el Ballet de Zurich.

Ratmansky viajó a La Habana para montar Concierto DSCH, concebido en 2008 para el New York City Ballet. Año pródigo en su creación, en ese plazo estrenó además Variaciones Bizet, Pierrot Lunaire, con música de Arnold Schonberg, y una recreación del clásico Las llamas de París.

Las iniciales DSCH no ocultan enigma alguno. Con ese criptograma, el compositor ruso Dmitri Shostakóvich se representó a sí mismo, al tomar las primeras letras de su nombre germanizado –D de Dmitri y SCH de Schostakovij– y utilizarlo como una especie de mantra en sus construcciones de acuerdo a la notación musical alemana: D igual a Re; S a Mi bemol; C a Do; y H a Si.

Ese motivo constituye el eje de partituras como la Sinfonía no. 10 en Mi menor, el Cuarteto no. 8 en Do menor, el Concierto para violín no. 1 en La menor, el Concierto para violonchelo no. 1 en Mi bemol mayor, la Sinfonía no 15 en La mayor y la Sonata para piano no. 2 en Si menor.

La música seleccionada por Ratmansky para Concierto DSCH es el Concierto no. 2 para piano y orquesta opus 102, de Shostakovich, escrito en 1957 y dado a conocer en mayo de ese año por el propio autor.

El coreógrafo ha confesado su devoción por Shostakovich desde que estudiaba en la escuela de ballet del Bolshoi. “Siempre he sentido esta conexión muy personal. Es difícil de explicar, pero cuando escucho cualquiera de sus obras, mi cerebro responde. Surgen pasos en mi cabeza, veo imágenes y drama. Incluso en las sinfonías, que algunas personas consideran densas, encuentro un sentido dramático para las melodías”.

En mayo pasado, Ratmansky estrenó en Londres con el San Francisco Ballet, la que considera su más acabada obra shostakoviana: Trilogía. Según él culminó así un ciclo de una docena de obras inspiradas en la música y la vida de su compatriota, eslabonado a lo largo de dos décadas. Al ser entrevistado por el diario londinense The Guardian afirmó que había ido tan lejos como pudo en descifrar las diversas capas de la estética y los conflictos del compositor. “A Shostakovich le encantaba el ballet –comentó–; tocaba el piano para bailarines y enseñaba música en la escuela de ballet. También tenía un verdadero amor por las danzas populares”.

De la atracción pasó al estudio de esa relación. Entonces descubrió que Shostakovich, en los años 30, se vinculó con el coreógrafo Fiodor Lopujov para montar dos ballets con música suya: El tornillo y La corriente brillante. Esta última, incluso, constituyó un éxito en su estreno moscovita, hasta que chocó con el dogmatismo y las graves limitaciones culturales de la burocracia político cultural del estado estalinista, que entendió que la estética de las obras contradecía el espíritu proletario del realismo socialista. Lopujov fue a parar a Siberia y Shostakovich se cohibió de escribir nuevas obras para la escena dancística. Ratmansky recuperó para la escena ambos ballets y rindió homenaje al músico y el coreógrafo.

Concierto DSCH es una coreografía no argumental. El crítico Yuris Nórido, testigo del proceso de montaje, describe la obra con estas palabras: “La sucesión vertiginosa de secuencias, la alternancia vivaz de solistas y cuerpo de baile, el acento alto, la recreación desde el movimiento de la pauta musical, tributan a una poética pirotécnica y elegante, que indudablemente será un desafío para cualquier compañía de ballet”.

Para Miguel Cabrera, historiador del BNC, el aporte de Ratmansky ofrece dos vertientes: “La primera, porque viene a enriquecer el vasto repertorio creado por la compañía desde sus inicios; y en segundo lugar, porque enfrenta a nuestros bailarines a una nueva dinámica coreográfica, en la que se funden las influencias admirativas del coreógrafo por la obra de George Balanchine y su neoclasicismo, con el muy personal estilo de Ratmansky, en que el respeto al rigor académico se funde con las más atrevidas audacias. Un abstraccionismo lleno de sutilezas y sugerencias, para festejar la alegría de danzar y de vivir”.

Cuando se produzca el estreno cubano el próximo 3 de noviembre en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, el público dirá la última palabra.

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