Pedro de la Hoz
El hombre que negó públicamente a la Amazonía como patrimonio de la Humanidad ha dado suficientes muestras de ser alérgico a la cultura. Los pronunciamientos del presidente de Brasil y la gestión política cultural de su gobierno atentan contra la diversidad, la libre expresión, la circulación y el debate de ideas, y la naturaleza del arte como espejo de los conflictos humanos. Lo que no cabe en los patrones estrechos y retrógrados de Bolsonaro y sus acólitos debe ser atacado y cortado de raíz.
No hay que ir muy lejos para comprobarlo. En Montevideo estaba a principios de septiembre, en el cartel de la Muestra de Cine Brasil 2019, la película Chico, un artista brasileño, de Miguel Faría Junior. Venía a punto la proyección para preparar la exhibición comercial de la cinta a partir de octubre en la capital uruguaya.
Faría recibió con perplejidad la noticia de la prohibición del filme. Así lo cuenta: “”Al propietario de la sala llegó un telefonema, en nombre del Ministerio de Relaciones Exteriores de mi país, pidiendo retirar el filme de la Muestra. Estoy pensando qué hacer. El único documento que poseo es la carta de mi distribuidor, con el mensaje que el propietario de la sala le envió con la grabación del telefonema de una mujer que habló en nombre del Ministro. Ahí está la voz que dice: ‘Oiga, ese filme no, retírelo’”.
Acerca de este episodio el reconocido escritor Eric Nepomuceno ironizó: “Si existen Médicos sin Fronteras, la creatividad de Bolsonaro lanzó Censura sin Fronteras”. Acerca de los motivos de la interdicción de una película, rodada hace cuatro años, que recorre la vida artística del gran cantor e intelectual brasileño, argumentó: “El enojo del gobierno con Chico Buarque es ilimitado. Cuando él fue galardonado con el premio Camões, que equivale en nuestro idioma al Cervantes, por todo lo que escribió a lo largo de la vida, Bolsonaro explotó en cólera. Quiso saber quién había nombrado a los brasileños que integraron el jurado. No para felicitarlos, desde luego: para exigir la decapitación del entonces Secretario de Cultura, responsable por la selección”.
De este último, que al final de su carrera tuvo al menos un gesto digno, hablaremos más adelante. Ofrezcamos entretanto una perla del canciller del equipo de Bolsonaro. Ernesto Araújo, en cuyo nombre se censuró la película sobre Chico, ha dicho que el cambio climático y el calentamiento global “forman parte de un complot de marxistas culturales”, y responden a un “dogma utilizado para justificar el aumento del poder regulador de los Estados sobre la economía y el poder de las instituciones internacionales sobre los Estados nacionales y sus poblaciones”. Y otra más: “Trump propone una visión de Occidente no basada en el capitalismo y en la democracia liberal, sino en la recuperación del pasado simbólico, de la historia y de la cultura de las naciones occidentales”. Brillante, ¿verdad?
Parece que es propio de los ministros bolsonaristas competir a ver cuál gana en la carrera de los más horrendos disparates. La titular de la cartera de Mujer, Familia y Derechos Humanos, atribuyó el aumento de delitos sexuales en la isla de Marajó a que “las niñas no usan ropa interior”.
De regreso al cine, el popular actor y debutante director Wagner Moura no verá su ópera prima Marighella en las pantallas de su país en la fecha prevista. Para nada valió el recorrido internacional de la obra, con aplausos de la crítica y el público desde Berlín hasta Santiago de Chile; dice la compañía productora que no pudo cumplir a tiempo con los requisitos exigidos por el organismo estatal filmográfico ANCINE para su estreno el próximo 20 de noviembre.
Sin embargo, el autor del libro que pautó el guión de la película, Mario Magalhaes, asegura que detrás de las trabas burocráticas habita la intención de “no querer que esta historia sea conocida”.
La obra fílmica se concentra en los últimos cinco años de vida del escritor, político y guerrillero Carlos Marighella, quien enfrentó con las armas a la dictadura brasileña, desde 1964 hasta su muerte en una emboscada en 1969. Moura comenzó a gestar el proyecto en 2013, cuando Dilma Rousseff era presidenta de Brasil, y entonces, como ahora, únicamente pretendía contar a las generaciones actuales una historia olvidada del pasado.
Algo complicado a la luz del contexto brasileño de los años más recientes: Dilma sufrió un golpe de estado parlamentario, Temer arruinó la gestión precedente, Lula fue a prisión víctima de un amañado proceso, y el ultraderechista Bolsonaro ganó las elecciones, y no se ha escondido para proclamar su admiración por antiguos torturadores y su nostalgia por los tiempos de la dictadura que combatió Marighella.
Con esos truenos qué no harán ANCINE, la burocracia y los estamentos bolsonaristas para impedir que Marighella llegue a su público natural.
Paralelamente el gobierno ha sido claro en negar financiamiento y denostar de películas que de un modo u otro, con respeto y desde el arte, aborden problemas relacionados con la diversidad sexual y los conflictos de género. Para Bolsonaro y su círculo político el lugar de la comunidad LGTBI es el infierno.
Cuando el poder ejecutivo ordenó en agosto pasado el corte presupuestario a proyectos audiovisuales relacionados con el tema, el Secretario de Cultura, Henrique Pires, renunció. Y no tuvo reparos en declarar: “Quedó claro que tengo divergencias con el gobierno sobre libertad de expresión. No admito que la cultura pueda tener filtros. Por eso, como estoy desafinando, prefiero salir”.