Ariel Juárez García
“Daniel, haz secretas las palabras [...] hasta el tiempo del fin.Muchos discurrirán, y el verdadero conocimiento se hará abundante.”Daniel, el profeta, capítulo 12 versículo 4
Parece ser que todas las culturas tienen en común el deseo o el anhelo de vivir en “un mundo mejor” parecido al Paraíso que menciona la Biblia, en contraste con el mundo actual, que está en serias dificultades.
El Paraíso original realmente existió. La Palabra de Dios lo describe como “un jardín” situado en una región específica del Oriente Medio y bendecido con “todo árbol deseable a la vista de uno y bueno para alimento”. Dios lo confió al cuidado de la primera pareja humana. (Ver Génesis 2:7-15.) Era un escenario ideal, donde los seres humanos hubieran podido ser verdaderamente felices.
A pesar que Jehová Dios creó el planeta Tierra para que fuera el hogar paradisíaco de los seres humanos, un hermoso jardín donde hombres y mujeres perfectos pudieran disfrutar eternamente de una vida plena y con sentido, debido a la rebelión de una criatura espíritu (Satanás el Diablo) y, después, de la pareja humana (Adán y Eva), no solo se perdió el Paraíso, sino también la perfección, la salud y la vida sin fin. (Ver Génesis 2:16, 17 y 3:1-6, 17-19.)
Los primeros padres humanos fueron expulsados del Paraíso original y dejaron de ser perfectos. Quedaron sujetos al pecado y la muerte, y ellos se los transmitieron a la entera familia humana. A partir de entonces, la conducta del ser humano ha degenerado progresivamente hasta los niveles tan bajos que vemos en la actualidad. (Ver Eclesiastés 3:18-20; también Romanos 5:12 y 2 Timoteo 3:1-5, 13.)
La maldad nunca formó parte de un misterioso plan concebido por Dios. Surgió cuando Satanás, y después Adán y Eva, se rebelaron contra la autoridad divina.
Cuando aún estaban en el Paraíso, Adán y Eva recibieron este mandato de Dios: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla, y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas voladoras de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra” (Ver Génesis 1:28).
Cabe mencionar que, la Palabra de Dios asegura que la Tierra nunca dejará de existir. “Una generación se va, y una generación viene; pero la Tierra subsiste aún hasta tiempo indefinido.” (Ver Eclesiastés 1:4; también 1 Crónicas 16:30; e Isaías 45:18.)
El propósito de Dios para la Tierra y los seres humanos sigue siendo el mismo desde su principio. Mediante el profeta Isaías, Jehová declaró que es el Creador de la Tierra y que “no la creó sencillamente para nada, que la formó aun para ser habitada” (Ver Isaías 45:18).
Para una mayor comprensión, la Biblia expone la descripción que hace el profeta Isaías de la Tierra y sus habitantes: “Ciertamente, edificarán casas y las ocuparán; y ciertamente, plantarán viñas y comerán su fruto. No edificarán y otro lo ocupará; no plantarán y otro lo comerá. Porque como los días de un árbol serán los días de mi pueblo; y la obra de sus propias manos mis escogidos usarán a grado cabal” (Isaías 65:21, 22).
En las Sagradas Escrituras, se da prueba clara de la manera en que la Tierra estuvo, desde siempre, estrechamente ligada al propósito de Dios para la humanidad. “En cuanto a los cielos, a Jehová pertenecen los cielos —escribió el salmista—, pero la Tierra la ha dado a los hijos de los hombres.” (Ver Salmo 115:16.) Con estas declaraciones, se confirma que la Tierra fue formada para ser el hogar eterno del ser humano.
En el Sermón del Monte, Jesús dio la seguridad de que habrá un nuevo mundo bajo el Reino celestial de Dios al decir: “Felices son los de genio apacible, puesto que ellos heredarán la Tierra” (Ver Mateo 5:5).
Esas palabras refuerzan la promesa de Jehová Dios que aparece en el Salmo 37:29: “Los justos mismos poseerán la Tierra, y residirán para siempre sobre ella”.
Hoy, los que ejercen fe en el Reino celestial bajo el gobierno de Jesucristo –a quien su Padre Jehová Dios asignó y le dio nombramiento–, también pueden tener la esperanza de vivir en el futuro Paraíso en la Tierra, cuando “[Dios limpie] toda lágrima de sus ojos, y la muerte no [sea] más, ni [exista] ya más lamento ni clamor ni dolor” (Ver Revelación 21:4).
La vida en el nuevo mundo de Dios será muy distinta de la actual, tan llena de dificultades y serios problemas. De común acuerdo con las profecías bíblicas: a) no habrá más guerra, b) delincuencia ni injusticia, c) desaparecerán la pobreza, las enfermedades y hasta la muerte. La gente tendrá salud perfecta, y la Tierra se transformará en un hermoso Paraíso.
La evidencia muestra que este es un regalo de Dios, mismo que el ser humano recibirá en un futuro ya cercano. Pero, no es un regalo que arroja al mundo, por decirlo así. Hay que alargar la mano y alcanzarlo. Se requiere esfuerzo. Este se ilustra bien con la pregunta que hizo el joven gobernante rico a Jesús “¿Qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?”. O con la pregunta que hizo un carcelero filipense dirigiéndose al apóstol Pablo: “¿Qué tengo que hacer para salvarme?” (Ver Mateo 19:16 y Hechos 16:30).
La noche antes de su muerte, Jesús mencionó un requisito en oración a su Padre celestial: “Esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo” (Juan 17:3). Este es un requisito importante, sin embargo, se requiere más que solo conseguir ese conocimiento.
La Biblia también dice: “El que ejerce fe en el Hijo tiene vida eterna”. Y luego añade: “El que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él” (Ver Juan 3:36). Cada uno de los que han adquirido el conocimiento exacto acerca de las enseñanzas cristianas, pueden demostrar que ejercen fe en el Hijo de Dios, realizando cambios en su vida para armonizarla con la voluntad de Dios.
No hay que olvidar, el Creador Jehová Dios atrae a las personas en función de sus propias aspiraciones. Él respeta su libre albedrío. Coloca ante los habitantes de la Tierra hoy la misma disyuntiva que colocó ante los israelitas hace más de tres mil años, cuando Moisés dijo: “Pongo delante de ti hoy la vida y lo bueno, y la muerte y lo malo. [...] De veras tomo los cielos y la tierra como testigos contra ustedes hoy, de que he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la invocación de mal; y tienes que escoger la vida a fin de que te mantengas vivo, tú y tu prole, amando a Jehová tu Dios, escuchando su voz y adhiriéndote a Él; porque Él es tu vida y la longitud de tus días” (Ver Deuteronomio 30:15-20).
Hoy, los que ejercen fe en el Hijo de Dios como el Rey celestial nombrado, —por su Padre Jehová Dios— para gobernar a sus súbditos terrestres, también pueden tener la esperanza de vivir en el Paraíso, aquí mismo en la Tierra. El nuevo mundo no es, en ningún modo, un sueño: es una esperanza segura.
Jesucristo, el fundador del Cristianismo, sabía que el mundo presente no es el mejor mundo posible. Durante los tres años que duró su ministerio, enseñó una verdad indiscutible: que los mansos (apacibles) heredarán la Tierra para hacer de ella un Paraíso y que la voluntad de Dios se hará en ella. (Ver Mateo 5:5 y 6:9, 10.)