Joaquín Tamayo
Para Pablo Para Emilio
Nunca hubo, para mí, mayor desafío escritural que el que ahora enfrento. Reflexionar sobre mis lecturas ha sido mi placer y mi trabajo desde siempre, pero leer mi propia sangre me ha dejado inmóvil, casi no tiene comparación alguna… ¿Cómo hablar de un hijo sin sonar exagerado o condescendiente en el elogio? ¿Cómo ser un padre mesurado cuando se sigue siendo tan mal hijo?
Antes que hablarme del primogénito, la lectura de Mediocre me ha devuelto a la realidad de Joaquín Filio a través del misterioso puente de sus ficciones. Y me ha enseñado a entender a un escritor en toda la floración de su voz y de su palabra, un autor a quien he tratado de leer con tierra de por medio y ajeno a la geografía de su existencia. Sólo he intentado ser otro anónimo lector de esta redonda pieza literaria, llena de hallazgos imaginativos y de una prosa que, a semejanza del árbol de uno de sus cuentos más conmovedores, se inclina afanosamente buscando el resplandor de la poesía.
No es en vano el siguiente fraseo lírico:
“Durante las mañanas parecía de pronto como si la luz completa se nos estuviera escondiendo; como si entre las paredes derruidas por el comején y el oficio del polvo, no pudiera existir nada más que mi abuelo y la penumbra. A veces mientras le cambiaba los vendajes me exigía que abriera una cerveza, otras, sin mayor soborno, el que se abría era él y comenzaba a recordar.”
Al margen de la consigna de la sana distancia y de su formato plaquette, Mediocre aparece como una obra inicial y poliédrica.
Las ocho composiciones que la integran no se preocupan por las aduanas entre un género y otro, y Joaquín Filio hace bien en aspirar, por encima de clasificaciones, a que sus textos se cumplan en su amor vocativo por el lenguaje y en su sencillez para exponer el clima, precisamente mediocre, del alma humana.
Días soleados, tempestades y arrebatos nocturnos gobiernan la psique de sus personajes. No hay calma después de la tormenta en las historias que aparentan ocurrir como si nada. La fuerza de la nostalgia convoca al elemento fantástico a fin de que irrumpa con absoluta normalidad en la monótona rutina.
Cada relato, además, está enhebrado por el mismo tono enigmático y por una rara forma de sinceridad literaria. Quizá por eso tengo la impresión de precipitarme en un libro de cuentos vía novela. O, para dejarlo más claro, con la voluntad de ser novela. Qué importa.
El trabajo de Joaquín Filio se instala así en la tradición de los bestiarios clásicos, aunque en cada uno de los episodios no recupera a una bestia mitológica, sino a esa monstruosidad cotidiana llamada pérdida. Esa parece ser su premisa capital: aquello que uno pierde cada día de modo irremediable.
En el cuento Zopilote, por ejemplo, alguien se ha marchado hacia la muerte. El personaje central de Esther se desvanece, se va de sí misma; en Guardadito el protagonista escupe dinero y por cada espasmo se desprende de su ser y desintegra a la familia. La elegía por la ausencia felina domina el poema en prosa en Escrito a las tres de la madrugada. En tanto que Lenguaje, mi amor representa la imposibilidad del deseo y el hermoso texto, Vegetal, significa la despedida de ese deseo.
Confieso que he buscado, luego de releer estas páginas, determinados pasajes de nuestra vida, de nuestra biografía, algunas claves convertidas en trasuntos narrativos. Sin embargo, esa idea se antoja ociosa cuando se está bajo una mirada que nos reinventa, que nos transforma en parábolas, porque en estas prosas ya somos lo que nunca antes fuimos.
Dice nuestro escritor: “Admiro a los que se durmieron para siempre debajo de unas llantas, los gatos anestésicos de veneno o los que sucumbieron por la mediocre tarea de velar la luna, ya que encima de sus cadáveres construiremos un par de casas y, tal vez, un cementerio”.
En su niñez, Joaquín y yo jugábamos a sacar almas del purgatorio. Adivinándonos el uno al otro, gritábamos la primera palabra que se nos ocurriese. Si coincidíamos, habíamos logrado el cometido. Las palabras, siempre las palabras entre nosotros. A veces extraño esos juegos. Extraño al niño luchando por liberar un alma con la espada del lenguaje. Ahora lo hace en su condición de escritor y corresponde el turno a sus futuros lectores. Ojalá que jueguen con Joaquín el gran juego del cuento moderno que propone este pequeño libro. Leerlo será como escapar, por un instante, de nuestros respectivos purgatorios.