El viernes 24 de enero ocurrió un hecho inédito en el Teatro de la Zarzuela, de Madrid: por primera vez en sus 163 años de existencia, subió a escena un título ajeno a la tradición española, Cecilia Valdés, del cubano Gonzalo Roig, que rompió la norma en un ciclo de trece funciones que culminará el próximo 9 de febrero.
Como para refrendar el hecho de que la zarzuela nació en España y asentó básicamente su capitalidad en Madrid, el recinto del número 4 de la calle Jovellanos había sido coto cerrado para cualquier producto escénico musical procedente de otras tierras.
No debe olvidarse que en Argentina, México y Venezuela hubo autores criollos que incursionaron en el género desde el siglo XIX, como los casos del caraqueño José Ángel Montero (1832-1881), autor de El cumpleaños de Leonor; el mexicano Lauro Beristáin, quien estrenó en 1877 la pieza en tres actos A cual más feo; y el poeta catamarquino Ezequiel Soria, colaborador del músico español radicado en Buenos Aires, Antonio Reynoso, responsables de la introducción de un tango en Justicia criolla (1897).
En Cuba, la zarzuela se fue abriendo paso en el siglo XIX desde el sainete importado hasta el vernáculo y, de este, a la consolidación de un género que logró perfil propio, sobre todo entre la tercera y la cuarta décadas del siglo pasado. El público hizo suyas las músicas y las historias contadas en María la O y Rosa la China, las dos mejores zarzuelas de Ernesto Lecuona –la primera de estas muy conocida por las audiencias españolas–; Amalia Batista, de Rodrigo Prats y, especialmente, Cecilia Valdés, desde su estreno en el Teatro Martí, de La Habana, el 26 de marzo de 1832.
Originalmente, pues luego se hicieron adiciones, la obra, clasificada como comedia lírica, constaba de un solo acto y ocho cuadros, con prólogo y epílogo. Por tres meses se mantuvo en la cartelera del Martí y en el tiempo ha sido la zarzuela cubana más representada y versionada en la isla.
Para muchos Cecilia es la zarzuela y no la novela homónima de Cirilo Villaverde, uno de los monumentos literarios de la cultura cubana del siglo XIX, que refleja, más allá de la sustancia romántica del hilo argumental y la pintura de costumbres, los conflictos fundamentales de una sociedad colonial sustentada por la economía de plantación y la infame explotación de africanos esclavizados.
El libreto, escrito por el gallego Agustín Rodríguez y el guabanacoense José Sánchez Ardilla, despejó de densidad sociológica la novela de Villaverde, y puso en primera plano la historia de un amor desgraciado e incestuoso. La música de Roig penetró en el alma cubana.
A fines del pasado siglo, el maestro Leo Brouwer ofreció una muy precisa y vigente caracterización del contexto y la significación de la Cecilia, de Roig: “Respondía a la necesidad de una burguesía criolla de reafirmar su personalidad ante aquellos productos que venían de abajo, de la raíz del son; las del septeto, con su trompeta, su marímbula, y se situaban supuestamente un paso más arriba, o sea, se estilizaba apropiadamente la forma para una clase económica en desarrollo y en busca de una personalidad propia. (…) Los burgueses no reconocían la rumba de cajón, pero sí reconocían una rumba ligeramente adulterada de Ernesto Lecuona. Como tampoco un toque abakuá o yoruba, pero si el Po-po-po de la zarzuela de Roig”.
Al ser presentada por primera vez en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, la crítica consideró que se trataba de un acto de justicia, de saldar una deuda. Arturo Reverter resaltó que “se pueden contar hasta casi veinte números muy variados, algunos marcados por una idea temática conectada con el desgraciado personaje de Cecilia, que aparece ya en el prólogo, a destacar la salida de la protagonista con sus ritmos de habanera y la contradanza; muy bello, de un lirismo subido, su dúo con Leonardo”. Por su parte, Jorge Fernández Guerra, en El País, concluyó: “Una producción de obligada visita por su calidad artística, su encaje en la historia de la música y la cultura cubana, y porque nos ofrece una apertura de campo de lo que fue la zarzuela en el área hispana. Muy tarde, quizá, pero bienvenida”.
El toque cubano se hace sentir en el elenco. Las sopranos cubanas Elizabeth Caballero y Elaine Álvarez son las Cecilias, mulata de piel clara locamente enamorada de Leonardo, en realidad hijo del mismo padre, encarnado por el uruguayo Martín Nusspaumer y Enrique Ferrer. Los barítonos cubanos Homero Pérez-Miranda y Eleomar Cuello asumen a José Dolores Pimienta, sastre mestizo pretendiente de Cecilia e instrumento del trágico desenlace.
Linda Mirabal, cubana e hija de la célebre cantante haitiana Martha Jean-Claude, interpreta el Po Po Po de la alucinada anciana liberta Dolores Santa Cruz, mientras que la mezzosoprano española Cristina Faus lleva el papel de Isabel Ilincheta, predestinada a ser la esposa de Leonardo.
Al explicar por qué eligió Cecilia Valdés, el director musical Oliver Díaz declaró: “Es una perfecta amalgama entre la gran tradición operística centroeuropea, la zarzuela y la música afrocubana. Gonzalo Roig es capaz de colorear e iluminar cada una de las acciones de la forma más sutil evidenciando los aspectos psicológicos de cada personaje con una maestría absoluta”.