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Cultura

Severa/estricta vigilancia

Fernando Muñoz Castillo

Insólito –exclamó Juan Ramón Góngora antes de entrar a la sala teatral–, que en esta ciudad se presente Severa Vigilancia, de Jean Genet.

Y sí, desde el año pasado que Tomás Ceballos me comentó que ensayaba esta obra, me entusiasmó, ya que conociendo su meticulosidad para dirigir y su conocimiento del idioma en que se escribió la obra, su montaje sería muy diferente a lo que habíamos visto en el siglo XX, cuando los comerciantes del teatro explotaban el desnudo, y la homosexualidad de los personajes, para un público que tenía vedado este tipo de temas abordados por la dramaturgia.

En la memoria, la imagen de Javier Esponda, encarnando al ladronzuelo joven, cuya sinuosa figura repta en esas cuatro paredes, admirando con vehemencia a Ojos Verdes.

En la puesta de Tomás, vemos un devenir de días y días rutinarios con el sonido de un reloj implacable que marca el caminar estricto del tiempo, mientras en flashazos observamos a los presos, nuestros personajes, repetir rutinas y al mismo tiempo, nos permite atisbar el carácter y la fortaleza física de cada cual.

Aunque a la obra la recortaron para hacerla más “llevadera”, el público se sintió en algún momento distraído y en algún otro impaciente.

Excelente dicción y potencia de voz de los tres chicos, importante, porque ya sabemos que el Daniel Ayala, es otro de nuestros sordos teatros que engalanan el Centro Histórico de la Ciudad.

De las actuaciones, la que más llama la atención por momentos es la de Mauricio, con esa sinuosidad que exige el personaje de homosexual abierto, del que goza siendo la puta del más fuerte de la celda. Pero tristemente, de repente lo olvida, se aleja del personaje y su circunstancia, y se refugia en la supuesta debilidad, que es realidad una fortaleza travestida de blandengue. Esto es algo que no entiende Josué Núñez, porque no muere por débil, sino porque es el más fuerte de los tres y se sacrifica para quedar como la víctima y ascender vestido de holapanda al cielo de los mártires.

Ojos Verdes (Juanjo Chacón) es débil por dentro y por fuera al interpretar al personaje del macho Alpha. Gesticula demasiado con la cara y con las manos, su caminar es incierto. Y de pronto, es el más femenino de los tres, a pesar que se esfuerza por parecer y ser duro. El cruel asesino que lleva en los labios un ramo de lilas.

Lefranc (Efraín Baaz), en su sueño de querer superar a Ojos Verdes y ser respetado por toda esa colmena que es la prisión, resulta fofo, y nunca construye el personaje central de la obra, que simpáticamente no es Ojos Verdes, ya que sin Lefranc no es nada más que un macho gozando de las zalamerías y goces sexuales del joven y bello ladronzuelo con cara de malo: Mauricio.

Una buena dirección la de Tomás, que se pierde por la falta de madurez actoral de sus tres jóvenes, tal vez demasiado, lo que no es pretexto para no haberse podido empapar de lo que son estos personajes, faltó profundo y comprometido trabajo de campo.

Y lástima que ninguno de los tres supiera reír a carcajadas cínicas e hirientes, dolidas y sangrantes, de los tres personajes encerrados a su suerte como si fueran animales de laboratorio con los que experimenta el ojos avizor del vigilante (Miguel Cerón), que de repente parece un personaje mecánico como el reloj del principio, para transformarse en un severo vigilante. Me hubiera gustado más mecánico, porque así es el tiempo del reloj de la vida, mecánico, sin sentimientos ni fantasías, ni sueños baratos de gente sin importancia para la sociedad.

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