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Cultura

El oscuro esplendor de Holderlin

Pedro de la Hoz

Me he apropiado del título de uno de los poemarios esenciales del cubano Eliseo Diego, cuyo centenario pronto celebraremos, para encabezar esta nota sobre el bardo alemán Federico Holderlin, pues la vida y obra del autor de Hyperion no se explican sin considerar las cuotas compartidas de lucidez y hermetismo, de luminosidad y locura que mostró durante su existencia.

Tanto fue así que, a propósito de cumplirse este 20 de marzo el aniversario 250 de su nacimiento en 1770, no cesa de discutirse en los medios académicos el verdadero sentido, si es posible hallarlo, de los escritos que legó a la posteridad.

Uno de los más importantes críticos literarios europeos del siglo XX, el belga Paul de Man, abordó este último aspecto: “Para nuestros tiempos, la relevancia de los enunciados temáticos de Holderlin es tan sorprendente que resulta muy tentador adoptar al poeta, y excluir a todos los demás, como una prefiguración poética de nuestras propias ideas y abordarlo con el respeto y la urgencia acríticos que se aplica a los pronunciamientos oraculares. Así, la crítica a Holderlin se convierte en una suerte de profana mezcla de extrema pedantería filológica con una de las más túrgidas y pseudoproféticas prosas que pueda encontrarse acerca de cualquier asunto literario. Lo peor es que estos extremos de rigor y fervor no pueden ser pasados por alto o desmitificados sin más, como aberraciones pasajeras: ambos son, hasta cierto punto, legítimos y necesarios”.

Las etiquetas van y vienen: el gran poeta romántico, el adalid lírico del idealismo alemán, el que denostó a Goethe y exaltó a Schiller, la piedra angular de la bendita trinidad completada por Schilling y Hegel, el hombre que sublimó la belleza. Sus frases se repiten aisladas del contexto en que surgieron y ganan categoría de sentencias inapelables: “Sólo en el niño reside la libertad”. “El lenguaje es el bien más precioso y a la vez el más peligroso que se ha dado al hombre”. “La muchedumbre prefiere lo que se cotiza, las almas serviles sólo respetan lo violento”. “¿Qué es la sabiduría de un libro en comparación con la sabiduría de un ángel?”.

Sin embargo, incluso para el alemán promedio del siglo XXI, Holderlin es un desconocido. Más citado que estudiado. Mal estudiado y menos leído. A ello se refirió, con una mezcla de acritud y sarcasmo, el ensayista Peter Michalzik a propósito de la actual jornada holderliana: “La poesía de Holderlin es tan oscura que ninguna imagen de la persona surge de ella, no se puede inferir ningún perfil psicológico. Se debe a una construcción que gira en torno a algo diferente al individuo. La palabra ‘profundidad’ tiene entonces sentido. Si ‘profundizas’ lo suficiente, oscurece: eso podría haber sido el principio secreto del adorador de la luz y poeta nocturno Holderlin. O mientras más oscuro, sabes que eres más profundo. Es por eso que los intérpretes oscuros, sobre todo Martin Heidegger, pensaron que se llevaban tan bien con Holderlin”.

Durante el año 2020, la cultura alemana se había propuesto sacar a flote a Holderlin, de una manera seria y lo más accesible a públicos no especializados, sin echar a un lado los sempiternos debates aludidos por De Man. La pandemia del coronavirus frustró el programa, que hoy viernes debía tener dos focos cenitales: uno en Lauffen am Neckar, pequeña ciudad donde nació Holderlin, a 50 kilómetros de Stuttgart, y en Heidelberg, donde estaba previsto un festival de poesía y música, preferentemente beethoveniana, puesto que el genial sordo de Bonn era coetáneo del escritor.

El coordinador del programa Holderlin 250, Thomas Schmidt, anunció que algunas acciones se llevarán a cabo cuando la vida cultural retorne a su curso normal, entre ellas la más completa exposición sobre la personalidad y su época a cargo del Archivo de Literatura Alemana (DLA, Deutsches Literaturarchiv), radicado en Malbach. El proyecto de habilitar un espacio ferial en un viejo y desactivado aeródromo cercano a Frankfurt para el intercambio público de colecciones de poemas, bajo la advocación de Holderlin, se llevará a cabo una vez superada la crisis sanitaria.

Ante las circunstancias actuales, una televisora regional refrescará la película Jinete de fuego, de Nina Grosse, filmada en 1997, con las actuaciones de Martin Feifel (Holderlin), Marianne Denicourt, y Ulrich Matthes. En su momento subvalorada por la crítica, la obra fílmica se centra en uno de los episodios más turbulentos de la vida del poeta, cuando negado a ejercer como pastor, se gana la vida instruyendo en casa a hijos de la floreciente burguesía alemana.

Así fue contratado en 1796 por el banquero Jacob Gontard, pero al tiempo que ilustra al hijo del financista, fija sus pupilas en su esposa Suzette, quien cae rendida ante los ardores del poeta. Gontard descubre a los amantes, expulsa a Holderlin y repudia a su cónyuge. Amor incompleto e infeliz, el plan de escape se revela: dividido entre Susette, el arte y la protección de un amigo, el Barón de Sinclair, Holderlin, romántico desbocado, pierde la mente.

En la vida real, Sinclair recluyó a Holderlin en un asilo psiquiátrico en 1806, al hallarlo presa de gran agitación. Hablaba en voz alta consigo mismo, convulsionaba y lanzaba imprecaciones a los transeúntes. Tres años antes le habían comunicado la prematura muerte de Suzette, lo cual originó una crisis de la que nunca más se recuperó. Fue declarado incurable; la esquizofrenia arruinó su salud física y mental. Al año siguiente de ser internado, un artesano de Tubinga, devoto de la novela epistolar Hyperion, obra cumbre de Holderlin, lo albergó en su casa. Allí habitó en lo alto de la torre central con vista al río Neckar. No escribió más, ni habló más. Día tras día, con expresión ausente, posaba sus ojos en el río, hasta que 36 años después murió.

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