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Cultura

Treno por Penderecki

Pedro de la Hoz

“Escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo”, reza el proverbio. Krzysztof Penderecki tuvo dos hijos, plantó árboles de más de mil especies en un terreno en las afueras de Cracovia e hizo tanto o más que escribir un libro, al llevar al pentagrama decenas de obras musicales, muchas de las cuales quedaron como emblemas de la evolución sonora de la segunda mitad del siglo XX.

El deceso del compositor polaco a los 86 años de edad, el pasado fin de semana, generó reacciones en los medios artísticos de diversas partes del mundo, donde caló con su poderoso legado. Directivos de las orquestas sinfónicas que condujo en calidad de invitado, profesores con los que compartió cátedra, intérpretes a los que dedicó partituras, como la violinista Anna Sophia Mutter, cantantes que se aventuraron en sus óperas, lamentaron la partida con muestras de pesar y admiración puestas a circular en las redes sociales, dado el prevaleciente aislamiento social debido a la pandemia de Covid 19.

La impronta pendereckiana desbordó los límites de las salas de concierto y los estudios dedicados a grabar la llamada música clásica. Jimmy Greenwood, integrante de la banda británica del rock Radiohead, se sintió tan impresionado por la poética de Penderecki que al conocerlo personalmente en 2011, propuso que trabajaran de conjunto. Así nació, años después, la iniciativa de ofrecer a los públicos en una misma sesión Polymorphia, de Penderecki, y su pieza 48 respuestas a Polymorphia. Al ser informado del suceso luctuoso, Greenwood publicó el domingo: “Penderecki fue el más grande; un compositor ferozmente creativo y un hombre amable y afectuoso”.

Es muy probable que los aficionados al cine de terror hayan asimilado con naturalidad las secuencias de El Resplandor, de Stanley Kubrick, aderezadas con un fragmento de Polymorphia. El compositor John Taverner consideró adecuado citar la obra del polaco en la banda sonora del filme protagonizado por un inmenso Jack Nicholson.

Igual suerte corrió la que quizá sea la partitura más reconocida de Penderecki, Treno a las víctimas de Hiroshima, incluida en Twin Peaks; el retorno, del británico David Lynch, y en Hijo de hombres, del mexicano Alfonso Cuarón.

No deja de ser interesante el hecho de que tanto Treno… como Polymorphia respondan a la etapa más experimental de la estética pendereckiana, cuando se hallaba notablemente influido por las vanguardias de la postguerra. Ambas creaciones datan del cruce de los años 50 a los 60, cuando el compositor alentó en Polonia una corriente denominada sonorismo, que buscaba estructurar articulaciones y texturas no tradicionales y proclamaba la supuesta pureza del sonido como factor determinante en todos los aspectos de una obra musical.

Si la música atonal de principios del siglo pasado rehuía de la más mínima asociación tonal, la producción sonorista, que no sólo tuvo a Penderecki como un abanderado sino también a Henryk Miko?aj Górecki, Wojciech Kilar, Kazimierz Serocki y Witold Szalonek, se vuelve antiarmónica y antimelódica al evitar cualquier material definido por el tono. Es lo que sucede con Treno… (1959) y Polymorphia (1961), pero también con Cuarteto de cuerdas No. 1 (1960) y Fluorescencias para orquesta (1962). Fueron producciones que sacudieron a las audiencias con insolencia revolucionaria, pero también con optimismo cognitivo, porque demostraron que era posible construir un mundo de nuevos sonidos y texturas, y romper con la tradición centenaria del enfoque melódico-armónico.

Curiosamente, el cine me permitió descubrir a otro Penderecki mucho antes de haberme topado con el autor de la vanguardia radical. La manera de recrear formas barrocas presente en la banda sonora de Manuscrito encontrado en Zaragoza (1965), la rara película de Wojciech Has basada en la novela gótica homónima de Jan Potocki, debe escucharse no como vuelta al pasado sino más bien puente en el que es posible reciclar la tradición con aires de futuro. No por gusto ese material, aprovechado por el cineasta polaco, había servido de base para facturar la espléndida obra para orquesta de cámara Tres piezas en estilo antiguo (1964), punto de giro en la trayectoria de Penderecki que se hizo mucho más audible con el oratorio La pasión según San Lucas (1966) y se acentuaría a partir de los años 70.

“Fue una época en la que se abusó de los ejercicios teóricos y los resultados fueron, muchas veces, inaccesibles”, confesó muchos años después, mas no abjuró de lo conseguido en esa dirección. En una entrevista le preguntaron si era partidario de Bach o de Boulez y respondió: “De Bach, Boulez, y si me aceptan, de Penderecki”.

La Pasión según San Lucas, para recitador, soprano, barítono, bajo, coro de niños, tres coros mixtos y orquesta, es obligatoria si se quiere medir el peso estético de Penderecki. En la escritura vocal gravita la herencia del canto litúrgico, mientras que la globalidad de la obra se encuentra inspirada en Bach. Pero cuidado, es Penderecki a pulso el que asoma en las triadas que otorgan una mayor estabilidad a la composición y dan un vuelco renovador a los conceptos armónicos preexistentes. Esa línea quedó ampliada y consolidaría con el soberbio Réquiem polaco (1980-1984), para cuatro solistas, coro mixto y orquesta.

El polaco se las entendió, además, con las grandes formas de la música de concierto y el teatro musical: la sinfonía y la ópera. Escribió ocho sinfonías y siempre pensó en redondear nueve. En 2016 declaró: “No quiero pasar de nueve. Da mala suerte. Beethoven hizo esa cifra, Dvorak también. Me parece peligroso cruzar el umbral, ir más allá. Mahler, digamos que compuso nueve y media y ya saben lo que pasó. Que murió en el intento de su décima. Confío en esa forma; sólo creen que ha muerto la sinfonía con los malos compositores”.

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