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'Amigos”

Conrado Roche Reyes

Desde que llegué a México, nuestros preparatorianos aparecen mezclados a una profunda inquietud nutrida de motivos heterogéneos, a ese lapso corresponden las dos épocas de la gran período estudiantil “policromías” que dirigieron el “güero” Heuer, Helú, Palavicini y García Joaquín, y que después manejaron Raúl Noriega y Dorantes, a este periódico le siguieron otras hojas de encandilada ambición como “Eureka” que se movía bajo la dirección de Miguel Alemán, David Romero Castañeda y Gabriel Ramos Millán.

Otro periódico fue “Cóndor”, con Pablito Moreno Galán y Fernández Gayoli. En “Avalancha” figuraban los “radicales” Carlos Zapata Vela, Alfonso Díaz Figueroa y Heliodoro Gurrión. En “Bronces” trabajaban José Muñoz Cota y Guillermo Tardiff, y en “Tribuna” aparecían Luis Murillo (el de las bombas trepidantes de la prepa), Manuel González Ramírez y Pepe Robleda. También circulaban “Evolución” y “Látigo”, con don Juan corría el nombre de Miguel “Aguilón” Guzmán. En “Agora” sonaban los nombres de Luis Reyes, Andrés Duarte y Nieva.

Una vez al año, siempre con distintos nombres, editaba una revista elegantísima de restringidos números el pintoresco Fernando de la Llave. Y allá, entre vicisitudes y anuncios suplicados, se editaba el “Heraldo estudiantil”, que incluía mis titubeantes versos y los editoriales de Arturo García Formeti. Tales periódicos constituyen la avanzada tipografía de mis compañeros de entonces. Chano Sierra publicaba sonetos dedicados a MTL, abreviatura por iniciales que evitaba peligrosos desafíos con Rafael Landa, cuya preciosa hermana María Teresa, futura “Miss México” era encantadora y hechizante. Nuestros periódicos se llenaban con los esfuerzos de Emilio Cisneros Canto, Martín Paz y Lamberto Alarcón, éste con su enronquecida y sus coreados versos “Cosa que re retuerces” como un tirabuzón”.

Al lado de estos ripiosos versos, se encontraban los de Héctor Pérez Martínez, las caricaturas de Hugo Tilgham, la afrancesada prosa de Salvador Camargo y las helenísticas nostalgias de Pepe Valencia.

En el nuevo “Policromías”, los artículos de Juan Bustillo Oro, Noriega, Rubén Salazar Mallén. En varios de estos periódicos fueron incluidos los poemas de Renato Leduc. Eran las paupérrimas y deliciosas noches de consumir en la calle de Soto las endemoniadas carnitas con Ruiselo Avellaneda, Morales Pardave y no podía faltar Renato. Semidestruidos cilindros lanzaban a la noche las melodías con que Miguel Lerdo de Tejada había escrito “El faisán”. En las esquinas del rumbo se oían las quejumbrosas penas “Un viejo amor” que ni se olvida, ni se deja según los versos de Esparza Oteo. Otras veces, en “La Estrellita” italianizante romántica de Ponce o los “Ojos tapatíos”, de los que sigue siendo fama que no hay ojos más lindos. Nos hacía comezón la serenata cuando escuchábamos los acordes de “García Plena”, de Mario Talavera, que se perdía a lo lejos.

Renato Leduc tenía el genio alegre, el mundo interior terriblemente triste y desolado. Supongo que aquella etapa de su producción se cerraba con “la estatua”… “creo en el dogma de tus pupilas…”, cantaba Leduc.

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