Verónica García Rodríguez
Mientras el mundo veía por primera vez “La guerra de las galaxias”, los jóvenes bailaban al ritmo de la música disco, se enamoraban con canciones de los Bee Gees, y Pinochet disolvía los partidos políticos en Chile, Robinson Crusoe volvía a la isla de Juan Fernández, donde alguna vez salvó la vida del caníbal, que él mismo llamó Viernes.
Así tal cual, el mismo Robinson Crusoe, quien llegara a una isla desierta después de naufragar y cuya historia escrita por Daniel Defoe se convertiría en la primera novela inglesa; ese mismo Robinson vuelve a la misma isla 258 años después en un texto radiofónico escrito por el multifacético Julio Cortázar.
Robinson vuelve junto con su inseparable “amigo” y criado, Viernes, a la misma isla que, por supuesto, encuentran ya urbanizada y con el desarrollo de las grandes ciudades. Desde el avión a punto de aterrizar, lugar donde da inicio la trama, vemos a un Robinson emocionado de volver a su isla, de ver su antigua cabaña o el edificio que construyeron sobre ésta; de ser testigo de los cambios del progreso.
Los americanos son un pueblo disminuido en su humanidad por ser indígena, degenerado por mezclarse con el conquistador, y también “por ser heredero de una cultura que en la filosofía del progreso no eran sino una etapa de la misma, pero que, una vez alcanzada la nueva etapa, no podrían ser sino una expresión de retroceso, lo que ya no debía ser”1.
Así pues, toda esa alegría que conserva Robinson, todavía en el aeropuerto, con el orden y la organización de pasajeros, se va trastornando al incorporarse al sistema de la isla, sistema al que él, como buen ciudadano inglés, estaba acostumbrado, pero no en la isla en la que alguna vez fue libre. El asombro de Robinson por la organización del aeropuerto para la atención de los pasajeros, termina cuando, en ese nuevo orden, él y Viernes son separados. No pasan por la misma ventanilla. Ese orden nos muestra la obsesión del occidental por controlarlo todo y clasificarlo sin distinción alguna.
Juan Fernández es ahora una isla urbanizada llena de gente, pero es el contacto con ésta lo primero que le es prohibido a Robinson por cuestiones de seguridad; lo cual corresponde a la idea occidental del hombre superior: el aislamiento de todo lo común, de lo natural: le teme a su medio ambiente, a diferencia del hombre americano que tenía una especial comunicación y entendimiento con su entorno. Al fin y al cabo usted tuvo poca oportunidad de mantener contactos en su visita anterior. Bastará con que lo recuerde, y todo saldrá bien.
Adiós, Robinson, refleja esta relación entre el hombre occidental y el americano. En el discurso de Robinson está la mirada del conquistador, siempre marcada por el sentido de superioridad y de poder, perspectiva que condiciona su mirada del mundo. El salva a Viernes de ser comido por caníbales, además lo viste, lo educa, le da una religión, lo hace ser humano. Pero Viernes estará consciente de la esclavitud que vivió.
“Robinson: –…Es difícil explicarlo, Viernes, digamos que no entendí lo que hacía contigo, por ejemplo.
Viernes: –¿Conmigo, amo? (risita). Pero si hiciste maravillas, acuérdate cuando me cociste unos pantalones para que no siguiera desnudo, cuando me enseñaste las primeras palabras en inglés, la palabra amo (risita), las palabras sí y no, la palabra Dios, todo eso que se cuenta tan bien en el libro…
Robinson: –¿Qué quieres?, todo eso había que hacerlo para arrancarte de tu condición de salvaje, y no me arrepiento de nada. Lo que no fui capaz de entender es que alguien como tú, un joven caribe, frente a un vetusto europeo…
Viernes (riendo): –Tú no eres vetusto, amo.
Robinson: –No te hablo de mi cuerpo, sino de mi historia, Viernes, y es ahí donde me equivoqué contigo cuando pretendí hacerte entrar en la historia, la nuestra, por supuesto…”. (Cortázar: 1977)
Viernes nos revela que la isla sigue desierta, porque aunque haya personas, pues estas no hablan las unas con las otras. Es como si todos, o cada, uno vivieran solos.
“Robinson: –…La gente entraba y salía como si no se conocieran, sin decirse palabras, apenas saludándose en los ascensores o en los corredores.
Viernes: –¿Por qué esperabas otra cosa, amo? Tú mismo lo dices, aquí es lo mismo que en Londres o Roma. La isla sigue desierta, si puedo hablar así” (Idem).
En aquella isla desierta, ahora urbanizada, Robinson se preguntará constantemente ¿Quién salvó a quién? Mientras Viernes no puede aguantar la risa, cada vez que dice amo, refiriéndose a Robinson –esta risa es un elemento irónico con que Cortázar nos muestra que aunque Viernes diga amo, sabe que hay cosas que Robinson no puede controlar.
Viernes es la conciencia, la reflexión, la razón que confronta a Robinson, quien siendo el hombre del progreso, quien ha logrado controlar la naturaleza y los hombres mismos ¿Cómo es que puede no ser feliz?
Este guión de radio fue escrito por Cortázar en 1977, pero no se publicaría sino hasta después de su muerte2 en un clima de continuos sobresaltos porque la competencia armamentística y la carrera espacial entre Rusia y Estados Unidos no tenían otro propósito que doblegar al otro y esto ponía en peligro al resto del planeta. También surgían en el plano internacional las relativamente nuevas repúblicas latinoamericanas, ricas en materias primas y con una población mestiza o criolla en crecimiento.
Por todos lados de Latinoamérica emanaba el arte y literatura, mientras se reforzaba el discurso de defensa de los pobres o de la libertad del individuo, junto con nuevos líderes librepensadores de ideas socialistas, progresistas y renovadoras. La Guerra Fría permeó el corazón de América Latina, polarizando grupos políticos, dejando paso a la violencia que condujo al abuso, al genocidio entre los propios latinoamericanos.
Adiós, Robinson es un texto en el que Cortázar deja constancia de la decepción por su propia cultura occidental, sobre todo siendo un hombre que había estado siempre cerca de la política diplomática, que se involucró en el movimiento peronista, de cual no tardó también en decepcionarse y, desde el exilio en París, capital de la cultura europea, tuvo que ser espectador distante de la violencia de Videla sobre Argentina.
¿Cuántos podemos realmente escapar al sistema? Cortázar nos muestra que Robinson no pudo escapar al programa turístico que le pusieron para su estancia en la isla de Juan Fernández, de la misma manera en que sin darnos cuenta nos incorporamos a la sociedad, cumpliendo sus estándares de conducta y productividad, perdiendo de a poco nuestra libertad y nuestra capacidad de ver por nosotros mismos. Nos conformamos con ver la vida “como una serie de imágenes bien cortadas en el marco de las ventanillas de auto. Un museo si se piensa bien, o una proyección de diapositivas”. (Cortázar: 1997)
Al final, la profecía: Nos volveremos a encontrar, amo, no pongas esa cara de triste. Primera sentencia que se lee cuando ambos, Robinson y Viernes, son separados en las filas de pasajeros en el aeropuerto. Así es, nos volvemos a encontrar: el europeo y el americano; el mestizo y el originario. Todos los días nos encontramos y reencontramos.
La segunda y contundente sentencia de Cortázar nos habla del reconocimiento de los pueblos americanos como uno solo, de la construcción de América Latina. Muchas cosas cambiaron en ese momento –dice Viernes refiriéndose al momento en que se encontró con su amigo, también nativo, Plátano–, y no es nada de lo que todavía va a cambiar.
Referencias
CORTAZAR, Julio. “Adiós, Robinson”. Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 416 (febrero 1985), pp.5-18, Madrid: Instituto de Cooperación Iberoamericana. Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/obra/adios-robinson/ Fecha de consulta: 17 de septiembre de 2016.
SARTRE, Jean-Paul. “El ser y la nada”. Edit. Losada, 2008. Argentina. Disponible en: https://docs.google.com/file/d/0B4XVcwnKrfrzZmY1ZDYxYmUtYmM3OC00MjllLWFlYTEtMDc4MWI2M2UzNjMy/edit
ZEA, Leopoldo. Filosofía americana, como filosofía sin más. Disponible en: http://www.olimon.org/uan/zea.pdf. Fecha de consulta: 23 de junio de 2016.
Notas
1 Zea, Leopoldo. La filosofía Americana como filosofía sin más. Edit. Siglo XXI. México, 1969. P.p. 13.
2 Adiós, Robinson, publicado en 1997
veronicagarcia.rdz@gmail.com