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Cultura

La otra película

Joaquín Tamayo

A lo largo de su carrera, e incluso después de haberla concluido, el cineasta Ismael Rodríguez (1917-2004) estuvo entre la pared del apoyo brindada por los aficionados a su obra, y la filosa espada de sus no pocos detractores. Estos últimos siempre vieron que su legado tenía por objeto sacar el mayor jugo posible a la taquilla a través de cintas superfluas y maniqueas; la comercialización en bruto, decían, por encima de la calidad artística y estética de la película. Nadie le puede escamotear, eso sí, la fuerza de sus personajes, ahora referencias necesarias en la cultura popular.
Así fue desde sus inicios, desde los días en que dejó de ser el joven sonidista de la productora de sus hermanos, para convertirse en el consumado realizador de la época de oro del cine mexicano.
Pocas veces, sin embargo, el director se defendió públicamente de las críticas anticipadas y de los ataques alevosos. Su ajuste de cuentas, por decirlo de algún modo, llegó casi al final de su existencia con la aparición de Memorias, coescrito con el historiador y académico Gustavo García (1954-2013).
En el libro, Ismael Rodríguez recrea sus orígenes, así como sus años en la industria del entretenimiento; se permite también examinar los pros y los contras de casi todos sus trabajos y, de paso, evoca a las personalidades más destacadas con las que tuvo algún nexo. El texto intercala con efectividad la anécdota y la reflexión.
Habla con intensidad y melancolía de sus amigos. Evoca con precisión a sus adversarios. No se trata de una revancha; se trata, así lo hace sentir, de justicia, de equilibrio.
Asimismo, en el breve tomo hay espacio para la cavilación sobre sus propósitos como director. Una suerte de declaración de principios se pasea por las ciento siete páginas.
Divertido e irónico, Ismael Rodríguez endiosa a nadie y es, por el contrario, totalmente duro consigo mismo. Se ríe de sus desaciertos, de la censura de la época y mira, gracias a la perspectiva que conceden los años, los valores técnicos y culturales que le ayudaron a forjar un estilo, su sello, su marca. Los tres García, Vuelven los García, A toda máquina, Qué te ha dado esa mujer, Nosotros los pobres, Animas Trujano, Los hermanos Del Hierro y El niño y el muro son revisados por su autor tanto en los pormenores como en los aspectos menos conocidos, aquellos que se cumplen en la sombra, acaso detrás del escenario.
“Terminamos en Mérida –escribe Rodríguez acerca de Pedro Infante– y, en efecto, ahí afinamos muchos detalles del personaje. Poco a poco fue saliendo un argumento que acabó siendo Tizoc. Pero hubo un momento en que Tizoc estuvo a punto de no ser una película para Pedro. Yo era muy buen amigo de Joan Harrison, la guionista de Rebecca, la cinta de Hitchcock, a quien le platiqué el asunto, le di el guión, lo tradujo al inglés y me dijo: ‘¿Quieres entrar a las ligas mayores? Déjame ofrecerlo’. Y lo propuso a Marlon Brando. Por supuesto, todo hubiera sido muy diferente, pero no pudimos ponernos de acuerdo con las fechas y se tuvo que abandonar la idea”.
En otro apartado reconstruye un episodio de su amistad con Luis Buñuel: “En 1980, cuando hice Blanca Nieves y sus siete amantes, propuse el papel del viejo a Luis Buñuel. Estaba de lo más entusiasmado porque iba a actuar por un lado, y por otro, con Sasha Montenegro. Era un papel muy bueno, doble, porque al final moría y se aparecía su hermano gemelo, pero lo que más le entusiasmaba era Sasha. Ya se imaginaba la divertida que se iba a dar cuando, al día siguiente, me habló: su mujer le había marcado el alto”.
Antes de ser cineasta, Ismael Rodríguez fue un lector sensible. Su amor por los libros le dio un acervo que influiría su formación en el guionismo y en la dirección de películas.










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