Por Ele Carfelo
En columna anterior, escribíamos que cada toro tiene sus cualidades de lidia, y que la más importante es la bravura. Y decíamos también que cuando esa bravura logra ser dominada por el torero en una conjunción artística, es cuando realmente disfrutan de la tauromaquia, tanto protagonistas como espectadores, y que mientras más cualidades posea el toro en sus embestidas, el disfrute es mayor. Pero hay que reconocer también, que el RIESGO, NUNCA DESAPARECE EN EL RUEDO, sino hasta que el toro muera.
Puede ser que el torero posea una gran sabiduría y experiencia en su actuación ante el astado, y sea capaz de ESCOGER cómo actuar y reaccionar ante la conducta del toro, pero el problema es que el toro no posee ALBEDRIO, no tiene capacidad de decisión, y reacciona exclusivamente POR INSTINTO, que se puede manifestar de maneras diferentes, lo que multiplica la peligrosidad en cada momento de la lidia. Por eso, aunque el torero sea muy sabio y poderoso, LA EMOCION siempre está presente en el ruedo.
¿En qué consiste la sabiduría del torero? En entender cómo puede “manejar” la bravura del burel durante la lidia. Sabe el diestro, que la bravura se mide por la EMBESTIDA; sabe que el instinto de embestir es una reacción del animal a la inquietud que le produce estar separado del rebaño. Cuando el toro es criado en el campo, un sentimiento “gregario”, la costumbre de vivir “agrupado”, hace que no ataquen, y a condición de no asustarlos, se puede circular entre ellos tranquilamente, sobre todo si se hace a caballo. Pero si por alguna circunstancia se encuentran aislados, los toros embisten a todo LO QUE SE MUEVE, sea peatón, hombre a caballo, un automóvil, etc., como si en ello vieran un obstáculo a reunirse con sus hermanos. El mérito del torero consiste en calcular la bravura del toro y sus diferentes grados, desde el “toro de bandera”, el bravo, el noble, el mansurrón, el manso, el “manso de solemnidad”, hasta el buey. Equivale esto a analizar las embestidas, análisis que se va haciendo desde que el toro sale por la puerta de toriles, y todas sus reacciones que se escalonan a lo largo de los tres tercios de la lidia, midiendo siempre, la peligrosidad de la embestida.
Decíamos que la bravura es el instinto OFENSIVO del toro, instinto de conservación, de sentirse apartado del rebaño, que cuando el toro lo capta durante la lidia, es cuando desarrolla su instinto DEFENSIVO, que no es una cualidad natural, sino que es su reacción a la utilización de sus armas naturales (LOS CUERNOS), su defensa con la cabeza: EL DERROTE… TIRAR LA CORNADA.
Todo esto, el torero lo sabe perfectamente, y el público también se percata de ello… y ese constante peligro, unido a la manifestación de arte que el torero ejecuta durante la lidia, es lo que los protagonistas TRANSMITEN, convirtiéndolo en la EMOCION, que esta fiesta de maravilla proporciona.
Pero todo depende del toro y su bravura, por lo que hay tardes en las que el aspecto paupérrimo o la inhibición a la pelea por la mansedumbre del astado, o por su extrema debilidad, o todo a la vez, cambian al aficionado la emoción por la desesperación.
Y aún así, el aficionado conocedor disfruta del espectáculo, mientras analiza para sus adentros, los porqués de los tristes sucesos que se dieron en el ruedo.
¡Ah!, pero cuando por la puerta de toriles sale un hermoso bovino, que “se come” los capotes, que pelea con codicia en varas, que acude a los cites con longitud y nobleza, y tiene enfrente a un diestro que le templa las embestidas, y ambos TRANSMITEN emoción a los tendidos, el gozo de protagonistas y espectadores es alto incomparable, seductor y esplendoroso. ¡Es la fiesta de los toros en toda su plenitud! ¡Qué viva la fiesta brava!
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