Síguenos

Última hora

Renuncia Vidulfo Rosales como abogado de los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa

Deportes

Polvo de Estrellas

Gabriel Zapata Bello  

En los años subsecuentes a la finalización de la primera guerra mundial la población pretendía vivir la vida a plenitud, olvidar los horrores de esa conflagración y distraerse aunque fuera un poco. Los norteamericanos, especialistas en el show bussiness, aprovecharon ese clima emocional para inventar arriesgadas y espectaculares actividades que pusieron de moda a los escaladores de altos edificios u “hombres mosca”, así como los saltos desde elevadas alturas con o sin protección.

En 1925 un bailarín yucateco de 20 años nacido en el suburbio de Santiago de nombre Alonso Garibaldi Baqueiro se encontraba con su compañía artística en Pachuca, Hidalgo, donde vio a un hombre mosca norteamericano escalar dos edificios; días después, cuando el extranjero iniciaba el ascenso a la Torre del Reloj de esa ciudad, la multitud se asombró al ver a Garibaldi superar al norteamericano con mayor facilidad y coronar la torre hidalguense. Fue invitado inmediatamente a Cuba donde escaló edificios en horario nocturno y posteriormente llegó a los Estados Unidos donde, sin preparación alguna, se lanzó desde una torre de más de 20 m para caer y atinarle al centro de un barril lleno de agua, lo cual causó estupefacción general.

Garibaldi, por lo visto, era un enamorado del peligro, lo cual no pasó desapercibido para la industria fílmica de Hollywood, que lo contrató para doblar escenas arriesgadas sobre aviones en vuelo o bien subirse a un aeroplano en ascenso mientras guiaba una motocicleta. El intrépido santiaguero regresó a Yucatán en 1930 ya como propietario de un avión biplano con el cual hacía arriesgadas acrobacias aéreas en el cielo de la tranquila ciudad de Mérida. En una ocasión, cuando platicabas de sus hazañas con sus amigos en el salón del Gran Hotel, frente al parque Hidalgo, demostró a sus acompañantes que todas sus aventuras en Hollywood eran ciertas: salió a la calle y ante el asombro de sus amigos y más de cien curiosos allí congregados, escaló rápidamente la fachada del hotel. Poco tiempo después escaló también el edificio del Ateneo Peninsular por el costado norte.1

Sin embargo, su más temeraria exhibición fue cuando escaló la Catedral de Mérida ante más de diez mil espectadores que llenaron la Plaza Grande bajo un sol calcinante; después de dos horas de ascenso, a las 12 horas del mediodía, cuando Garibaldi llegó a la cruz de la torre norte del templo (calles 60 y 61) saludó al público, el cual le prodigó una ovación ensordecedora.2

El 7 de septiembre de 1935 sería su última aventura. Mientras llevaba a cabo sus evoluciones acostumbradas desde su avión, la gente observó que pasaba entre las torres de la Catedral casi rozando los laureles de la Plaza Grande y perdía cada vez más altura debido a un desperfecto de la nave; Garibaldi buscó un lugar apropiado para descender y al optar por un ramonal rozó una veleta que lo hizo estrellarse en el tinglado de una panadería al sur de la ciudad. Mientras era conducido al Hospital O´Horán, rindió su último aliento el valiente aviador yucateco.

En su honor el poeta Carlos Duarte Moreno compuso la letra musicalizada por el artista Candelario Lezama de la canción titulada Aguilucho Nuestro 3 dedicada al intrépido y destacado aeronauta y hombre mosca yucateco, quien vivió la vida a plenitud mientras surcaba valerosamente los cielos del Mayab y de otros lares.

1 Diario de Yucatán, El primer aviador yucateco. Alonso Garibaldi, “Hombre Mosca”, 30 de abril de 1967, p. 4.2 Íbid, p. 5.3 Diario del Sureste, Alonso Garibaldi, 7 de septiembre de 1937, p. 4.

Siguiente noticia

Atractiva opción para la iniciación deportiva