Félix Sautié Mederos
CDLXXIII
En la espiral en que se mueve al peregrinaje que realizamos en la vida, hay días conmemorativos, momentos y/o períodos del año con que medimos nuestro tiempo de existencia y que utilizamos para el disfrute espiritual y la muy humana acción conmemorativa de la historia, así como las revelaciones de lo divino e, incluso, de los mitos; causales siempre, características en sí mismas y especiales por así decirlo, que se reiteran imperturbablemente en lo que podría ser una especie de noria existencial y calendárica que, de conjunto o individualmente, pueden modelar y/o determinar nuestras actitudes, acciones o formas de manifestarnos en esos momentos de festividades y asuetos.
Así es que durante todo el tiempo que pasamos en nuestra vida terrenal, se repiten y se repiten los inviernos, los veranos, los otoños, así como las conmemoraciones festivas, luctuosas, patrióticas, etc., correspondientes con nuestra identidad, con nuestras creencias y con nuestra cultura en específico, que crea y/o recoge la rotación de la tierra alrededor del sol; además de la historia, las costumbres, la tradición y los intereses sociales, políticos y económicos de determinados grupos de la sociedad e, incluso, de naciones y países.
En su existencia ontológica y su razón de ser de todos ellos, determinantemente y, en última instancia, se mezclan las influencias del medio social, los movimientos de la tierra alrededor del sol que determinan las estaciones del año en cada hemisferio terráqueo, así como las costumbres, las creencias y las ideas, además, también la formación intelectual, religiosa y familiar que cada cual haya recibido o posea. Todo ello actúa de conjunto o específicamente con la forma de una expresión individual y/o en general de manera decisiva sobre las personas en el disfrute de su vida e, incluso, influye en una verdadera retroalimentación que se manifiesta y/o desarrolla en cada persona de acuerdo con el medio, las costumbres, las tradiciones, las ideas, las creencias, las concepciones filosóficas, políticas y económicas que, por otra parte, llenan y enriquecen el tiempo de la vida de cada cual en su medio geográfico y social, circunstancias y coyunturas históricas.
En general, de acuerdo con la cultura y las costumbres imperantes en el medio geográfico, social y económico en que vivimos inmersos o, incluso, en que nacemos, nos educamos y peregrinamos toda una vida, esta espiral existencial en la que se mueve nuestro tiempo personal, específicamente sobre la base de la creatividad y el ingenio propios de la condición humana, transcurre de una manera casi imperceptible para nuestro razonamiento, porque transitamos de un período al otro del año que muchas veces coinciden y están determinado por la estación del clima que nos rodea y dentro del cual estamos enclavados geográficamente, así como envueltos o determinados por las tradiciones, las costumbres, las creencias religiosas etc., establecidas en nuestro ámbito familiar y social.
En todo esto hay un factor que poco a poco se ha ido haciendo determinante en la medida que ha estado “asaltando” en sí mismo a las etapas del año y las conmemoraciones: consumismo y la sociedad de consumo, invención del capitalismo que se está tragando todo el sentido espiritual de los tiempos, períodos del año, las fiestas y las conmemoraciones que planteo convirtiéndolas en objetos económicos y ocasión de consumo desvirtuando su razón de ser. Este problema constituye uno de los más importantes peligros estratégicos que en el presente acechan a la condición humana, pero no quiero por el momento exponer más sobre esa cuestión específica que alerto, solo apuntarla porque consumiría todo mi espacio actual en ello, prefiero dejarlo para tratar en uno o varios capítulos completos de La Espiritualidad Prohibida en el futuro.
Quiero llamar la atención, con relación a los tiempos conmemorativos, por el hecho en su conjunto, más allá de la diversidad y las especificidades que nos presenta un factor común a todo, que es “el tiempo necesario y el tiempo de duración”, que aunque se reitera y se reitera siempre lo hace en una dosis medida que en la proyección de todo el tiempo en su conjunto y extensión en realidad es efímera. O sea, que el tiempo se consume y que las reiteraciones para una misma persona son de limitada duración, como todo en la vida que es efímero.
Esta es una consideración conceptual que tiene un profundo significado, porque el uso y la administración del tiempo en sí mismo debería ser una actitud básica de vida, por expresarlo de una manera más comprensiva, porque nos parece que el tiempo transcurre casi sin darnos cuenta de ello y lo que para muchos puede ser imperceptible es su fragilidad temporal, ya que se les insufla mentalmente la idea de ser siempre así. Me refiero a una realidad existencial en la que, por otra parte, poco a poco la biología personal se va imponiendo y nos va consumiendo hasta un momento en que para nosotros ya no hay tiempo disponible. No es ningún enredo conceptual o específicamente semántico, lo que planteo constituye una realidad que se presenta junto a lo hermoso de estos tiempos y conmemoraciones que considero muy importante tener en cuenta.
En esta cuestión se plantea una dicotomía, dada porque de una parte lo que la civilización humana ha ido desarrollando desde su modelación en sí misma, al respecto de los tiempos y las conmoraciones que le dan sabor a la vida, por así decirlo, que la sacan de una monotonía de instintos propia de una vida meramente animal y sin expresiones de la necesaria espiritualidad humana que amplía nuestras razones para vivir y nos diferencia de una animalidad en la que todo sería buscar la comida, comer, dormir, tener vida sexual –como la tienen los perros, por ejemplo– y movernos en un ciclo vicioso sin creatividad ni expresiones espirituales.
Por otra parte, tenemos que todo eso se realiza en los marcos de referencia de un tiempo necesario que siempre será limitado, aunque año tras años regresen esos mismos tiempos y conmemoraciones, en la que nos expandimos espiritualmente con la diferencia de que cada vez seremos más viejos biológicamente y en realidad nos quedará menos tiempo para volver a disfrutarlos.
Como una conclusión esencial de todo lo planteado, puedo decir que los tiempos litúrgicos, las estaciones climáticas del año que generan en sí mismas determinadas costumbres y tradiciones, en conjunto con las conmemoraciones y las fiestas, son elaboraciones espirituales de los seres humanos que adornan la existencia, modelan las esperanzas y le dan un sentido más lógico y civilizado, por denominarlo de una forma más comprensible a nuestra existencia y presencia terrenal. Considero que desde el punto de vista antropológico es algo que debemos comprender a cabalidad para entender un poco más nuestro desenvolvimiento existencial y procurar conservarlo y protegerlo de las banalidades, los consumismos, los dogmatismos, así como los extremismos. Podríamos encontrar algunos otros “ismos” más, pero pienso que los expresados son suficientes para los fines que me propongo plantear.
Entonces, en consecuencia, pienso que se imponen algunas consideraciones que para mí son esenciales:
1.- La vida requiere de un balanceado sentido de la espiritualidad que nos es dado por las ideas, las creencias, la cultura, los tiempos del año y su disfrute civilizado, de los cuales podemos sacar además del disfrute en sí mismo, frutos espirituales capaces de hacernos mejores personas, enseñanzas que elevan nuestra cultura personal y nuestro sentido humanista, así como que también aumentan la percepción de la espiritualidad en sí misma elevándonos cada vez más en la escala humana que nos van diferenciado de la animalidad que nos es intrínseca a nuestro soma.
2.- La apreciación del tiempo necesario y del tiempo disfrutado hay que sacarla de lo meramente neurovegetativo, por expresarlo con una ejemplificación comprensible desde el punto de vista sociológico, que se manifiesta un día tras otro sin que lo tomemos en consideración, lo que nos puede llevar a pensar que todo es así y será siempre así en lo adelante. Para, en consecuencia, tomar conciencia de la necesidad de una administración personal básica del tiempo, en su conjunto necesario y disfrutado sin que se convierta en una obsesión más allá de lo meramente necesario, pero que es requerida al objeto de un mejor aprovechamiento de nuestra vida.
3.- En lo anteriormente expresado, lo importante es que ante la necesidad de la apreciación del tiempo necesario y del tiempo disfrutado, nos planteemos también la necesidad de identificar en cada momento cuándo en específico estamos perdiendo el tiempo a los efectos de actuar en consecuencia o incluso denunciarlo cuando ello sea lo necesario para ponerle coto y resolver que no se continúe perdiendo.
4.- Los tiempos litúrgicos, las estaciones, las festividades, las conmemoraciones culturales, históricas, etc., constituyen factores muy importantes para la civilización de la vida. La fiesta tal y como expresaría mi amigo de muchos años, el filósofo, antropólogo y humanista ilicitano Dr. Manuel Rodríguez Maciá, quien se ha especializado en investigar y estudiar estos factores, sobre lo que tiene múltiples publicaciones, posee un papel decisivo en la formación de las ciudades y de la espiritualidad que siempre deberíamos reconocer y valorar para ubicarla en su justo medio.
Las anteriores consideraciones que he expresado hasta aquí han copado mis pensamientos y reflexiones en esto tiempos que se acercan a la Navidad y el fin de año, en los que importantes nubarrones se ciernen cual espadas de Damocles contra mi Cuba querida en la que nací y en la que vivo hasta que me llegue mi hora. Atravesamos un momento de inflexión, pero pienso que también es necesario detenernos en el ritmo agitado que la vida nos está planteando para hacer algunas reflexiones y consideraciones filosóficas, sociológicas, antropológicas y sociales para entender razones de ser e intríngulis que determinan, esencialmente y en última instancia, al respecto de nuestro existir y de nuestro modo de peregrinar en el mundo que nos ha tocado vivir. Pienso que lo que he expresado hasta aquí está muy acorde con mis reflexiones esenciales por Navidad y fin de año, festividades conmemorativas al respecto de las cuales escribiré más específicamente en mi próximo capítulo.
A los efectos de acogerme al espacio de publicación que poseo para los capítulos de La Espiritualidad Prohibida, de inmediato paso a reseñar cronológicamente las crónicas que publiqué el año pasado 2017 y la que de nuevo coincide, en lo esencial, con lo que estoy planteando en este capítulo 473. “Cumplí 79 años; mis sentimientos existenciales...”, publicada con fecha jueves 3 de agosto del 2017, considero que es explícita y un complemento de todo lo que hasta aquí he planteado:
Queridos lectores de Crónicas Cubanas, según los signos del zodiaco, de los que no soy un creyente que busca en los horóscopos el futuro inmediato o próximo, soy un leo y cumplo años de vida cada 28 de julio. Por tanto, en este 2017 ya he alcanzado los 79 julios de mi existencia terrenal, porque nací en 1938, en el seno de una familia acomodada de libre pensadores, que me inculcaron una educación en la virtud y en la justicia social en uno de los principales colegios católicos de entonces, Los Maristas de La Víbora, circunstancia que he explicado ampliamente en mis crónicas y artículos de vida e, incluso, en los libros testimoniales que he podido publicar. En consecuencia, mi existencia terrenal sobrepasa las expectativas de vida de muchos países desarrollados, entre los que se encuentra Cuba también, dado la calidad de su medicina y asistencia social. En virtud de estas circunstancias, ante todo debo darle gracias a Dios por mi tiempo de vida; sin pretender ofender con ello a ninguno de los no creyentes que me leen, simplemente expreso mis sentimientos más íntimos, los que no puedo ocultar.
Quiero testimoniar, pues, que en todo este tiempo he vivido momentos históricos trascendentes y complicados, y que en algunos he podido ser testigo de excepción o participante directo, lo que ha incidido sensiblemente en mi forma de ser y pensar a partir de las experiencias a veces dramáticas que he atravesado. En esas circunstancias, y con esos hechos que me han desarrollado existencialmente y me han enriquecido con múltiples conocimientos y experiencias, que me han permitido escoger un rumbo muy específico al lado de la Revolución Cubana, de la justicia, de la equidad, de la paz y de los intereses esenciales del pueblo de a pie. De lo vivido no me arrepiento y me siento muy orgulloso de mi concepción cristiana y revolucionaria con que he enfrentado los avatares existenciales que se me han interpuesto. Así lo siento y así lo manifiesto especialmente cuando estoy terminando el recorrido existencial que todos hacemos en la época que nos ha tocado vivir.
En mi concepto místico de mi vejez, quiero reconocer que el haber vivido tanto es una gracia que a otros no le ha sido posible alcanzar. Ello lo comprendo mejor cada día que transcurre y cada vez que me avisan que alguien cercano, familiar o de mi misma generación que ya van siendo muchos, por una causa u otra le ha llegado el momento de su partida definitiva, de lo cual nadie está exento. Con los años vividos, he sufrido por la muerte de mis abuelos, de mis padres, de mis tíos, de varios hermanos, primos e, incluso, de uno de mis hijos, que un cáncer me lo arrancó cuando aún era un niño pequeño. Además de mis amigos, condiscípulos y compañeros que cada vez son menos. La vejez nos va a abarcando con una soledad existencial que debemos aprender a solventarla, especialmente con nuestro compromiso hacia los demás a partir de los mandamientos de vida centrados en el amor a Dios y el amor al prójimo como a uno mismo. Esa es una experiencia que aprendí desde muy joven con el Evangelio de Jesús de Nazaret y que acumulo acrecentada por tantos años de existencia terrenal tras las causas de la justicia y de la verdad cristianas y revolucionarias. Soy cristiano, revolucionario y militante, no lo puedo negar y lo proclamo abiertamente en mis 79 aniversario de vida. Cumplir con esos compromisos existenciales, rectificar mis errores y mis pecados con un firme propósito de la enmienda me crean sentimientos paralelos en tres conceptos esenciales: hacia los que he apreciado y querido muy especialmente y ya no están; mi convicción sobre la necesidad de promover un mayor afecto y cariño por los que aún me acompañan y una muy especial solidaridad hacia los seres humanos y otros seres vivos, en general, que coexisten conmigo en estos años de mi cuarta edad.
Comprendo cada día mejor, que el tiempo de la vida no se puede desperdiciar ni mucho menos perder con una manifestación dominante cargada con rencores, odios, envidias e, incluso, maldad. La vida tiene posibilidades y a veces tendencias que nos inclinan hacia el bien o en el mal, aunque eso no se debe ver maniqueamente en blanco o negro, tal y como algunos con gran esquematismo se lo plantean. La vida está conformada también por múltiples matices, ya sean verdes luminosos, oscurecidos o apagados, así como los propios de los grises que muchas veces nos atrapan por causa de las desidias, los desengaños e, incluso, los aburrimientos.
El bien y el mal se pueden representar en los dos extremos de una línea recta con dos polos contrapuestos, que en ocasiones llegan a confundirse y amalgamarse en función de las dinámicas existenciales de una transmutación posible movida por la voluntad humana existencial, las circunstancias, y las causalidades que no es los mismo que las casualidades que también podrían producirse, lo que muchas veces no alcanzamos a comprender y ni siquiera vislumbrar. Considero que para estas circunstancias y coyunturas en que se manifiestan, aunque en la política estrictamente soy de los que piensan que las casualidades no existen, estos desdoblamientos y confusiones existenciales nos exigen prepararnos y mantenernos alerta al objeto de saber enfrentarlos a partir de una ética de vida y un humanismo básico que están determinados por lo que se conoce como moral natural propia de la condición humana.
En las coyunturas actuales en que vivo, quiero testimoniar que me alarman sensiblemente los extremismos de algunos que, en nombre de sus ideas, insultan, atacan y acorralan a los demás. También rechazo el uso de la fuerza para imponer criterios, sistemas y explotaciones, así como el bloqueo y la guerra económica contra mi país con que pretenden ahogarnos por el hambre y la desolación.
Vivo en una angustia casi permanente de que algún dogmático y/o burócrata invente nuevas restricciones burocráticas que puedan restringirnos a quienes formamos parte del eslabón más débil y envejecido de la cadena existencial. Así lo pienso y así lo afirmo en mi derecho a opinar, con mis respetos para el pensamiento diferente y sin querer ofender a nadie en particular.
http://www.poresto.net/ver_nota.php?zona=yucatan&idSeccion=33&idTitulo=579023
Continuará.
Finalmente, les reitero mi correo electrónico con el propósito de que puedan trasmitirme dudas, criterios, opiniones y preguntas: fsmederos@gmail.com