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Entretenimiento / Virales

Debates sobre la diversidad sexual en Cuba hoy (II)

Marta Núñez Sarmiento*

XXIX

¿La especie humana es heterosexual? Los lectores de Unicornio se alarmarán porque inicio este artículo con una pregunta ridícula. La triste realidad nos dice que la mayoría de las personas en el mundo responderían que “sí”.

Para reflexionar sobre cuán arraigados están en Cuba los prejuicios hacia la homofobia y la transfobia, acudiré al concepto de identidad de la psicóloga y profesora cubana Dra. Carolina de la Torre. Ella la define como el proceso durante el cual cada individuo se identifica consigo, ese devenir que mientras transcurre nos hace ver que somos una cosa y no otra. Sucede así cuando en materia de nacionalidad decimos que somos cubanos y/o cubano-americanos. O en el caso de las identidades religiosas las personas se consideran católicas, protestantes, practicantes de las religiones afrocubanas o, lo que es más común pero no suele expresarse públicamente: “Practico varias religiones simultáneamente”, condición que los especialistas en religión caracterizan como “multirreligioso”, que es lo predominante en mi país. Y, por supuesto, existen los ateos, como una servidora.

Asumirse como gay, lesbiana, bisexual, transgénero, intersexual o, simplemente, ser una persona que se hermana con la filosofía “queer”, es también una forma de identificarse con uno mismo en cuestiones relativas al género. Hace mucho tiempo que la división binaria de los sexos en “masculino” y “femenino” fue sustituida por la de género, que incluye la real diversidad de preferencias sexuales y de las identidades genéricas. Aplicando la definición de identidad de De la Torre a las relaciones de género, estimo que identificarse con una o varias de las tendencias de los géneros consiste en un proceso que transcurre en un contexto histórico y social concreto. Esto resulta vital, porque significa que los seres humanos no tienen que identificarse con sus genitales al nacer para adherirse a eso de “soy hombre”, “soy mujer” o soy “lesbiana”, sino que están influidos por los patrones culturales de las sociedades donde nacen y crecen. No es lo mismo ser una mujer o una lesbiana en la Cuba de 1959 que serlo en la actualidad.

Esta definición de identidad de Carolina de la Torre nos permite comprender que uno es igual a sí mismo en cuestiones de géneros y que parte de esas decisiones de identificación se infieren de las diferencias que se perciben entre cómo es una persona con respecto a otra. Además de ser un proceso largo, no es estático y tampoco es algo que se forma de manera unilateral, porque en ello confluyen múltiples eventos. Me refiero a que asumir una identidad genérica implica decisiones subjetivas, personales y, por supuesto, la persona está expuesta a las influencias de los disímiles colectivos por donde atraviesa en su existencia en una sociedad históricamente determinada.

Intentaré explicar este galimatías con ejemplos referidos a la vida cotidiana y al sistema político de mi país.

Comenzaré por este último. En Cuba la cultura patriarcal penetra hasta tal punto nuestros modos de ser que la tendencia homofóbica distingue las actitudes de buena parte de los cubanos y de las cubanas. Reproduciré dos párrafos del libro La integración social de las personas transexuales en Cuba (2017), de la directora del Centro Nacional de Educación Sexual Mariela Castro Espín, para argumentar las decisiones políticas que se han tomado al más alto nivel de mi país y que han convertido progresivamente la lucha contra la homofobia y las transfobia en un tema político:

En la actualidad, Cuba es reconocida internacionalmente por sus avances en el campo de los derechos sexuales y en especial por su política de atención a la transexualidad. Sin embargo, persisten contradicciones sustanciales.

Mientras la Primera Conferencia del PCC (Partido Comunista de Cuba, 2012) aprobó entre sus objetivos la no discriminación por orientación sexual y la recomendación de incluir en las políticas la no discriminación por identidad de género, el nuevo Código del Trabajo, aprobado en la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) en diciembre de 2013, no contempló esta recomendación; en Cuba, desde 2013 se acepta emitir documentos de identidad que incluyen el cambio de foto de la persona transexual de acuerdo con su identidad de género, sin contemplarse aún en este documento el cambio legal de sexo y nombre de quien no se haya sometido a la cirugía de adecuación genital; el gobierno cubano apoyó la Declaración General de Naciones Unidas sobre Derechos Humanos, Orientación Sexual e Identidad de Género en 2008, además de votar a favor de la resolución presentada en el Consejo de Derechos Humanos sobre temas LGBTI en 2014, pero se retiró de la discusión y del voto sobre familias diversas; la FMC (Federación de Mujeres Cubanas) ha liderado por casi veinte años las modificaciones al Código de Familia, que introduce, entre otras propuestas, un nuevo articulado sobre orientación sexual e identidad de género que aún está pendiente de presentación en la ANPP; desde 2012 el CENESEX (Centro Nacional de Educación Sexual) realiza talleres de actualización y perfeccionamiento del ProNES, el que por consenso de sus participantes actualmente se denomina Programa Nacional de Educación y Salud Sexual (PRONESS), que aborda objetivos y acciones dirigidas a promover el conocimiento y respeto de los derechos por orientación sexual e identidad de género, pero en las propias instituciones y organizaciones que participan persisten prejuicios hacia las personas transexuales.

Elegí este texto porque en él la Dra. Castro Espín detalla las decisiones recientes que las altas esferas de dirección del país aprobaron para reconocer la igualdad de derechos de los ciudadanos con orientaciones sexuales e identidades de género diferentes a las heterosexuales, las que incluyen a los más discriminados entre ellos, los transgéneros, y las contradicciones que persisten en estas esferas para aceptarles. Tras la edición de este libro se produjo la discusión del artículo 68 del Proyecto de la nueva Constitución al que me referí en mi trabajo anterior, así como a los artículos definitivamente incluidos en la Constitución de la República de Cuba aprobada a inicios de 2019, que aseguraron los derechos iguales de todos los ciudadanos, incluidos aquellos relativos a elegir sus orientaciones sexuales y sus identidades de género.

A fin de continuar exponiendo lo espinoso que resulta en Cuba que las personas LGBTI y aquellas que se adscriben a la concepción “queer” asuman sus identidades genéricas, reflexionaré sobre las funciones de aquellas instituciones que intervienen en estos procesos.

La familia es quizá la primera institución que influye en que un ser humano se identifique en cuestiones de orientación sexual e identidad de género. Si la persona nació en la primera mitad del siglo xx en Cuba, seguramente sus “seres queridos” le impusieron normas de conductas totalmente binarias en eso de lo que simboliza ser un hombre y una mujer. Pero si nació a inicios del siglo xxi, ese ser humano podría tener la suerte de convertirse en un hombre, una mujer o asumir la inmensa gama de identidades genéricas que coexisten en Cuba, si su familia acepta que en este mundo los géneros son infinitos. Y, sobre todo, si para su familia esta aprobación es real y no se queda en declaraciones políticamente correctas.

Tras el encuentro de la persona con su familia en ella comienzan a influir a lo largo de su existencia otras instituciones formadoras de valores que le facilitarán o le obstruirán reconocerse a sí mismo en sus preferencias sexuales. Me refiero a la escuela, los medios de comunicación y los grupos, porque estimo que, junto a la familia, construyen actitudes por la vía de trasmitir tradiciones, prejuicios y gustos que “ahogan” la libre elección genérica de cada ser humano.

No se puede excluir en todo este devenir las decisiones que adopten a nivel individual aquellas personas que deciden apartarse del patrón binario de ser hombre y ser mujer. Este es quizás el nivel más doloroso, porque deben abandonar las tradiciones que obligan a un hombre a ser fuerte, seguro, independiente y decisor, mientras que las mujeres deben actuar como seres débiles, inseguras, sensibles y dependientes. Considero que la mayoría de los cubanos y las cubanas desconocen estas etiquetas, pero reconozco que para las mujeres que optaron por dejarlas atrás y superar a los hombres en lo que a relaciones de género concierne, resulta más fácil darles la espalda que a los LGBTI.

Estos últimos tienen que enfrentarse a las construcciones sexuales binarias que se fundamentan en los genitales para imponer que el pene es para fecundar y la vagina/útero para “recibir”, embarazarse y parir. Quienes no se ajusten a estas conductas se les excluye de sus derechos a practicar la sexualidad que escojan, porque asumen actitudes “antinatura”, por cuanto no serán capaces de procrear. A pesar que las ciencias reconocen actualmente que las identidades de género homoeróticas o bieróticas son abiertas y se entrecruzan, las personas que se autodefinen sexualmente siguiendo estos patrones padecerán una crisis a lo largo de sus vidas. En Cuba los mitos y las realidades sobre la sexualidad y sobre la diversidad sexual son los más difíciles de transformar dentro de los patrones culturales patriarcales.

Sin embargo, han existido “eventos” en mi país que han promovido los cambios en las actitudes machistas con respecto a la sexualidad, que abrieron los caminos para ir desmantelando los mitos y las discriminaciones homofóbicas. Comentaré primero sobre estas ficciones que han ido pereciendo, pero que todavía persisten.

La virginidad como prerrequisito para el matrimonio era una idea muy arraigada en la ideología popular. Incluso, había médicos que cosían el himen de las doncellas de las clases pudientes que habían dado “un mal paso” y que debían aparecer “puras” ante sus maridos. Este mito es ya una cuestión de burlas. Otra ficción radica en calificar al hombre como el proveedor principal de ingresos en la pareja. Desde fines de la década de 1970 las asalariadas cubanas ganan tanto como los hombres, al menos nominalmente. Las diferencias estadísticas globales que indican que los hombres perciben ingresos superiores a las mujeres trabajadoras se deben a que ellos solo se ausentan de sus empleos cuando se enferman. Ellas lo hacen por enfermedades, para cuidar a sus hijos enfermos, a las personas de la tercera edad con quienes conviven y, por supuesto, a sus maridos.

Continuará.

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