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La investigación-acción participativa

Marta Núñez Sarmiento*

Metodología de los “por qué”

II

En su libro Metodología da Pesquisa-Acao, el sociólogo y profesor francés de la brasileña Universidad de Camapinhas Michel Thiollent atribuyó cinco particularidades a la investigación-acción participativa.

La primera de ellas consiste en que es un tipo de investigación social con base empírica que se concibe y se ejecuta estrechamente relacionada con una acción o con la solución de un problema colectivo, en el cual los investigadores y los representantes de la situación estudiada o el problema de la investigación están incorporados e integrados de modo cooperativo o participativo. En Cuba esto comenzó a desarrollarse en la década de 1980 en varios proyectos comunitarios y tomó fuerza a partir de la década de 1990, cuando padecíamos la crisis y necesitábamos sacar a la luz los problemas que sufrían los cubanos, que requerían de soluciones en las condiciones de enormes escaseces. Continúa ejerciéndose hasta hoy en todas las esferas de las investigaciones sociales, especialmente en los proyectos comunitarios.

El segundo rasgo de esta concepción metodológica reside en que es una estrategia de investigación que combina varios métodos y técnicas para organizar una estructura colectiva, participativa y activa con el propósito de captar informaciones sobre procesos seleccionados de la realidad social, analizarlas con vistas a explicar estos procesos y aplicar soluciones a los problemas detectados. Los estudios de caso que enfocan su atención sobre los cambios en la ideología de género en Cuba para implementar programas, para elevar la autoestima de mujeres y hombres, han empleado diversas técnicas para captar la enorme complejidad de sus temas: la observación, los procedimientos de interrogación, los grupos focales, las historias de vida, el análisis de contenido, además de comparar los resultados con los datos macro sociales de los censos de población y vivienda y las encuestas de hogares.

La tercera característica la define como una línea de investigación asociada a diversas formas de acción colectiva, orientada a resolver problemas o a implementar objetivos de transformar realidades. Estos son los casos de los estudios que investigan los obstáculos para desarrollar a la mujer en el empleo, la familia y la comunidad con vistas a diseñar acciones ajustadas a las especificidades de cada situación. Este rasgo nos ayuda a considerar cuán diversas son las situaciones que abordamos y a obligarnos a identificar en qué consisten las peculiaridades en los estudios de caso que hacemos. No avivemos una parte oscura de nuestra autoestima de investigadores experimentados para proclamar: “¡Pero si esta es una verdad de Perogrullo! ¡Claro que lo hacemos siempre!”. Seamos “un poco más humildes”, como nos sugiere Silvio Rodríguez, para realmente sacar a la luz las condiciones concretas de las situaciones a las que nos enfrentamos.

En cuarto lugar, los partidarios de la investigación-acción participativa la conciben comprometida con las clases populares, cuestión que nos recuerda que todas las ciencias, sobre todo las sociales, tienen una esencia ideológica.

Su quinta característica explica que los campos de aplicación de estas aproximaciones metodológicas son, principalmente, la educación popular, los medios de comunicación alternativos, el trabajo social, la difusión de tecnologías rurales y las diferentes formas de militancia política y social. El Centro Martín Luther King de La Habana fue uno de los pioneros en ello, aplicando las teorías y las aproximaciones metodológicas del brasileño Paulo Freire.

Lo importante a subrayar en este intento de definir la investigación-acción participativa es retomar la idea expresada antes: no es suficiente enunciar que el propósito final de un estudio consiste en diseñar acciones para que se considere que se emplea una estrategia de investigación-acción participativa, sino que es preciso asumir durante toda la investigación, desde sus inicios hasta su culminación, que es primordial promover la participación de investigadores e investigados como un método para obtener los conocimientos necesarios para implementar las acciones.

Deseo retomar estas definiciones para ahondar, a mi manera, en cuáles son las características de esta aproximación metodológica. En este intento retomaré ejemplos de mis investigaciones.

En la investigación-acción participativa ocurre una interacción amplia y explícita entre investigadores e investigados, para lograr comprender la situación que se estudia. Si seguimos este consejo evitaríamos usar solo los enfoques “positivistas”, esto es, aquellos que mistifican las cuantificaciones de datos empíricos, porque consideran que son la única fuente auténtica de presentar los resultados de las investigaciones. No abogo por rehusar el empleo de las informaciones estadísticas, de ninguna manera, porque ellas nos brindan lo que necesitamos para comprender los comportamientos globales de la economía, de las estructuras clasistas y de la demografía, por citar algunas. Subrayo que estos enfoques cuantitativos han contribuido poco a comprender profundamente los casos investigados, cuestión que logra la investigación-acción participativa cuando promueve la cooperación entre los científicos y quienes viven esos “casos”. El estudio “Las mujeres de la carreta” fue un ejemplo de esta interacción durante los años de la crisis. Lo escribí a partir de interactuar con las obreras agrícolas de Guanímar durante 1992, para conocer cómo vivían ellas su condición de ser mujer en el empleo, con su familia y en su comunidad y, además, cuánto habían influido en las personas que las rodeaban. También lo utilicé en “Los estudios de género en Cuba (1974 a 2008)”, porque necesitaba interactuar con los académicos a quienes entrevisté para que no solo me relataran las aproximaciones metodológicas que emplearon en sus estudios, sino para que me ayudaran a perfeccionar la guía de entrevista que usé con ellos.

Otro imperativo de esta aproximación nos llama a establecer en el proceso de participación un orden de prioridades de los problemas a estudiar y de las soluciones encaminadas a proponer acciones concretas. Por ejemplo, en el estudio con las obreras agrícolas, la investigadora y las investigadas jerarquizamos acciones vinculadas a lo ecológico (drenar el canal y el río que atraviesan el poblado), lo legal (resolver cuestiones legales sobre la partición de bienes cuando existe un divorcio o una separación, así como cuando muere un excónyuge) y lo comunitario (mejorar la infraestructura de las calles, del acueducto y de los alcantarillados del poblado). Les traigo otro ejemplo, el de “Mujeres en empleo no tradicionales”, que resume una investigación que llevé a cabo entre finales de 1988 y 1990 en un taller habanero que fabricaba ladrillos. En él las obreras ejercían por primera vez actividades que antes correspondían a los hombres: tomaban los ladrillos húmedos que salían de la máquina que los formaba, los colocaban en unas bases de madera que llamaban “palets” para que se secaran y, una vez que estaban secos, los cargaban nuevamente para ordenarlos en otros palets, listos para llevarlos al horno. Me propuse conocer los logros y los obstáculos reales que confrontaban ellas para desarrollarse como mujeres con plenos derechos en la cotidianidad de sus vidas laborales tan duras y en las de sus vidas personales. Específicamente, intentaba entenderlas para identificar los obstáculos que les entorpecían ejercer con plena igualdad estos derechos en la fábrica con el fin de contribuir a solucionar las causas que los creaban.

Fue un estudio de caso que se inscribió en la investigación-acción participativa, porque ayudó a tomar decisiones encaminadas a que las mujeres permanecieran en el centro y promovieran laboralmente en él. También porque propuso acciones para eliminar las manifestaciones de discriminación entre hombres y mujeres en el empleo. Estudié cómo las mujeres y los hombres de una fábrica vivían su proceso de trabajo cotidiano, qué pensaban sobre él y la mujer, y vinculé estas vivencias y representaciones con las transformaciones que ocurrían en toda la sociedad cubana. Traté de analizar cuánto habían cambiado sus actitudes en un sentido socialista, y qué contradicciones permanecían en ellas y en ellos. Estos trabajadores habían incorporado ideas y conductas que demostraban respetar las especificidades de ser mujer y ser hombre, que los enriquecían mutuamente. Pero también en ellos había ideas y acciones que negaban este derecho o lo ignoraban.

En ese estudio practiqué durante un año la observación participante, ya que acudía al taller una vez a la semana para realizar las tareas que las mujeres hacían. También usé las entrevistas abiertas e invité a la periodista y profesora feminista Mirta Rodríguez Calderón para que conversara con ellas acerca de cómo entendían las letras de las canciones con contenidos de violencia hacia la mujer, que entre las dos escogimos. La investigación culminó con una asamblea con los trabajadores del taller más los dirigentes de la fábrica y de la empresa a la que pertenecía, en la que se debatió el informe que había escrito. No pretendía generalizar más allá del taller ideas acerca de la mujer en ocupaciones no tradicionales, porque solo fue mi primera aproximación empírica a este tema.

En el próximo artículo continuaré explicando cómo adapté las condiciones de la estrategia metodológica de la investigación-acción participativa en mis investigaciones y cuán útil me resultó hacerlo.

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