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Entretenimiento / Virales

Catalunya: entre el 'Judici del Procés”y una sentencia de Estado

Un San Jorge (23 abril) en martes

La culpa pessiga la llengua i la fa desentesa.

No tems el balbuç que et farà la paraula confusa?

No posis les cordes vocals dintre un sac de mentides!

(La culpa pellizca la lengua y la hace desentendida.

¿No temes el balbuceo que te provocará la palabra confusa? No pongas las cuerdas vocales dentro de un saco de mentiras!)

Domènec Perramon (La pau dels silencis, 1932)

Catalunya celebra –un año más– una de sus fiestas tradicionales, Sant Jordi, el día del libro y de la rosa, por extensión el de los “enamorados” y, hoy más que nunca, como convicción, una jornada reivindicativa cultural y política. Sant Jordi es una fiesta sin ser festivo y puede ser en domingo pero también, como este 2019, en martes. La gente sigue con sus quehaceres habituales, las empresas, los comercios, los transportes, la administración, todo funciona como un día laborable, pero cada 23 de abril las plazas y calles de las grandes ciudades –Barcelona– y de los pequeños pueblos –Santa Pau– se llenan de personas que compran un libro para el hombre y una rosa para la mujer, mientras todos platican animadamente con vecinos y con amigos a modo de tregua social. El amor y las letras conviven dándose besos y abrazos, juntando los dedos niños y adolescentes, también parejas de adultos y matrimonios de edad avanzada, todos se atreven a sonreír, a sentirse más cultos con un libro en la mano y más libres con una rosa en el puño. Con permiso, pues, de las efemérides de Cervantes y de Shakespeare, esta fiesta del seny catalán es –merece serlo– patrimonio inmaterial de la humanidad. Debo señalar, como antecedentes, que escribí varias veces sobre el tema en Unicornio: “Presencia catalana en la península de Yucatán. Breve (re)visión antropológica” (1997); “Historias de abril, leyendas de Sant Jordi. De Casals, dragones, libros y rosas” (2013); “Trilingüismo poético transoceánico. El Virolai y la leyenda de San Jorge” (2015) y “El 23 de abril: Casal, Sant Jordi, flores y versos” (2017).

Este Sant Jordi de 2019 debe enmarcarse en el llamado “procés català”, un proceso cuyo inicio podemos datar el 13 de septiembre de 2009, cuando en el mediterráneo Arenys de Munt se celebró la primera de las votaciones denominadas “onades de consultes sobiranistes”. Una efervescencia identitaria que, enmarcada en el cas Palau, en la mutilación del Estatut (2006), en los recortes al bienestar social y en los actos del Tricentenari (1714-2014), ha provocado masivas mobilizaciones los 11 de septiembre (La Diada), una consulta de participación ciudadana (9N2014), varias elecciones plebiscitarias para unos y autonómicas para otros y el referéndum por la autodeterminación del 1 de octubre de 2017, en el que dos millones de personas decidieron depositar su voto afirmativo (SÍ) para la independencia de Catalunya. El referéndum había sido previamente ilegalizado por el gobierno español y la policía (Guardia Civil, CNP) no dudó en reprimir con contundencia un acto-reto que ponía en jaque al centralismo político y territorial de Madrid. Las consecuencias no se hicieron esperar y el día 3 de octubre, en una jornada de “aturada de país” (huelga general), al anochecer compareció el rey Borbón Felipe VI con un amenazante discurso recordando el acatamineto a la Constitución de 1978 y, por ende, a la indisoluble unidad del Estado. En este contexto de crispación, las detenciones de líderes sociales y políticos catalanes no tardaron en llegar; unos como el propio presidente de la Generalitat Carles Puigdemont, optaron por el exilio europeo, otros, desde entonces, sufren prisión preventiva sometidos a un juicio con tics neocoloniales en el marco del Tribunal Supremo.

No soy asiduo o residuo de la televisión ni de las redes sociales, pero sí me interesa, supongo por (de)formación antropológica, observar todos aquellos acontecimientos politicos, culturales, deportivos o religiosos nacionales y mundiales que se trasmiten en directo. Y la verdad, observando el Judici del Procés (JP), no dudo de que se trata de un documento mediático excelente o, como dicen, histórico. El escenario no puede ser mejor o peor; me recuerda aquellos teatros de capital comarcal del siglo pasado con el aterciopelado púrpura de los asientos, sean poltronas, sillas o bancos, conjuntamente con la madera de nobles barnices brillantes de las mesas, también los mármoles que cubren las espaldas del tribunal, las filigranas doradas de puertas y columnas y las lámparas de lágrimas de cristales/espejos.

La puesta o apuesta en escena es abrumadora en la sede del Tribunal Supremo de la Villa y Corte de Madrid, antiguo convento de las Salesas Reales fundado en 1748 por la infanta portuguesa plurilingüe y reina consorte Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI, el “Prudente” y “Justo”. Adosada al palacio judicial está la iglesia de Santa Bárbara, donde el dictador Franco, en 1939, concelebró su Desfile de la Victoria. Hoy las togas han sustituido los hábitos de las monjas y el claustro se ha convertido en un área de avituallamiento para fumadores y wiixadores. En el altar principal vemos a los miembros de un tribunal jurásico, con un presidente quijotesco como salido de los legendarios libros de caballería y de apellido novelesco: Marchena. Don Manuel, galardonado en 2018 con el premio “Puñetas de Oro” es todo un juez, es el juez supremo; sabe mostrarse complaciente e incisivo con todos, fiscales y abogados defensores y del diablo. Don Manuel, el de los aperitivos de mediodía (12:00) y el de las sentencias (in)justas, exige interrogantes y no interpretaciones, se muestra impertérrito y se nota que conoce su oficio por generaciones que se remontan a aquellos tribunales de la Inquisición cuando se decía que en el Reino de España nunca se ponía el Sol.

A la izquierda de la presidencia se asientan los fiscales, fieras feroces que comienzan los interrogatorios de la mañana impecables y acaban las sesiones de la tarde-noche con los cabellos al aire; todos, ella y ellos, tienen unas fisonomías forjadas en la fría historia barroca de Castilla, desde las meninas a los temidos mastines. Contrasta a su lado la abogacía del Estado, en este caso representada por dos mujeres silenciosas y pálidas, unas doncellas dispuestas a redimir el reto estatal sufrido por sus monarcas. Y al extremo, la acusación popular de la pareja de vampiros engominados de Vox.

A la derecha del tribunal vemos la retahíla de abogados, una escolanía mixta de hombres y mujeres procedentes de las aulas del derecho catalán, un derecho que confía –¡paciencia!– en un golpe de fortuna y de maza de los tribunales internacionales, aún sabiendo que las advertencias tardarán en llegar, ya que el TEDH de Estrasburgo tampoco se aleja de los clichés legislativos coloniales. Los abogados han estudiado día y noche las pruebas y siguen una estrategia unitaria: en el procés, alegan, nunca hubo violencia y, por tanto, no pudo haber rebelión ni sedición, insistiendo en que se ejercieron los derechos fundamentales de expresión, manifestación y votación. La defensa debe demostrar ante el tribunal y sin astucias de escultismo que sus clientes no solo son buena gente, sino que fueron diestros políticos aquel otoño de 2017, a la vez que hay que dejar claro que los acusados no cometieron ninguna ilegalidad constitucional ni estatutaria y que en cualquier caso lo único que hicieron fue cumplir con el mandato popular de convocar un referéndum de autodeterminación que, con resultados favorables al SÍ, nunca se vinculó a una efectiva Declaració Unilateral d’Independència (DUI) dado que, como es preceptivo, no se publicó automaticamente en el Diari Oficial de la Generalitat (DOG). Es posible que los abogados –defensores– en esta fase intermedia del juicio oral, intenten el artificio judicial de que sus clientes puedan pasar de la ignominiosa prisión preventiva a una hipotética libertad provisional, esperando una absolución incierta o una condena por malversación encubierta y/o por desobediencia, cargos que no implicarían más tiempo de encarcelamiento del que hasta ahora ya han cumplido.

Regresemos al corral de comedias que, desde hace semanas, es el Tribunal Supremo, donde si no fuera por la triste imagen de los políticos catalanes sentados en los bancos de los acusados o como suplentes en la banqueta detrás de sus abogados, podríamos pensar que se trata de la representación, farsantes incluidos, de un sarcástico sainete. Pero la imagen de los doce acusados, los doce apóstoles o los doce del patíbulo, es la viva estampa de un drama de mal gusto tan impropio del siglo xxi como propio de las monárquicas democracias europeas. El hecho de que estos líderes sociales y políticos, miembros de un gobierno legítimo bipartido y de instituciones con tradición como Òmnium Cultural o con vocación como la Assamblea Nacional Catalana (ANC), salgan de la cárcel diariamente de madrugada y regresen a ella al atardecer son escenas de un libreto que debía haberse evitado por parte de todos, de los que creen ostentar el poder supremo y de los que quieren defenderse de las telerañas de un estado colonial obsoleto. Los acusados, en sus declaraciones, han mostrado coherencia argumental, pero también han dejado entrever cierto individualismo defensivo que quizá no les resulte beneficioso; el hecho de que haya tantos abogados como acusados nos recuerda aquello de tants caps tants barrets (tantas cabezas tantos sombreros), y eso es poner las resoluciones fáciles a los linces con toga de la Villa y Corte.

Después ha seguido y sigue el desfile de testimonios políticos, policiales, técnicos, etc. y los pesos pesados son tan equilibrados que hay dudas de que la balanza ciega se pueda inclinar hacia arriba o abajo. A continuación la sala de plenos examina las pruebas, desde los tuits a los videos, (con)centrándose en mensajes y en imágenes de los días 20 de septiembre y 1 de octubre de 2017 y quizás en otras fechas si aparece, con la venia de Marchena y, por sorpresa, algun testigo protegido. Es incierto que el juicio oral haga un paréntesis operativo durante la campaña de las elecciones generales (Cortes Españolas) del 28 de abril e incierto es que la sentencia pueda barruntarse durante las elecciones municipales y europeas del 26 de mayo, pues si al tribunal le conviene, esta podría notificarse en medio de las vacaciones veraniegas, en plena Diada o con las hojas de otoño ya caídas. Será necesario ver si los presos se mantienen en cárceles madrileñas o pueden esperar la sentencia en centros penintenciarios catalanes. La libertad provisional, hoy por hoy, no se contempla, aludiendo, los jueces, al argumento de riesgo de fuga sustentado en que la Casa de la República en Waterloo (Bélgica) acoge al (ex)president-govern rebelde en el exilio. Y, todavía, faltan los juicios a otros miembros de la mesa del Parlament en el TSJC, a los procesados por el Juzgado No. 13 de Barcelona, a los mandos de los Mossos d’Esquadra (Policía Catalana) en la Audiencia Nacional, y, más tarde que pronto, el juicio a los políticos catalanes en el extranjero para los cuales los caminos del retorno, con o sin extradición, son laberínticos.

Que la camarilla de letrados tengan la sentencia escrita o no es dudoso, ya que quizás no convengan sentencias al menú, sino a la carta, liberando a unos, dejando en libertad con inhabilitación a otros y manteniendo en prisión a aquellas/os considerados el “núcleo conspirador”; también se ha hablado, por hablar, de arrestos domiciliarios telemáticos.

La confrontación entre los acusados y sus abogados defensores con la fiscalía y la abogacía del Estado se evidencia ante la sagaz presidencia de los jueces del Tribunal Supremo: mientras la acusación habla de resistencia pasiva, rostros de odio, tumultos, insultos, escraches, murallas humanas, violencia, políticos en rebeldía, políticos presos, período de insurrección, etc., la defensa opta por términos como pacifismo, democracia, presos políticos, gobernantes exiliados, libertad de expresión, movilizaciones ejemplares, etc. La suerte jurídica puede no estar echada, pero quizás si esté trillada la suerte política de Catalunya. Ante el Judici del Procés y la Sentencia de Estado, nada mejor que memorizar el K’ak’alt’aano’ob catalán más trabado y justiciero: “Setze jutges d’un jutjat mengen fetge d’un penjat, si el penjat es despenja es menja els setze fetges dels jutges del jutjat que l’han penjat”.

Al Govern in situ (o sitiado) de la Generalitat y al Parlament de Catalunya, el JP o el proceso del juicio se les puede hacer interminable y aunque al día de hoy presidente, consejeros y diputados expresan que no piensan en una convocatoria electoral avanzada, puede ser que una vez consumadas las primaverales elecciones generales, europeas y municipales, llegue –quizás antes– otro otoño caliente haciendo inevitables las urnas autonómicas no refrendarias de consecuencias ambiguas para las formaciones independentistas. Un preludio es el caos mostrado por el soberanismo al confeccionar las listas de candidatos para la triple convocatoria electoral, un fenómeno que provoca incertidumbre de unidad frente a la firmeza constitucional del Estado. El hecho de encabezar las listas de los partidos soberanistas (ERC, JxCat-PDeCAT) con líderes sociales y políticos en prisión o en el exilio podría tener un efecto bumerán. La Junta Electoral Central, que debe permitir a estos diputados ejercer su derecho al voto y obtener su acta como diputados puede, luego, usando malabarismos jurídicos, impugnar e inhabilitar a estos mismos políticos, aún sea por cuestiones de forma. Ello conllevaría al independentismo a un vacío representantivo no solo en España y en Europa, sino para la gobernabilidad de las instituciones catalanas, provocando un retroceso, incluso, del autonomismo con la posible intervención de competencias exclusivas como los Mossos d’Esquadra y la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals (TV3).

A todo ello debe añadirse un simbolismo patriótico y emocional, representado por las estelades –en sustitución de la senyera– y por los lazos grocs (amarillos) colgados en fachadas de edificios públicos, en ventanas y balcones y en solapas de políticos; también en casas y vestidos de habitantes de la Catalunya profunda, aunque mucho menos en los municipios del cinturón metropolitano de Barcelona. La llamada “guerra dels llaços i les pancartes” genera, en este ciclo electoral, episodios esperpénticos cuando no ridículos por ambas partes, por la contundencia prohibitiva de los juzgados españoles presionados por un anticatalanismo rancio (Ciudadanos, PP y Vox) y por algunos líderes diletantes como el hoy M.H. Quim Torra, quien parece no discernir que el Palau de la Generalitat, incluido su balcón principal, no es el domicilio privado del President, sino la sede de la Presidencia. Residencia oficial Casa dels Canonges, por cierto, pegada al ala este del propio Palau y a la que se accede por un bucólico puente neogótico. Pero Quim Torra quiere emular a otros inquilinos del Palau para los cuales este edificio histórico fue su casa-oficina, me refiero en el siglo xx al olímpico Juan Antonio Samaranch (Presidente de la Diputación Provincial de Barcelona) y al patriarca ex-MH Jordi Pujol (1980-2003). Atrapados, pues, en simbolismos desfasados y alejados de la realidad sociocultural catalana, estos políticos olvidaron y olvidan los valores nacionales de esta institución milenaria que es la Generalitat y a la que representan, haciendo ahora Torra un flaco servicio al procés de autodeterminación al que dice, dice, dice... querer servir cumpliendo el mandato democrático otorgado por el Parlament. ¿Quién sabe?

Esta coyuntura de confrontación entre gobiernos español-catalán y la lamentable situación de los políticos encarcelados o en el extranjero, todos ellos más pendientes de una sentencia jurídica justa que no de una negociación política, hace que el procés entre en otra etapa laberíntica en la cual no parece vislumbrarse un referéndum pactado (Independència SI-NO) ni tampoco se entrevé un federalismo ibérico a la vuelta de la esquina. Agotado el experimento del “Estado autonómico” posiblemente se inicie el debate territorial para una futura reforma constitucional con una nueva configuración geopolítica donde naciones históricas como EuskalHerria, Galicia y Catalunya amplíen competencias fiscales, forales y jurídicas, una reforma a la cual accedan también regiones como Andalucía. En este renovado mapa ibérico, Catalunya debería analizar la conveniencia geoestratégica de proponer la entidad Països Catalans o, mejor, los antiguos territorios de la Corona d’Aragó, con las Illes Balears, País Valencià, Catalunya Nord y Aragón. Pero, y muy pero, por el momento, la situación es de cul-de-sac, un punto ciego entrelazado con maña colonial, tanto por la decidida intervención del Estado español para impedir la independencia y por el mutismo cómplice de los círculos financieros como por el autodefensivo silencio diplomático internacional (Unión Europea). En este contexto, la reacción de las derechas españolas unionistas cada día es más arrogante, con formaciones como España Ciudadana, Societat Civil Catalana o Vox. Será necesario, si aún es posible, evitar que estos protagonistas viperinos, campeen envalentonados por las calles de Catalunya, ya que ello podría, esperemos que no, acabar siendo la involución más perturbadora del procés.

Los hechos del otoño de 2017 (20S y 1-O) mostraron cómo el pueblo y las instituciones catalanas sufrieron la represión de las fuerzas policiales españolas, pero también que ambos gobiernos –el de Madrid y el de Barcelona– la liaron, unos bailando al ritmo de un inexistente Estado español unido (Art.155) y otros cantando al son de una simbólica nación catalana independiente (Som Repùblica!) rellena de “jornadas históricas”. Hoy el procés sigue procesándose y si en el pasado fueron la Iglesia y los ejércitos los que se encargaron de mantener el orden que a ellos les convenía, ahora es el poder jurídico quién manda, tejiendo una telaraña de prisiones físicas y emocionales esperando el día de la sentencia de Estado. La plaga de la deshumanizada economía global consolida sus intereses mientras algunos políticos soberanistas abusan de una retórica de declaraciones institucionales, de relatos de confrontación y de captación y de pérdida de (de)votos, mientras el deseado diálogo convivencial permanece ausente.

Acerca de la internacionalización política y judicial del procés català, esta sigue siendo limitada por las argucias diplomáticas del Estado español (PP/PSOE), pero también por la complacencia de los dominantes Estados europeos considerados democráticos, sea Francia, Alemania, Italia o el Reino Unido. Baste un ejemplo: leo en Proceso.com.mx como las presiones de la Embajada de España en México, modificando el panel de invitados, hicieron declinar al expresident Puigdemont su participación con la videoconferencia “¿Presos políticos en Catalunya?”(8 abril) prevista en el programa de la Semana de Relaciones Internacionales dedicada a “Asilo, Exilio y Migración” en la jesuítica Universidad Iberoamericana (UIA). Por otro lado, las opiniones de parlamentarios flamencos, eslovenos, piamonteses o escoceses de partidos nacional-populistas son, hoy por hoy, más viscerales que efectivas y esperar que los tribunales de derechos humanos (Estrasburgo, Luxemburgo, Ginebra, ONU) se impliquen en la defensa de la autodeterminación de Catalunya es un reto intemporal que puede concluir con advertencias de (re)formas retóricas y con sanciones/multas irrisorias para el Estado Español.

Entretanto la acción exterior del Govern sigue limitada a la reapertura de delegaciones en países europeos y americanos, unas delegaciones que ejercen, como en tiempos de la diplomacia demócratacristiana pujolista, una función prioritariamente comercial adornada con episodios culturales cuando no folklóricos. Afortunadamente las actuaciones de la Assamblea Nacional Catalana y de algunos Casals (el de la península de Yucatán con sede en Mérida, por ejemplo) han sido en los últimos años más influyentes que las propias acciones oficiales del Govern y del Diplocat y en algunos países su denuncia a la represión expresiva que sufre Catalunya ha recibido la solidaridad de personas y de instituciones. Pero el camino es incierto, porque en muchos rincones del mundo los derechos de los pueblos están siendo reprimidos con violencia extrema y también por la indecisión –para decirlo con una palabra suave– de los partidos nacionalistas –hoy independentistas– catalanes. Lamentablemente, el triunvirato presidencial catalán, Mas-Puigdemont-Torra, generador del procés sigue siendo portador de un substrato convergente, es decir, de un nacionalismo egocéntrico socialmente hiperliberal que soslaya devotamente, bajo la inexplicable bendición de ERC, la realidad antropológica de la Catalunya del siglo xxi. Si el llamado procés genera, pues, cierta incomprensión logística dentro de Catalunya es fácil imaginar la confusión que transmite entre los posibles aliados externos todo el maremagnum de organismos sociopoliticos de los últimos años, camuflados en relatos como JxSí, JxCat, PDeCAT, Consell, Fòrum o Crida.

Si el Govern y el Parlament de Catalunya quieren, de verdad, internacionalizar el procés de autodeterminación saben o deberían saber que solo hay dos vías: la histórico-legendaria de la “revolución popular”, inherente en la mayoría de los procesos de autodeterminación, o la de la responsabilidad política, donde Govern y Parlament tendrían que proclamar la independencia, a partir de la consolidación de unas estructuras de Estado y de un (pre)negociado reconocimiento internacional. Pero, guste o no guste, las dos vías, debido a la ausencia de un proceso identitario convincente, siguen topando con una limitación operativa: mientras el peso demográfico del voto independentista siga limitado al cincuenta por ciento de la población catalana (7’5 millones de hab.) pregonar la revolución popular o proclamar la independencia son riesgos logísticos, al no tener en cuenta ni la precariedad social ni el diálogo intercultural interior.

Ya refiriéndonos a la internacionalización académica del procés me limito a citar tres documentos relacionados con México; es en este espacio crítico y culto donde el pueblo catalán puede encontrar comprensión y solidaridad. En el primer caso se trata del conversatorio que tuvo lugar, en septiembre de 2018, en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, donde se discutió: “¿Cómo ejercer el derecho a la libre determinación? El nacionalismo catalán del siglo veintiuno”. Este acto estuvo moderado por la directora del seminario permanente “Nuevas configuraciones de los nacionalismos y los racismos”, Natividad Gutiérrez Chong, y contó con la participación de Salvador Martí (UdG), Consuelo Sánchez (ENAH) y Guillem Compte (CEIICH- UNAM). El segundo ejemplo lo encontramos en la revista Ichan Tecolotl del Ciesas, concretamente en el número del pasado mes de noviembre dedicado al proceso catalán y solo puntando el índice podemos deducir los valores de esta internacionalización académica: Alejandra Araiza, “Claves descoloniales para pensar el proceso independentista catalán”; Guiomar Rovira, “De l@s indignad@s a la revuelta social catalana: la España autoritaria y su incuestionable fundamento”; Robert González, “Hacia la República Catalana: el papel de las organizaciones de la sociedad civil en el proceso independentista catalán”; Clara Camps, “Represión y recorte de libertades: respuesta al derecho de autodeterminación de Cataluña”; Aritz García, “Cataluña y la crisis del estado-nación”; Lourdes Romero, “La crisis de Catalunya en el contexto europeo”; Edurne Bagué, “Los límites del Estado de las Autonomías y el Estado-Nación. Síntomas de agotamiento de un modelo”; y Ramon Grosfoguel, “La rebelión catalana como acontecimiento y la bancarrota de la izquierda matriz española”. También la revista de cultura Mirmanda (Rosselló/Alt Empordà), dedica los números 12-13 de los años 2017-2018 a un dossier sobre Catalunya haciendo enfásis en el procés a partir de reflexiones desde la Catalunya histórica, de recordar la importancia del exilio republicano catalán durante el gobierno de Lázaro Cárdenas y de las acciones que la ANC viene llevando a cabo en el exterior durante estos últimos años. Señalar los artículos de Rocio Ruiz “L’exili català a Mèxic: tres generacions, moltes històries i cap retorn definitiu” y de Anna Pi “La lluita per la independència de Catalunya amb perspectiva transnacional i les ANC. El cas de Mèxic”.

Estas tres referencias académicas comprueban el interés que el procés despierta en el mundo de las ciencias sociales en países como los Estados Unidos Mexicanos, donde la complejidad etnosocial “indígena-colonial”, laica y republicana, ha forjado unas instituciones académicas reconocidas internacionalmente y unos investigadores de prestigio a los que conviene escuchar y leer con atención. Una visión exterior complementa, pues, una necesaria autocrítica, ya que es más reconfortante escuchar la opinión de naciones que han tenido movimientos de emancipación que aceptar la condescendencia de estados coloniales como los antiguos imperios europeos, éstos sí, expertos en proyectos (neo)colonizadores. [Aquí abro un paréntesis mediático: hace unas semanas el presidente mexicano solicitó al rey español que pidiera perdón por la violencia de la Conquista y por los desastres de la Colonia. Las pataletas ideológicas no se hicieron esperar por parte de los (neo)coloniales de ambos lados del charco ¡qué los hay!, alegando que aquello eran otros tiempos y que la historia de ayer no es la de hoy. Entonces, por ejemplo, cabe preguntarles –también a AMLO– si es necesario que el liliputense monumento a los Montejo en Mérida siga retando la dignidad de los convencidos mayas actuales, un pueblo que derrotó a los invasores en Champotón, que se rebeló en una Guerra de Castas sin fin y que vive con resistencia etnocultural y modernidad social (siglo xxi) en este su amplio territorio que es la península de Yucatán]. Ni los populismos ni los patriotismos de Estado, de aquí o de allá, han sido ni son antropológicamente atractivos.

Volviendo al procés –no hay duda del seny del pueblo catalán– es necesario que los políticos actúen ya con miras estadistas y olviden el lastre colonial de las fundacionales derechas nacionalistas y, de una vez, se inclinen por la lucha pacífica republicana. La salida del laberinto del procés solo puede ser política si se quiere vencer la artimaña de la judicialización verbal aquella, hoy en boga a través de un léxico que permanecía obsoleto (odio, venganza, supremacismo, masa, querella, golpistas, asedio, persecución, facistas). Si los miembros del Govern actual, sopesando las consecuencias personales, no tienen la energía necesaria para echar adelante el procés, sería razonable que dejen paso a nuevos dirigentes con un espíritu libre, de izquierdas y republicanos dispuestos a (re)construir una Catalunya socialmente solidaria y justa, políticamente capacitada y respetada. Quizás convenga reflexionar si en este momento, hay quien lo recomienda, “no es mejor aspirar a descolonizar que soñar en convertirse en otro estado europeo moderno y colonizador”. Citando a Alejandra Araiza es evidente que “La República Catalana debería ser un horizonte posible de recuperación de la memoria colectiva, de búsqueda de libertades democráticas y de ruptura del régimen del 78”.

Finalmente, recordar que el pueblo de Catalunya, en este Sant Jordi sí internacionalizado y en martes, vuelve a salir a las calles y plazas, vuelve a comprar sus libros y sus rosas, vuelve a movilizarse en un día de felicidad, de amor y de libertad y, sin estar ajeno al procés, a su procés, será el “pueblo indígena”, una vez más consciente de que es él el único depositario de la identidad sociocultural de Catalunya, un pueblo que con su seny y con su rauxa ha demostrado durante siglos que sabe (re)crear, escribir y leer su historia. Bienvenidos aquellos que este u otro 23 abril puedan visitar municipios como Balaguer, Barcelona, Cadaqués, Cervera, Figueres, Girona, La Seu d’Urgell, Lleida, Manresa, Mollerusa, Montblanc, Olot, Palafrugell, Reus, Ripoll, Sitges, Solsona, Tarragona, Torroella de Montgrí, Tortosa, Tremp, Valls o Vic. En todos los pueblos y ciudades de Catalunya podrán observar, además de centenares de poetas y narradores (lletraferits o no) firmando dedicatorias, la dignidad de las personas, una dignidad culta impregnada de los olores de las letras impresas y de las rosas vírgenes.

Es por ello que insisto en afirmar que los pueblos siempre son independientes y que históricamente los políticos dignos han desobedecido a los Estados coloniales y los pueblos dignos han desobedecido a los políticos coloniales; frecuentemente los enfrentamientos entre Estados, políticos y pueblos han desembocado en etapas trágicas, pero, excepcionalmente, se han producido procesos de autodeterminación revolucionarios de esencia pacifista. Estas estrategias antropológicas tan antiguas como actuales, tan tradicionales como futuristas, tan enérgicas como solidarias, forjan la historia de las naciones y las vidas de las personas. Hoy Catalunya vuelve a ser protagonista de la historia, de la suya y de la de los otros, pero será protagonista modélica en la medida que el procés se consolide con justicia y con libertad, es decir, tan justo y tan libre como ha demostrado serlo, como es y como seguro será el Poble de Catalunya.

Manlleu, Catalunya, 14 de abril del 2019

Aniversario de la proclamación de la República Catalana (1931)

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