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Homenaje a don Pedro, el Guerrero Negro apacible

Francesc Ligorred*

...ti beyó ku tuúpul a kuxtala taániloob tuune ku k’iti loob tu yool ikka bin tuun wátaj,tu buuk le k’ ná kiichpan luumó.(... y cuando se apague tu vida,tus cenizas se regarán en el airee irás a parar entoncesal regazo de tu bella madre tierra.)Romualdo E. Mendez Huchin(Baloob keet ti kuxtal / Hechos iguales a la vida)

El bar El Guerrero Negro, en la calle 46 del Centro de Mérida, fue un lugar inolvidable de mi segunda etapa yucateca, en la década de los noventa del siglo xx; allí acudía casi semanalmente los mediodías calurosos para saciar la sed con frescas cervezas o con la exquisita toronja natural con vodka. Emocionante era el encuentro con un grupo de compañeros de diversas profesiones, oficios, ideologías e ideas, todos bajo el amparo del buen hacer de su propietario, don Pedro Farfán Mex, cantinero de estirpe “Munich”, hombre sano de pies a cabeza, hombre inteligente, platicador, conocedor de su barrio, de su ciudad, de la península de Yucatán. Su admiración por la cultura maya antigua y actual nos contagiaba y con frecuencia nos convertíamos, de hecho éramos ya conversos, en detractores de los coloniales de ayer y de hoy, a la vez que en defensores acérrimos de los mayas contemporáneos, de los mayas de los pueblos, también de los mayas que desde generaciones habitan en T’Ho, en una Mérida que deduciamos que no era ni es blanca ni tan blanca. Don Pedro, anfitrión perfecto que cuidaba, por igual, a los sobrios y a los que rozaban el estado de ebriedad; don Pedro, que gustaba de aquellos bebedores ingeniosos que terminaban las reuniones alegres (re)cantando con los trovadores de turno Mujeres divinas y sabiendo, seguro, mucho más de la vida, de la vida sencilla de las gentes honestas y honradas.

Mi última visita a El Guerrero Negro fue el sábado 15 de octubre del año 2016, pues cada vez que regresaba a Mérida me apetecía pasar un buen rato acompañado de sinceros amigos. Me atendían y nos atendían amablemente no solo don Pedro, también su bellísima esposa doña Martha, que preparaba, con amor y experiencia, excelentes botanas, poc chuc y salsa de habanero. También alguno de sus hijos (Ángel, Pedrín) controlaba la barra, una barra de bar donde concurrían mecánicos, periodistas, intelectuales, deportistas, comerciantes, etc..., vecinos de la zona, descendientes de aquellos fundadores de la colonia Sta. Rosa. Y vecinos cercanos eran los trabajadores e investigadores de la Unidad de Culturas Populares de Yucatán, oficina que entonces yo frecuentaba. Recuerdo que tras platicar de algun proyecto linguístico y literario relacionado con la cultura maya contemporánea ibamos a “perfeccionarlo” a El Guerrero Negro. Miguel May May, Santiago Domínguez Aké y el chofer Fidel, probablemente fueron los que me descubrieron El Guerrero Negro, donde incluso celebramos, en una feliz velada, la presentación de un libro en el que había colaborado el escritor Carlos Montemayor, quien esa noche de tragos y baile no dudó en elogiar tan libertario local.

Como he comentado, al regresar a Yucatán residiendo en Mérida como investigador de la UCS-UADY (1993-1999), visitaba con asiduidad a don Pedro para platicar con él y con sus parroquianos, especialmente con José Zapata, un tertuliano sabio por naturaleza, sólido bebedor y ágil deportista, una de las personas que conoce mejor las colonias meridanas y que como ciclista pedalea, con llanta baja, por los lugares más recónditos del estado de Yucatán; él, el “Chino”, diestro autoantropólogo que observa y escucha a la gente recopilando historias y leyendas con precisión metodológica y transparencia. El amigo José lleva, hasta la fecha (2019), a El Guerrero Negro aquellos números de Unicornio donde vengo publicando desde 1993 algun artículo sobre temática maya y/o catalana; además de mandarme fotos de esas reuniones, me comenta las lecturas críticas que hacen de estos trabajos los colegas de la cantina con el beneplácito de don Pedro.

Cuando supe que don Pedro había enfermado gravemente, a parte de estar al tanto de su salud, he ido rememorando aquellos momentos en que él y su familia me concedieron su amabilidad como un parroquiano más. Al confirmarme, ahora, la triste noticia de su reciente fallecimiento, pienso que si algún día regreso a Mérida, aunque será obligada mi visita a El Guerrero Negro, esta resultará diferente, pues sin don Pedro, El Guerrero Negro, con mayúsculas antropológicas, seguro habrá quedado algo desarmado. Pero deseo que su distinguida familia siga con el negocio, pues este es el mejor homenaje que le pueden hacer a una persona, don Pedro, que supo ser propietario, trabajador y amigo al frente de un establecimiento público, donde el don de gentes es indispensable para que los clientes fijos, también los diversos y los divertidos (o no), no solo sean bien atendidos, sino que, más pronto que tarde, se conviertan en camaradas. Un abrazo como los de ayer, don Pedro, un saludo a usted, un verdadero “Guerrero Negro” que sigue batallando y al que siempre recordaremos entre libaciones y botanas, entre palabras amigas y pensamientos libres.

Manlleu, Catalunya, 7 de junio de 2019.

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