Entre los mitos que cobran especial relevancia durante esta época del año, se encuentra el del xoloitzcluintle, raza ancestral que convivió con aztecas y mexicas. El "xolo" posee un tamaño medio y es popular por presentar ausencia de pelo, además de que cuenta con una piel muy suave.
De acuerdo con la tradición mexica, cuando alguien moría, su alma debía cruzar el río Chiconahuapan para poder llegar al Mictlán o inframundo. Así, el perro debía cumplir la misión de acompañar al fallecido, ayudándolo a cruzar el agua. Se dice que únicamente los canes de este color podían hacerlo, ya que los blancos se consideraban limpios y los negros muy sucios.
En ese sentido, los elegidos eran sacrificados y enterrados junto a los difuntos. Sin embargo, tras la llegada de los españoles, dicha costumbre fue prohibida, pero los indígenas continuaron practicándola en secreto, además, la sustitución de perros reales por figurillas de barro o tejidos, comenzó a ser implementada.
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¿Solo los xoloitzcuintles podían acompañar a los difuntos?
Según el artículo La antigua leyenda del xoloitzcuintle de la revista UNAM Global, la creencia asume que es el xoloitzcluintle es el encargado de acompañar a las ánimas, pero estudios arqueológicos de hace cuatro décadas, confirmaron que lo importante no era la raza, sino el color del ejemplar (bermejo).
En Tula, Hidalgo, se encontraron restos de unos 30 perros de distintas razas (xoloitzcuintle, tlalchichi y comunes) en entierros de 2200–2300 años de antigüedad. El hallazgo confirma que aunque no necesariamente se empleaban xolos en la tradición, la relevancia de la figura del perro representaba gran relevancia.
Los perros eran importantes para los antiguos pobladores, ya que al consumir desechos y huesos, ayudaban a transformar la materia muerta en vida nueva. De esta forma, los canes, eran mediadores de dos planos, el mundo de los vivos y el de los muertos.
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