Alfredo GarcíaEn torno a la noticia
Sin salir del shock producido por la sorpresiva elección a la presidencia de EU del ultraderechista republicano Donald Trump y las inquietantes consecuencias políticas después de dos años de mandato, la atención de la opinión pública gira hacia el candidato del Partido Social Liberal, PSL, Jair Bolsonaro, versión carioca ampliada del elegido presidente norteamericano, que compite en Brasil con Fernando Haddad, candidato de izquierda del Partido de los Trabajadores, PT.
En efecto, el pasado domingo 147.3 millones de electores brasileros fueron convocados para elegir presidente, vicepresidente, 27 gobernadores, 2 tercios del Senado, 513 diputados federales y la renovación de los legislativos regionales. En la primera vuelta, Bolsonaro obtuvo un sorprendente 46.03% de los votos sobre su rival Haddad, que alcanzó el 29.28% de los comicios, obligando a una segunda vuelta electoral para decidir la contienda que tendrá lugar el próximo 28 de octubre.
En medio de una creciente polarización política, donde la decepción de la izquierda, la indecisión del centro y los temores de la derecha, matizó la campaña electoral con una generalizada sensación de fraude, corrupción, desconfianza e impopularidad institucional por parte de los partidos tradicionales, a los que responsabilizan de la crisis económica y el deterioro de la calidad de vida, el resultado de la elección concentrada en los dos polos políticos opuestos, colocó la esperada segunda vuelta electoral a nivel de infarto.
Hace sólo un año, Bolsonaro era parte del folklore político de la ultraderecha criolla y nadie lo tomaba en serio. Con un pedigrí político que deja al presidente Trump como angelical bebé, el candidato que se presenta como salvador de la moral nacional frente a un supuesto deterioro del tejido político y social del país, escandalizaba a la opinión pública brasilera con posiciones extremas machistas, racistas, xenófobas, homofóbicas y en favor del autoritarismo militar, la tortura, y el genocidio político.
Bolsonaro incorporó en la recta final de su campaña electoral como su futuro Ministro de Hacienda, al economista neoliberal Paulo Guedes, especializado en gestión de capital y recursos, defensor de privatizaciones, reforma tributaria en beneficio de grandes empresas y personas de mayores recursos, así como centralización estatal de entidades económicas. El anuncio fue bien recibido por inversores y banqueros, interpretado por especialistas como inequívoca señal de coincidencia económica-ideológica.
Después del imponente triunfo electoral, del que Bolsonaro debe haber sido el primer sorprendido, el Trump brasilero intenta ponerse un disfraz conciliador y democrático con el propósito de hacer olvidar, en dos semanas, la imagen de décadas como extremista detractor de los derechos humanos.
Por su parte el socialista Haddad no tiene una tarea fácil. La única oportunidad es que su contraste democrático y civilizado con el fascista e improvisado rival, le permita ser visualizado por el electorado como auténtico representante de trabajadores y clase media, consolidando los votos que estaban dirigidos al ex presidente Ignacio Lula da Silva, inspirando confianza en los decepcionados con el PT y ganando la vacilante mayoría de la clase media, donde puede ser mayor la tentación de apoyar a Bolsonaro en la segunda vuelta.
De producirse la victoria de la ultraderecha en Brasil, será interpretada como un arrollador impulso a las posiciones conservadoras en América Latina y el Caribe, y ejemplo del revés de una izquierda que en la pasada década marcó un rumbo nacionalista e independentista en el continente y que hoy, si no reacciona con energía y decisión autocrítica, se encuentra bajo la amenaza de convertirse en su contrario.